sábado, 15 de octubre de 2011

Ya son tres décadas (Edición No. 226, Colaborador)

Por Fernando Ramírez Arballo
El hablar de Dios siempre resulta un tema infinito y en ocasiones hasta polémico, no deseo profundizar en tal o cual religión, pero sí en la magia que envuelve a ese ser maravilloso creador de todo lo que nos rodea.
Me jacto que desde edad muy temprana tuve una instrucción religiosa en forma y que además me forjó en el aspecto moral como un buen sujeto, por lo menos eso creo.
Mi madre en gran parte fue quien sembró la semilla de Dios en mis entrañas, debo reconocer, que en todo momento de mi educación estuvo al pie del cañón exigiéndome la disciplina religiosa.
Reconozco honestamente que durante un buen período de mi existencia me alejé de mis obligaciones católicas, la juventud, “los amigos” y un sinfín de argumentos pueriles ocasionaron ese deslinde de mi fe cristiana.
Pero como mencioné líneas atrás esa semilla sembrada por mi progenitora germinó y en su momento me iluminó para regresar a donde siempre pertenecí, y lo digo con la frente en alto, a la iglesia católica.
En la primer quincena de octubre estaré en la antesala de mi tercera década de vida, momento muy adecuado para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre mi andar por este mundo; soy hombre joven pero ya con una leve experiencia que me permite discernir con criterio personal una definición de lo correcto o incorrecto, moralmente hablando, reitero, definición muy personal.
Los contextos vivenciales cambian, las necesidades y la mentalidad misma con la que afrontamos la cotidianidad también, antes; la diversión, la escuela, los “amigos” imperaban mi entorno, hoy, mi mujer, hijos y escasos pero verdaderos amigos me rodean.
El despertar y ver a mis pequeños hijos, Fernando y Mateo de tres y un año, respectivamente, me llena de una alegría y un gozo infinito difícilmente de pormenorizar, el compromiso y la obligación que se tiene hacia los hijos es el verdadero sentido de nuestra vida, es ahí donde debemos aplicar nuestras mejores estrategias de educación y sobre todo el ejemplo idóneo que formará en un futuro a un hombre que se habrá de incorporar a la sociedad.
Arduo trabajo este de la paternidad.
Lo he dicho en miles de ocasiones, satisfecho estoy con la instrucción familiar que recibí de mis padres y hermanos, anhelo y trabajo en que algún día mis hijos puedan pensar lo que yo exactamente escribo en este momento.
La fortaleza que me da la instrucción religiosa es el arma poderosísima para abatir la maldad, soberbia, egolatría entre otras cosas en las que muy comúnmente los humanos nos involucramos.

Y todavía hay quienes cuestionan la existencia de Dios, quienes despotrican sobre la doctrina cristiana, y yo les digo, ver a tus hijos crecer, reír, jugar y llenarte de felicidad en todo momento es la prueba más fehaciente de la existencia de la fe misma y de la superioridad del señor, me decía no hace mucho tiempo un amigo: “ Esa clase de diálogos con los seres que se aman es lo que hace que la vida valga la pena, por que cuando hablas con tus hijos, hablas con Dios”.
Más pruebas de la presencia de Dios no necesito.