Por Alex Ramírez-Arballo**
Sin ser uno de esos señores que cacarean un sospechoso feminismo, algo que además me parece es más un acto de conveniencia política que un convencimiento ético profundo, soy -eso sí- un enemigo jurado de la injusticia, y una de esas injusticias históricas ha sido la del sobajamiento sistemático de las mujeres. Y no crea que estoy hablando de un asunto saldado, por más que se haya avanzado en materia de reconocimiento al sexo femenino; no, la cosa dista de ser tan de color de rosa.
Sin ser uno de esos señores que cacarean un sospechoso feminismo, algo que además me parece es más un acto de conveniencia política que un convencimiento ético profundo, soy -eso sí- un enemigo jurado de la injusticia, y una de esas injusticias históricas ha sido la del sobajamiento sistemático de las mujeres. Y no crea que estoy hablando de un asunto saldado, por más que se haya avanzado en materia de reconocimiento al sexo femenino; no, la cosa dista de ser tan de color de rosa.
No voy a señalar aquí estadísticas, por odiosas y cansinas, pero resulta claro que en muchas de las comunidades de nuestro país las féminas continúan uncidas a una esclavitud que, muy convenientemente (para sus verdugos, claro), consiste en la realización de oficios arduos y viles, lo que las aparta de toda participación dentro de la comunidad y de toda posibilidad de desarrollo intelectual y económico. Ahora bien, hay formas más sutiles y más próximas de marginación, como las que ocurren día a día en las sociedades occidentalizadas y en donde, por citar el ejemplo clásico, el salario que se les paga a las mujeres sigue estando considerablemente por debajo del recibido por sus homólogos masculinos.
Creo que el trabajo gratuito que las mujeres han realizado durante siglos, y que siguen realizando, para lograr la consolidación de nuestra civilización es, de más está decirlo, invaluable. Como parte de nuestras asignaturas pendientes debe ocupar un primerísimo lugar el de la consecución de una sociedad plenamente humanizada, es decir, un estadio histórico en el que sean las responsabilidades cumplidas, los talentos, la disposición, y no los estigmas heredados, quienes mejor nos representen. No es ocioso pensar todas estas cosas, más bien todo lo contrario, es dolorosamente urgente.
Siempre me he considerado un humanista y más concretamente un humanista cristiano; pues bien, nadie que no asuma este deber moral, el de asumir la humanidad plena de las mujeres, posee autoridad para abordar cualquiera de los temas morales de nuestro tiempo.
P.S. Conozco mujeres que han renunciado voluntariamente a la maternidad y que observan con cierto mohín esta fecha nuestra del diez de mayo. Creo que se equivocan plenamente, pues no veo en el acto de rendir homenaje a nuestras mamás, nuestras heroicas mamás, absolutamente nada que contravenga la lucha que persigue la igualdad (con reconocimiento de las diferencias, claro está) de los dos sexos. Yo celebro a la dolorosa distancia la dicha de contar todavía con mi madre, a quien tantas cosas les debo, sobre todo en el campo de los valores civiles y religiosos. Va pues, para ella y para todas las madres que posen sus ojos en esta columna, un abrazo cálido, humanísimo.
** Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com