sábado, 1 de octubre de 2011

Un minuto para reflexionar (Edición No. 225, Colaborador)

Por Aleotis
A José Martí le debemos la siguiente frase: “De la independencia de los individuos, depende la grandeza de los pueblos”.

Respecto al bicentenario de la Independencia han surgido opiniones de periodistas y estudiosos de la historia de México, en el sentido de que el cura Hidalgo era un pésimo militar e incluso se dice que ni siquiera es real la fecha del 16 de septiembre como inicio de la Indepen-dencia; por supuesto también se asevera que el Cura de Dolores no pronunció un grito.

Que él nunca dijo: “¡Viva México!”, una entidad política que no existía y que no se imaginaba en la Nueva España de 1810. (México era el nombre de la capital del vi-rreinato).

Hasta donde sabemos, ya que no hay un registro preciso de sus palabras, Hidalgo concluyó su arenga gritando ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Muera el mal go-bierno! ¡Viva Fernando VII!

Los actuales presidentes no pronuncian estas frases por que no corresponden al falso mito que hemos creado.

Han pasado doscientos un años desde que Hidalgo convocó a la rebelión en contra del mal gobierno.

Es importante entender el malestar que había en el país y que le permitió levantar un ejército popular de ochenta mil hombres en unos cuantos meses.

También debemos saber que la guerra de Independencia llevó a la postración económica al país. La historia nos enseña que la real independencia política sólo puede darla la independencia económica. Pero a doscientos un años del grito de Hidalgo, aún no la hemos alcanzado.

Reflexión tomada del Salmo XI
Sálvanos Señor que se acaban los buenos, que desaparece la lealtad entre los hombres; no hacen más que mentir a su prójimo. Hablan con labios embusteros y con doblez de corazón.

Extirpe el Señor los labios embusteros y la lengua orgullosa de los que dicen: “La lengua es nuestra fuerza, nuestros labios nos defienden”.

¿Quién será nuestro amo? El Señor responde –“Por la opresión del humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré y pondré a salvo al que lo ansía”.

Las palabras del Señor son palabras sinceras, como plata limpia de escoria, refinada siete veces.

“Tú nos guardarás Señor, nos librarás para siempre de esa gente, de los malvados que merodean para chupar como sanguijuelas, sangre humana”.