Por Miguel Ruiz Cruz
En la floreciente Ciudad de las Flores, apenas cumplido los 18 años de edad, se casaron Florentina Cona y Floritulio Peta; a los dos años del enlace nacieron los cuates Florencio y Florindo, a los seis nació una preciosa y robusta niña, Floritulia, mimada con exceso por su progenitor.
A diez años de la boda, destrozada por la diabetes murió la señora, a los ocho días y de tristeza el viudo, los padres de Floritulio. Como era hijo único, sin ningún problema heredó la amplia propiedad y el modesto negocio: “Florería Floresta”; con tenacidad y esmero lograron su prosperidad.
Los cuates alias “Los Petacones”, fueron tratados con severidad por su padre pero con suavidad por su cariñosa madre; aunque crecieron y participaron en el oficio, no nacieron con la vocación de florista; Por eso en una escuela técnica cursaron la preparatoria, uno estudió mecánica automotriz y el otro electricidad; con el apoyo de su papá (a)“Florete”, montaron un pequeño taller que, con empeño y responsabilidad lo volvieron próspero.
¿Y Floritulia? (a) “La Doctora Petacona”, por los ruegos de su papá, pero con bajas calificaciones, terminó la preparatoria; por presumida y caprichosa no quiso estudiar en donde lo hicieron sus hermanos, escogió una Universidad privada, dizque para estudiar medicina y satisfacer a su padre.
Así pues, los primeros cuatro semestres los pasó con buenas calificaciones; el quinto y el sexto bajó en aprovechamiento y subió en sus gastos; en el séptimo y octavo, apenas alcanzaron las utilidades de la florería, para cubrir sus excesos; para el noveno y décimo, don “Florete” vendió la mitad de la propiedad.
Sospechando que algo andaba mal, uno de los cuates viajó hasta la ciudad donde estudiaba su hermana, descubriendo que se había vuelto fiestera, adicta a la cocaína y explotada por su novio. Cuando le informaron a su papá de lo que hacía su consentida, se puso furioso y los acusó de envidiosos y calumniadores, los corrió de su casa diciéndoles que no quería verlos nunca, jamás.
Para terminar la carrera, don Floritulio, con todo y florería vendió la propiedad. Los cuates le regalaron una casa, pequeña pero cómoda, a su comprensible y sufrida madre, también por su cuenta corrieron los gastos de manutención de sus papás.
Cuando faltaba poco, según los cálculos de don “Florete”, para que regresara su hijita con el título de doctora, les avisaron que en un accidente automovilístico había muerto. De la sorpresa cayeron los progenitores, ambos fulminados por un infarto al miocardio. Los cuates pagaron el traslado y los funerales del cadáver de su hermana y en la misma fosa enterraron a los tres.
De pronto en el sepulcro apareció una placa con la leyenda: Aquí descansan libres de prisa/ Florentina la esposa sumisa/ Floritulia la cruz de “Florete”/ y Floritulio el viejo alcahuete.