México lindo y....
Por Miguel Ruiz Cruz
México es un territorio hermoso; y el bondadoso Creador también lo dotó de grandes recursos naturales; tantos que a pesar del brutal saqueo, todavía le queda mucho.
Este septuagenario nació en un precioso pueblito, Acala, Chiapas, adornado por los cerros, la vegetación, los ríos: Grijalva, Chiquito, Nandayusí y Nandayapa. Por eso desde que nací respiré la pureza de sus aires; desde mi niñez aprendí a disfrutar esas preciosidades y a embriagarme con el néctar de sus flores.
En agosto de 1968, cuando andaba en los veintinueve años de edad, las adversas circunstancias me obligaron a emigrar…Llegue a Ensenada, B. C. y la plácida “Cenicienta” me cautivó con la calidez de su gélida frescura, por eso pues pensé radicar ahí por el resto de mi vida. El cinco de octubre causé alta en el Dragaminas 11 de la Armada de México, en noviembre viajamos al puerto de San Diego, E U y atracamos en el muelle de la base naval militar que se ubica cerca de calle Brosway. Entonces, desde la bahía hasta las calles por donde caminé, pude observar el orden y la limpieza con que vive esa gente.
En las primeras vacaciones me fui a mi terruño por mi esposa y mis tres hijos. En enero de 1971 nos cambiaron a la base naval en Mazatlán, Sin.; solicité mi baja y me llegó con fecha 16 de mayo, de inmediato me trasladé a Ensenada, a la semana ya estaba trabajando en una peluquería, a las cuatro semanas murió don Ramón, el dueño, y la viuda me vendió el equipo y en el mismo local continué trabajando; en marzo del siguiente año me asocié con Francisco; un pariente de mi socio que radicaba en San Diego, pero el fin de semana la pasaba en Ensenada, me invitaba a emigrar a Estados Unidos, se comprometía a llevarme hasta su casa y a conseguirme trabajo en la empresa en donde él trabajaba; no me agradó la idea y por más que insistieron no me convencieron.
El 20 de marzo de 1973 me contraté de reingreso en el guardacostas Guillermo Prieto; en julio de 1975 viajamos a Guaymas y la cálida Señora me fastidió con su excesiva calidez y el aspecto de sus cerros; estuvimos más de veinte días en el varadero-astillero para la reparación del barco. Durante los diez años que presté mis servicios a la Armada, tuve la oportunidad de conocer a los más importantes puertos que México tiene en sus costas del Pacífico; y el puerto que menos me gustó fue el de Guaymas, Sonora.
Por ironías del destino, a fines de abril de 1977 nos cambiaron a la 6ª Zona Naval, precisamente, en Guaymas. A la separación matrimonial, decidí quedarme con seis de mis hijos, por eso solicité mi baja y me llegó con fecha 1 de diciembre; los primeros cinco años me desempeñé en diferentes trabajos; del diez de julio de 1982 al 5 de junio del 2005, trabajé de peluquero. A partir del 3 de diciembre de 1999 estoy pensionado por el Seguro Social; actualmente sobrevivo con una pensión de $2,095.05 mensuales. Y a Guaymas le canto así: Al verte por vez primera/ y sentirte calurosa/, con excitación severa/ te repudié por fogosa. Por los cerros adornada/, cantera de pescadores/ y a pesar de tus fulgores/ no me agradó tu fachada. Aguantando mi desprecio/ me brindaste tu cobijo/… Hoy para mí un privilegio/ es sentirme como tu hijo. Tantos años conviviendo/ me enseñaron a quererte/, me alegro de conocerte/ y lo declaro sonriendo.
Si hubiese emigrado a Estados Unidos seguramente ya fuera un ciudadano más de aquella nación y, claro, el curso de mi vida hubiera sido totalmente diferente al que tomó aquí en mi México lindo y… pirateado. Pero nunca me he arrepentido de la decisión que tomé.
Como podrán darse cuenta aquí en mi terruño y con salarios bajos me tocó capotear las peores devaluaciones del peso y las más severas crisis económicas que hemos padecido los mexicanos, gracias a la ineptitud y deshonestidad de los gobernantes y funcionarios públicos, del sistema político tan corrompido que la bien tramada complicidad les asegura la impunidad, aunque actúen por encima del imperio de la ley.
Así pues, aquí mismo, desde mi modesta trinchera y sin más escudo que el valor cívico emanado del entrañable amor que desde siempre he sentido por mi Patria, es que critico y repudio la corrupción que establecieron los marrulleros priistas; y en los veintiocho años que me quedan de vida no creo que vaya a mirar el cambio tan anhelado, porque los que llegan al poder, del partido político que sea, en vez de limpiar la porquería que durante más de setenta años derramaron los revolucionarios, se embarran con ella.