Por Fernando Villa E.
El disparo de la fusilería provocó un estruendo
multiplicado por el eco de tanto cerro. Los guaymenses, más que de miedo, se
alebrestaron a la rabiosa defensa de lo suyo. El ataque de los franceses
escupía la muerte sin cesar, inmisericordes en su ambición por agenciarse esta
tierra harto apetecida.
El calor del 13 de julio de 1854 parecía incendiarse de
tanto fuego de cañón y fusiles; de tanto grito, maldiciones y valentía por
doquier.
A pocos minutos de las dos de la tarde inició el fiero
combate. No había lugar para la indecisión: era vencer o morir en la encomienda
dictada por la patria, por las mujeres, por los hijos y los hijos de quienes
vendrían después.
Gral. José María Yañez |
Los urbanos y militares formaban un sólido ejército bajo el férreo mando de José María Yáñez, el general que inmortalizaría su nombre con la defensa de la plaza.
A ellos se sumó un valeroso batallón de guerreros de la
tribu yaqui, cuya participación ayudaría a determinar el curso de la batalla. Al
frente de los bien armados mercenarios, el conde francés Gaston Raousset de Boulbon pretendía apoderarse del puerto e
iniciar el desgarramiento de la nación.
“Títulos en regla nos aseguran a mí y a mis compañeros la
mitad de todos los terrenos, minas, placeres, donde yo planté mi bandera”, había
dicho.
Y sus planes
estaban en marcha
Los patriotas mexicanos se pertrechaban de valor, bien
prestos a derramar hasta la última gota de sangre para resistir la cobarde
agresión. Aunque había incursionado en otras ocasiones al puerto, el aventurero
galo desconocía el valor con que estaban forjados los hombres y mujeres de esta
tierra.
En aquella época, de acuerdo a algunos historiadores,
Guaymas contaba apenas con 2 mil habitantes entre hombres, mujeres, niños y
ancianos. Los atacantes eran casi 420 en gran parte franceses, aunque había de
otras nacionalidades; todos bien entrenados y mejor provistos de armas.
Llegaron juntos desde San Francisco, California, gracias
a la torpeza del cónsul mexicano Luis del Valle. Conociendo el gobierno de
López de Santa Anna que el conde reclutaba gente para una expedición a Sonora,
se giraron instrucciones para desarticularlos.
Se planteaba su contrato para enlistarlos al Ejército
mexicano y remitirlos a Guaymas, Mazatlán y San Blas en partidas no mayores de
cincuenta hombres. Sin embargo, el cónsul del Valle embarcó a los cuatrocientos
con destino a este puerto, a donde arribaron el 24 de abril a bordo de la
fragata Challenge.
A Yáñez le fue imposible cumplir la orden de reembarcar a
los franceses, pues no tenía dinero ni modos de convencer a un grupo tan
numeroso y rebelde en su mayoría. Durante varias semanas les dispuso un
establecimiento, a la altura donde hoy se encuentran la calle 25 y avenida 16.
Pero los mercenarios seguían simpatizando con Raousset,
que esperaba la oportunidad para reunírseles y cumplir su gran sueño de
conquistar Sonora o morir en el intento.
Paradojas del destino nacional: el conde había ya
demostrado su rapacidad cuando el 14 de marzo de 1852 tomó Hermosillo derrotando
al general Miguel Blanco. Luego de que Blanco recuperó la plaza, se firmó un
convenio mediante el cual Raousset y sus hombres fue-ron liberados.
“No, no he renunciado... ¡Volver a Sonora es el único
pensamiento de mi vida!”, expresó días después.
Las ambiciones del francés empezaron a vislumbrarse y el
25 de mayo de 1854 salió de San Francisco en la goleta Belle con 180 rifles y
municiones para reforzar a sus hombres acantonados en el puerto sonorense.
Aquella nave que en sus entrañas llevaba la muerte,
pólvora y filosos aceros para arrancar el corazón y la voluntad a los
guaymenses, atracó en la bahía durante la noche del 1 de julio. Raousset se
entrevistó con el general Yáñez con al ánimo de engañarlo y ganar tiempo para
sus aviesos planes; mientras, había repartido en secreto las armas entre los
franceses acuartelados.
Las pláticas conciliatorias del general mexicano
fracasaron y la situación se volvió tirante, insostenible. Un clima de guerra
sustituyó a la apacible brisa del mar.
Los invasores estaban determinados a conseguir la
victoria e iniciar el desgajamiento de Sonora. Pero más dispuestas seguían las
tropas nacionales y los urbanos, echándose valor unos a otros para soportar la
acometida y salir airosos de aquel reto que les imponía su histórico destino.
