sábado, 16 de julio de 2011

Rincón de las letras 220

La habitación rosa
Por Blanca Toledo Minutti
Mi cuarto es el taciturno recordatorio de que en un pasado, lamentablemente muy lejano, creí tener una vida.

Los sueños prevalecen impetuosos negándose a morir. Del otro lado de la casa, lejos de mi alcance y mis caricias, se instauró hace ocho años la habitación azul habitada por un hombre de más desconocido, que sin lugar a dudas sigue siendo mi marido.

Él ya no es mío y sin embargo yo le pertenezco entera, soy parte de su propiedad de la misma manera que, según él, lo son las posesiones que juntos adquirimos cuando nos queríamos.

Coexistimos como sombras de seres extintos, siempre uno al lado del otro en diferentes dimensiones, respetuosos ambos de los sitios destinados para transitar, por lo tanto, sus huellas y las mías no desembocan en el mismo cause.

Marido y mujer, señor y señora, los patrones y dueños; los que de tanto no hablarse han olvidado el sonido de su voz.

Que no le gustara leer no era motivo para romper un hogar, pero la tentación de un adiós se acrecentó en mi pecho como una mancha de tinta que no se puede diluir. Con la partida de los hijos la necesidad fue peor, ya no había forma de persuadir mi conciencia.

Y es que no fueron los engaños los detonantes de nuestra ruptura o su posición de macho; tampoco los años que se sucedieron uno tras otro sin que nos diéramos cuenta, ni las humillaciones, ni los maltratos. Fueron todas y cada una de las cosas con las que consciente o inconscientemente me hizo daño.

La oscuridad me arropó anteponiéndose a sus brazos; yo ya estaba sola mucho antes de que él transportara sus pertenencias al otro cuarto.

¿Por qué seguir entonces? ¿Qué nos hizo llegar a estos términos?
Lo de siempre, lo que acaba de hundir y empobrece el alma. Es el dinero quien nos une y nos deshace al mismo tiempo; atrapados asfixiantes porque ninguno de los dos cede, ni cederá.

En esta separación invisible no existe la repartición equitativa de esos bienes que llamamos “los tres pesos”, imposibilitándonos a clausurar.

Él no se va y de ninguna manera me iré yo, condenándonos de esta manera injusta a vivir nuestro mutismo, en una circunstancia que se llama de cualquier manera menos vida, por la prisión imaginaria que resolvimos forjar.

Por eso yo tengo mi habitación rosa y la he acondicionado con todas aquellas cosas que me hacen feliz; ahí me refugio de tanto en tanto, cuando me siento vencida y sin temores puedo deshacerme de la mujer dolida; me permito soñar sin estar dormida, como la niña que antaño jugaba con las olas del mar en ese Salina Cruz que no vuelve, mientras voy dando paso a la adolescente hasta llegar a mí, a la mujer madura que irremediablemente sigue anhelando amar.