martes, 30 de junio de 2015

¿Al diablo las instituciones?...Y la convicción de Claudia Pavlovich

Por Jesús Susarrey
Es moda el elogio de lo ciudadano y el reproche a lo político. Nada más popular que la saludable crítica  a los partidos y a los gobiernos de todos los niveles que no pasan por buen momento. El escrutinio ciudadano de los temas públicos es desde luego motivo de celebración pero la exaltación de la anti-política a costa del debilitamiento de las instituciones o su menosprecio debería concitar reflexión.
Una democracia sin instituciones es un salto al vacío y a veces parece que se trata más de destruirlas que de corregirlas, como si ellas fuesen las responsables de los contrasentidos y despropósitos de los actores políticos. Cierto que la irritación ciudadana es justificada porque la llamada sociedad política está muy por debajo de la ética que suponen los principios liberales. Sin embargo, es innegable que en nuestra democracia -pese a claroscuros– no todo es calamidad.
Están vigentes derechos de tradición liberal que permiten la convivencia pacífica; sigue presente el enfoque sociológico del pensamiento socialdemócrata que apunta hacia el bienestar social –cierto que hasta ahora insuficiente- y; las elecciones libres son hoy día la herramienta para elegir representantes. Los dispositivos normativos establecen con precisión lo que debe de ser pero sabemos que algunos no se cumplen, que demeritan su calidad y que la realidad es distinta. No hay democracia sin demócratas es ya axioma clásico, pero es innegable que hay mucho que abonarle. 

Los desatinos, responsabilidad de los actores no de la democracia.
Las desdichas que provoca la “partidocracia”- entendida como la sobreposición del interés particular y el partidario al interés general - que trastocan y anulan los procedimientos democráticos - es responsabilidad de los actores pero no de la democracia representativa como forma de gobierno. Del aprovechamiento de sus ventajas procedimentales resultó la eficacia del voto de castigo y sus alternancias -como la de Sonora; el triunfo de candidaturas ciudadanas y; un nuevo mapa del pluralismo en el que retroceden los partidos mayoritarios, se robustecen los minoritarios y emergen nuevas fuerzas.
Los resultados del 2015 no son producto del derrocamiento del tirano, no es la “primavera mexicana”. El voto de castigo que alternó poderes, que premió a candidatos ciudadanos, a partidos pequeños y negó avance a los mayoritarios fue posible por la eficacia de las instituciones, viciadas e imperfectas pero a veces también incomprendidas.

Los liderazgos impulsan soluciones pero las procesan las instituciones.
Sería una ingenuidad suponer que la expresión del hartazgo ciudadano en las urnas, es suficiente para expulsar de la política los desaseos, la impunidad y los abusos de poder. Los resultados de gobierno se logran con políticas publicas. Elegir a quienes proyectaron  voluntad y capacidad para ello como el caso de la gobernadora electa Claudia Pavlovich es un avance importante pero no garantiza que la coalición de intereses diversos a los que responde la “partidocracia” sea derrotada automáticamente con su arribo al poder ejecutivo.
Las soluciones articuladas las impulsan los liderazgos políticos pero se procesan en  instituciones sólidas y plurales. Eficientar por ejemplo la rendición de cuentas exige actualizar el marco normativo e institucional y armonizarlo con la fiscalía nacional anticorrupción; robustecerlo con la participación ciudadana efectiva como propuso la Gobernadora electa  y de un Congreso que actué como verdadero contrapeso, que vigile a los poderes establecidos y perfeccione leyes. Es necesaria la colaboración comprometida de todos los poderes y niveles de gobierno y de todas las fuerzas.

La irritación ciudadana: justificada pero infecunda.
Es por ello que exacerbar el hartazgo ciudadano más allá de las urnas y del deber de exigir puede volverse infecundo. La discusión pública y la crítica entendida como descernimiento que busca la verdad y evidencia error o falacia son principios básicos de la democracia liberal, pero extralimitarse y permitir el encono hacia las instituciones, incluidos los partidos, conlleva el riesgo de tergiversar el propósito de fortalecerlas y de encontrar soluciones eficaces.
El compuesto institucional de hoy ha sido dinamitado por el clientelismo político de grupos de poder que impacta en sus procesos principales -acceso, ejercicio de los poderes públicos y rendición de cuentas-. Exigirles que terminen los desaseos es un derecho y un acierto, pero la solución esta justamente en el fortalecimiento de las instituciones. Socavarlas es un contrasentido que tira por la borda conquistas liberales. Las candidaturas ciudadanas que terminan con el monopolio partidista del acceso al poder es un ejemplo de solución institucional, pero se trata ampliar el derecho ciudadano, de obligarlos democratizarse para competir, no de suprimirlos.  

La convicción por las instituciones de la gobernadora Claudia Pavlovich
Alienta la atinada e institucional postura de la gobernadora electa Claudia Pavlovich. Citemos por ejemplo el tema de la obligada rendición de cuentas del gobierno saliente. Muy puntualmente afirmó que no habrá la tradicional “cacería de brujas que fabricaba culpables pero tampoco exoneración de los que son”. Algunas de las voces que más allá del justo reclamo solicitan linchamiento, levantan la ceja en lugar de celebrar. Cierto que es entendible que de la percepción ciudadana de un escandaloso desaseo brote frustración y rencor. El escrutinio no debe omitirse, pero en democracia la deshonestidad debe ser castigada sistemáticamente por las instituciones –sin discusión- en cumplimiento de la norma y no en la efímera hoguera pública sexenal.  
Es una obviedad pero vale repetir que las instituciones democráticas procesan intereses diversos, pretenden garantizar el imperio de la ley e instalan gobiernos honestos y eficaces. Suprimen al reino de los caprichos y las ocurrencias, deben actualizarse pero no las mandemos al diablo.