Por
Jesús Susarrey
Hoy
día casi todos hablan mal de los partidos políticos y no es para menos, sus
despropósitos e inconsistencias han sido documentados pero siguen siendo el
canal principal para el acceso al poder y cuentan con militancias consolidadas
en casi todas las regiones como en Sonora en donde produjeron ya dos
alternancias. De su suerte depende la trayectoria del régimen político. Son
instrumentos para la gobernabilidad, la negociación en asambleas legislativas;
construyen opciones políticas, agregan intereses colectivos y representan
dispositivos para la rendición de cuentas y contrapesos al poder como
oposición.
El trato indolente de
las élites políticas y la génesis de la partidocracia
Desde
luego que no han estado a la altura de esas responsabilidades pero su
relevancia no puede ser ignorada y desdeñada por el justificado rechazo a su
desempeño y las prácticas de muchos de sus miembros distinguidos. Los propios
partidos han sido tratados con desdén e indolencia por las élites políticas que
de manera irrespetuosa se adueñan de sus órganos de mando y los usan para
apoyar proyectos de poder de grupos y personas, anulando su función de
intermediación política y social.
La democratización
interna, el verdadero remplazo del corporativismo
Las
élites compiten ahora entre ellas para controlar los canales de acceso al
poder, la representación política, la intermediación y la rendición de cuentas,
pero ninguna fuerza ha construido un remplazo sólido del corporativismo
sobre el que el antiguo régimen, con todo y su antidemocrático e indebido
clientelismo, anclaba la legitimidad y la gobernabilidad.
Los panistas y perredistas han intentado reproducirlo para su causa y los priistas no han podido restablecerlo simplemente porque en el México de hoy quien desea poder tiene que convencer y ganarlo en un ambiente de alta competitividad electoral, escasos presupuestos y mayor escrutinio público. Han intentado de todo menos la democratización interna de sus partidos para construir una base social de apoyo a sus proyectos y construir liderazgos institucionales. Las militancias son ahora sólo activos electorales y la deliberación interna es nula.
La
tecnocracia desactivó el corporativismo priista e ignoró su ideología para
descontaminar la toma de decisiones pero disminuyó su legitimidad; el
voluntarismo panista en su lucha por el poder dividió a su militancia, olvidó
la técnica y cumplió la premonición de ganarlo perdiendo al partido; el
caudillismo perredista trastocó la estructura y cohesión de su organización y
lo llevó al borde del colapso
Partidos rebasados
por la sociedad y la utopía de la democracia sin partidos
El
mapa del sistema de partidos muestra instituciones debilitadas. Un PAN que
lucha por recuperar las banderas democráticas y contrarrestar su vapuleada
imagen de malos gobernantes; un PRI que se empeña en demostrar que sí sabe
gobernar pero no logra resultados aceptables y retrocede electoralmente
y; un PRD que por ahora centra sus esfuerzos más en evitar el colapso que en su
desarrollo institucional. En torno a los tres, coexisten una serie de
partidos pequeños que más que liderazgos tienen dueño y más que programa
ideológico impulsan apoyo al mejor postor. Cierto que es un dibujo inacabado y
que nuevos partidos como MORENA pueden crecer en tamaño y relevancia.
Los retos que enfrentan son descomunales. Gobiernos rebasados por las demandas sociales y con déficit de legitimidad. Las banderas democráticas y sociales son tan compartidas como ineficaces para generar entusiasmo. Las insuficientes tasas de crecimiento económico hacen impresumibles las del modelo de desarrollo y la fragmentación política genera alta competitividad.
El
descrédito de la sociedad política es tal que ha generado la idea de que la
solución está en la sociedad civil y sugiere incluso que las candidaturas
independientes pueden sustituir a los partidos. Cierto que amplían derechos
políticos y obliga a las organizaciones a modernizarse y siempre es
alentadora la participación ciudadana, pero por ahora una democracia liberal
sin partidos es impensable. Los partidos son construcciones colectivas de
interés público, es necesario consolidarlos y vertebrarlos con estructuras
democráticas, no anularlos.
El
deber de oponerse es fundamental como contrapeso en el esquema liberal y es
función también de los partidos. La casi nula responsabilidad política -incluso
la jurídica - que las autoridades asumen por el mal desempeño se debe en mucho
al incumplimiento de ese deber.
Citemos
como ejemplo contrario al PRI-Sonora que ha sido una oposición responsable,
supo leer las señales de su militancia y las convirtió en exigencia de probidad
y eficacia al gobierno actual para ofrecer en el 2015 una plataforma electoral
que la unió en torno a un liderazgo congruente con esas demandas y se
alzó con el triunfo. Se trata de ejercicios partidistas exitosos que
apuntan hacia la eficacia de la democracia representativa y de los partidos
como solución y no como problema.
Eso
es lo que está en juego en los relevos de las dirigencias del PRI y del PAN.
El escenario deseable parece demandar mucho más que los siempre útiles
liderazgos jóvenes y la obligada inclusión de las democráticas y plurales redes
sociales. Los consejos directivos y sus militancias lo decidirán. Esperemos que
prevalezca el interés partidario.