La sangre
derramada
El general José María Yáñez había dispuesto todo para la
defensa: concentró a las tropas disponibles y convocó a los urbanos a repeler
la inminente agresión. Sabían todos que estaba en juego el destino de Guaymas,
la integridad de Sonora y la fortaleza de la nación.
Para entonces, el conde Raousset ya había arengado al
batallón de mercenarios galos con las siguientes palabras: “Los miserables
contra quienes vais a pelear son los mismos que ya conocéis. Podéis considerar
como segura la victoria que os pondrá pronto en posesión de Guaymas; sus
riquezas y hermosuras serán vuestras para gozarlas hasta el límite”.
Formuló un plan de ataque en cuatro compañías para atacar
el cuartel mexicano por el frente y la retaguardia, lo mismo que para tomar el
fortín cercano a la playa.
Desde su bastión, ubicado donde ahora está la calle 19,
el general Yáñez dirigía el fuego de los soldados, daba órdenes a los
artilleros y colocó francotiradores para repeler el ataque. Minutos después de
las dos de la tarde empezó el combate, cuando la cuarta compañía francesa
intentó tomar el fortín de la playa. Fueron rechazados por los valientes
mexicanos.
Sin embargo, por momentos pareció que la victoria
coqueteaba con la gente de Raousset cuando sus francotiradores abatieron a los
artilleros nacionales. El general Yáñez reordenó la posición de los cañones
mientras los disparos de fusil atronaban por todas las calles y rincones del
puerto. La lucha era encarnizada, sangrienta.
Las horas parecían minutos, el fuego era intermitente y
el arrojo de los nacionales les permitió tomar la ofensiva. El Conde que
participaba con la primera compañía empezó a recular.
Después de huir en desbanda hacia el lomerío contiguo al
cuartel, Raousset y lo que quedaba de los suyos huyeron hacia el consulado de
Francia, jefaturado por José Calvo.
La cuarta compañía
de los agresores no corría mejor suerte
Un ataque de los valientes guerreros yaquis dispersó a
ese cuerpo de batalla, algunos de sus miembros se refugiaron en el hotel Sonora
(hoy Serdán y calle 21). Cuando el edificio fue recuperado a fuego de
artillería y fusiles, la batalla del 13 de julio prácticamente había terminado.
Eran alrededor de las seis de la tarde. Todavía no sonaba
el último disparo cuando la Belle partió en dos la bahía, zarpando hacia alta
mar con casi sesenta pavoridos franceses a bordo. El vicecónsul Calvo, gentil
diplomático ajeno a la reyerta traicionera, había izado la bandera blanca
pidiendo clemencia para sus compatriotas.
Las calles de Guaymas, sobre todo entre el sector que hoy
comprende de la calles 19 a la 25, estaban cubiertas de cadáveres franceses y
mexicanos, rodeados de más de cien heridos envueltos en ayes de dolor. La
sangre generosa de los heroicos combatientes nacionales no se derramó en vano:
con su sacrificio habían derrotado la infame agresión.
En total resultaron muertos 15 mexicanos y 55 más fueron
heridos, entre ellos el subteniente de los urbanos Wenceslao Iberri. Por su
parte, 63 franceses pagaron con su vida el haber acatado los envilecidos
arrebatos de Raousset; a los que se sumaron 65 heridos; 74 prisioneros y 159
rendidos a discreción.
Durante poco más de cuatro horas de combate, el puerto
todo se estremeció con más de 80 estampidos de cañón y alrededor de 15 mil
disparos de rifles y fusiles. Raousset entregó su espada, postrado ante la
determinación patriótica del batallón mexicano, del pueblo de Guaymas y de los
indígenas yaquis.
Los febriles sueños de conquista del infortunado conde
derivaron en su muerte, cuando fue fusilado 29 días después tras un Consejo de
Guerra. Corrieron con el viento las noticias sobre la jornada gloriosa de este
puerto, alcanzando niveles internacionales y por todos los rincones del
territorio nacional.
“En Hermosillo hubo inmenso júbilo y las calles resonaron
con gritos y vivas a la República y mueras a los extranjeros”, rezaba el
periódico Daily Herald de San Francisco, California.
El general José María Yáñez, oriundo de la capital del
país y bragado en otras contiendas por la defensa de la patria, fue reconocido
por la notable batalla del 13 de Julio. Pero más que los tributos y posteriores
desavenencias recibidas del exterior, el insigne general estuvo cierto de haber
dejado memoria en este puerto.
Aquí permanecen su victoriosa espada, sus restos mortales
y un aprecio que más allá de los siglos le brindará Guaymas al haberlo
conducido por la senda del heroísmo, del cual se siente un inmenso orgullo.