Por Alex Ramírez-Arballo ***
Me resisto a creer, con todas las fuerzas de que soy capaz, que en este mundo en el que vivimos se imponga una ley fatal: la maldad. Dirá usted, querido lector, que ya voy empezando mal mi columna, que estoy, en el "menos peor" de los casos, pecando de ingenuo. Aceptaría tal crítica si usted me brindara un par de minutos de su vida para explicarle el porqué de estas cosas que voy diciendo.
Salgo a la calle y lo primero que veo es la vida natural, es decir, el mundo que se rehace cada mañana para que vivamos en él los seres humanos, los animales y las plantas. Todo parece en orden, todo parece movilizarse en una perfecta alianza. La gente, tú y yo, abandonamos la seguridad del hogar y salimos a caminar por el mundo a hacer nuestro día, luchando por cada respiro, cada gesto y cada manifestación de nuestra inteligencia; no es difícil ver cómo es que la mayoría de nuestras acciones benefician, de un modo u otro, a los demás.
De nuestro pensamiento brotan flores, literalmente, y esas flores -las ideas, se entiende- van a dar al río de la semana. Voltee a cada uno de los puntos cardinales y va a encontrar huellas de la vida que fue, de aquellos que vivieron antes que usted y que transformaron la materia con su inteligencia y su esfuerzo: cada calle, cada casa, cada plaza y cada sembradío son la huella del difícil peregrinaje de la humanidad en este mundo.
El amor es callado y opera con sigilo. Los sueños, las ilusiones y las esperanzas que legítimamente poseemos se mueven con pasos callados mientras que, en contraposición, la maldad es grosera y estruendosa; como que reclama la atención, como que desea convencernos de su omnipotencia. Todos los días, a toda hora, en lo invisible del hogar se gana una lucha, se realiza un gesto de humanidad que desea perseverar y construir. No, que no lo engañen los medios ni las charlas de café: los seres humanos tenemos en nuestro corazón una irrenunciable vocación de bien que nos redime siempre.
P.S. A propósito de medios, resulta doloroso ver cómo es que se solazan en la exhibición de la miseria humana. Lo hacen, claro está, para acaparar la angustiosa atención de la audiencia. Los errores y desviaciones son, por mucho, más atractivos que un acto bueno. Los medios nos engañan y nos encarcelan en la ansiedad, nos enceguecen y nos convencen de que no hay más destino que el sufrimiento cotidiano. ¡Nada más falso!
** Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com y su página web www.orbired.com