Ventura Cota Borbón
Yendo rumbo al Valle de Guaymas y Empalme, dos
kilómetros antes de llegar al ejido Gral. Lázaro Cárdenas del Río se encuentra
un poblado o ranchería llamada La Jaimea.
Me preguntaba la razón del nombre tan extraño
y por casualidad, ayer, mientras releía el libro “Guaymas, allá por los
novecientos”, escrito por el profesor Juan
Ramírez Cisneros, el ex cronista hace mención a dicho nombre.
Del matrimonio Tezal-Jaimea nació Jupán, una
hermosa princesa que fue llevada a lo alto del cerro Tetas de Cabra –Tákala-,
con el objeto de que al exponerla al Sol, la nueva heredera se llenara de vida,
sabiduría y fuera feliz eternamente.
Jupán cuando se hizo mujer se enamoró de
Sonot, quien era un guerrero nacido en una tribu contraria a los Guaímas. Ambos
vivieron –mientras pudieron-, un romance que duró hasta que ambas tribus
rivales se percataron de la relación.
Un día, ya descubierta, la pareja fue perseguida
y desde la cima del cerro Tetas de Cabra, mirando que no serían aceptados, se
lanzaron y fueron devorados por las aguas del mar. Dice Juan Ramírez, que de la
pareja jamás se supo nada más.
Asegura la leyenda que cuando la luna tiñe de
plateado las aguas y la suave brisa peina las olas, Jaimea y Sonot, aparecen
tan enamorados como siempre.
Cada lunes llevo a mi hija Melina al ejido
Lázaro Cárdenas en cuya escuela es maestra y los viernes regreso por ella y
cuando pase por La Jaimea, vendrá a mi mente la hermosa leyenda, que
inmortalizó a esa idílica pareja: Jaimea y Sonot.