jueves, 5 de noviembre de 2015

Un Gobierno confiable en Sonora; la urgente restitución de la legalidad

Por Jesús Susarrey
Atinado, es lo menos que puede decirse del discurso de la Gobernadora ante las cúpulas empresariales mexicanas. Un clima de inversión adecuado es impensable sin la certidumbre jurídica y el Gobierno confiable que ofreció, pero dimensiona también el enorme reto de restituir el aprecio por la cultura de la legalidad.

Dos problemas, que si bien son añejos, se acentuaron en los últimos seis años. Uno es la cultura de la ilegalidad que paradójicamente fue estimulada por las resistencias en los tres niveles de gobierno para apegarse al marco jurídico. El otro, es la desconfianza en las instituciones y en la sociedad política en general, como consecuencia de ese desapego, las sospechas de su improbidad y de sus malos resultados.   

Ambos no sólo afectan directamente a principios básicos de la democracia liberal  -libertades individuales;  igualdad ante la ley y rendición de cuentas - también la certidumbre jurídica, las reglas parejas  y la eficacia gubernamental que requiere un clima de inversión favorable como puntualmente lo señaló la Gobernadora.

En Sonora no toda la sociedad política ni toda la sociedad civil parece entender que el dilema entre libre mercado y democracia es algo más que falso. El primero requiere de la regulación y de los  bienes que producen los poderes públicos y, la segunda, del crecimiento económico y la inversión para mejorar el bienestar general.   

La precisión es desde luego elemental pero necesaria para dimensionar los efectos del incumplimiento de los deberes públicos. Nuestro proyecto de desarrollo es liberal, requiere inversión productiva, de un Estado de Derecho sólido y de un gobierno de calidad como estrategias para resolver la problemática que nos aqueja.

Resolver el déficit de cultura de la ilegalidad es responsabilidad de todas las instancias y niveles de gobierno. Debiera entenderse a cabalidad que no es suficiente la voluntad de la Gobernadora y las acciones de la Secretaria de Economía. El tema no es exclusivo de economistas e inversionistas, permea todos los ámbitos sociales.

La ilegalidad, presente en casi todas las interacciones sociales
Como en todo el país,  es paradójico que los actos que no se ajustan a la ley brotan principalmente del gobierno que debería no sólo cumplirla, también  ocuparse de hacerla cumplir. El Estado ha sido asumido como burocracia, como proyecto político, como prebenda, pero no como legalidad. Como botín, si nos atenemos a los recientes cortes de caja, lo mismo en el gobierno estatal, en algunos municipios, partidos políticos y en no pocas representaciones en el Congreso incluso.

En prácticamente todas las interacciones sociales se percibe el déficit de legalidad. Igual en el elemental respeto a la propiedad privada con las ilegales invasiones de tierra y la indebida apropiación de los inmuebles y espacios públicos, que en el respeto al ordenamiento urbano. No digamos en el incumplimiento de la legislación en materia de asignación de obra pública, transparencia y rendición de cuentas.

La aplicación de la ley es discrecional; es vista como aspiración, no como norma
La añeja percepción generalizada de que la ley es letra muerta, que sirve a los poderosos y que los gobiernos la aplican discrecionalmente sigue vigente y moralmente desincentiva su obediencia. Sabemos desde luego que nada justifica el incumplimiento pero también que hay mucho de razón es ese sentimiento colectivo. La Constitución y el marco jurídico son vistos como símbolo, como aspiración, no como norma obligatoria.   

Una larga lista de leyes aprobadas y reglamentaciones duermen el sueño de los justos en espera de su aplicación. De transparencia; de participación ciudadana; para el uso eficiente de los fondos de pensiones; para garantizar servicios municipales de calidad. Hay leyes y reglas no aplicadas en prácticamente todo que contradicen su propósito y el ideal de brindar certidumbre jurídica. 

Más que nueva legislación lo urgente es restituir la legalidad, darle vigencia al Estado de Derecho, un imperativo que va más allá de la promoción económica. El necesario clima de inversión y las estrategias convenientes las conocen e impulsan los economistas, el imperio de la Ley es un principio democrático, una exigencia ciudadana y un compromiso irrenunciable para los poderes públicos.


Que mercado y sociedad exijan un gobierno confiable y eficaz debiera preocupar a una sociedad política que no parece enfocada del todo a esos propósitos. La honestidad es el resultado de ejercer el poder asumiendo la responsabilidad jurídica que conlleva. La eficacia, deriva del grado de responsabilidad política en el desempeño. Las características que Max Weber atribuyó a los liderazgos con vocación para la política. El compromiso fue ya valientemente anunciado, esperemos que las élites estén a la altura del reto.