miércoles, 7 de agosto de 2013

El jinete del caballo blanco

Lic. Alma Angelina Campos Uriarte
Crac…crac…crac…, los cascos de un caballo eran música jacarandosa para nuestros oídos. Fue costumbre de los guaymenses, oír y ver a don Ramón Molina, montando en su caballo blanco, montura de vistosos colores, de crin bien peinada y esponjada. Vivía por la Av. Abelardo L. Rodríguez, con su esposa y una familia numerosa.

Doña Chuy, su esposa, era una señora robusta de gruesa trenza canosa sostenida en un gran molote en la nuca, vestido de grandes faldas, de medio luto y blusas blancas. 

Con aspecto pulcro, curaba empachos y levantaba molleras a los hijos de los vecinos. En su casa, en el centro del corredor se montaba una gran hornilla siempre encendida, ocupada por grandes ollas, se podía oler el cocido que vendía. Nosotros le comprábamos cuando nuestra madre estaba enferma y decía “llénale la olla de la Ana, tiene muchos pelones y también mándale arroz”.

En el gran patio estaba don Ramón que peinaba a su caballo y le daba  de comer. Era de complexión delgada, de baja estatura, cabello cano de grandes bigotes que rodeaban sus mejillas, vestido de vaquero, pantalón obscuro con botas, camisolas vaqueras de colores llamativas y amarrado a su cuello, mascadas que hacían juego con su vestimenta. 

Sus espuelas brillantes al parecer de plata, hacían mucho ruido cuando caminaba. Se ponía su sombrero de lado cuando en las tardes montaba su caballo y salía a la calle caracoleando, y más cuando veía a las muchachas jóvenes y bonitas que pasaban por la calle, y en una forma graciosa las rodeaba.

Era costumbre verlo, ya que nosotros jugábamos afuera de nuestras casas después de realizar nuestras tareas de la escuela. La calle se encontraba recién regada, olía a mojado.

Nos divertía ver este personaje de nuestra calle a quien siempre respetamos y admiramos porque nos llamaba mucho la atención la forma de montar su caballo, forma de vestir, su galantería con las damas, sin faltarles el respeto. Un guaymense de la calle trece.