Por Ventura Cota y Borbón III
Han transcurrido cerca de ochenta años durante
los cuales cierto sector de la prensa, de una manera abyecta, en lugar de ser un
contrapoder del Gobierno en turno, no es más que un instrumento más de éste,
que ayuda –literal-, a su legitimación, aunque sea espuria. Fue en el sexenio
de José López Portillo, en que el
gremio periodístico se vio exhibido frente al gran público ante una frase
célebre pero lapidaria: “No te pago para que me pegues”. Con esa sentencia, el Presidente
visualizó una norma no escrita, mas sí tácita, de la relación prensa-poder.
Y esa máxima, por desgracia para todos
quienes nos dedicamos de alguna manera a comunicar –aunque sea de mitotes, como
dijo cierta “representante” de la cultura en Guaymas-, es lesiva en todos los
sentidos.
Cuando una Casa Editorial o un periodista de
modo particular conviene con alguna administración gubernamental, queda
implícito dentro del acuerdo de marras, que se vende el espacio y el criterio
(si acaso existe) por tanto el silencio impuesto motu proprio de la denuncia, no aplica so pena de perder las canonjías
o privilegios obtenidos en dichos conciliábulos perversos y ramplones.
Es verdad que el político en muchos de los
casos no te va a pedir abiertamente que no lo “agredas”; sin embargo es un acto
convenido aun sin mencionarlo. Y si de alguna manera el periodista “osa”
divulgar alguna nota que no favorezca al “interfecto”, por ese hecho, ipso facto, debe despedirse de la dádiva
que del erario se le dispensa. Regresa el clásico: “No te pago para que me
pegues…”.
Y un paradigma de lo antes escrito se
visualiza en la reciente y vergonzante exhibida del señor Alejandro Padilla, representante del Grupo Padilla Hermanos, quien
ante la embestida de una turba muy molesta, huyó para evitar además de los
insultos verbales, una posible agresión física. Como no hubo o cuando menos no
ha habido un arreglo satisfactorio con el ayuntamiento entrante, el grupo de
periodistas de esa organización, día tras día arremeten contra la cabeza
principal de esta administración encabezada por Lorenzo De Cima Dworack.
Puede inferirse por tal acto, que el alcalde
porteño no ha cedido ante las pretensiones millonarias de los Padilla y por
ello se entienden, mas no se justifican, los obuses en su contra.
Hasta hoy tal y como me afirmó la directora
de comunicación social Águeda Barojas,
el alcalde ha dejado y dejará trabajar libremente a los compañeros periodistas.
Si hiciera lo contrario estaría comportándose como otros munícipes y caería de
manera chafa en prohibiciones que
pueden ser o no acatadas según la conveniencia de cada quien.
Ni modo, mientras se siga tomando los dineros
públicos para que ciertos políticos que actúan como reyezuelos paguen para que
nos les peguen, será el cuento de nunca acabar. Un vicio que no terminará
porque como se maneja en los corrillos periodísticos, con la dignidad no se
come…
He dicho.