Por Alex Ramírez-Arballo **
Soy un convencido de que la comunicación, si es buena y precisa, termina convirtiéndose en comunidad y comunión. El ser humano tiene una vocación natural para el contacto y para el establecimiento de relaciones sumadas que son la sustancia misma de la historia. La humanidad no es un grupo de hombres solos sino una entidad colectiva y dialogante, un cuadro dinámico y de conjunto. Por ello es que toda acción que busque el beneficio de la humanidad ha de empezar por promover canales más efectivos de comunicación; en ese sentido los medios tradicionales tienen una responsabilidad enorme y deben, si es que quieren ganar el respeto de su audiencia, ser claros, directos y humanísimos.
Soy un convencido de que la comunicación, si es buena y precisa, termina convirtiéndose en comunidad y comunión. El ser humano tiene una vocación natural para el contacto y para el establecimiento de relaciones sumadas que son la sustancia misma de la historia. La humanidad no es un grupo de hombres solos sino una entidad colectiva y dialogante, un cuadro dinámico y de conjunto. Por ello es que toda acción que busque el beneficio de la humanidad ha de empezar por promover canales más efectivos de comunicación; en ese sentido los medios tradicionales tienen una responsabilidad enorme y deben, si es que quieren ganar el respeto de su audiencia, ser claros, directos y humanísimos.
Es nuestra época, sin embargo, un tiempo de solitarios. A donde quiera que uno voltee encuentra invitaciones a la soledad, a la segregación y el solipsismo. Las delicias de la pantalla son siempre los placeres onanistas del consumo y todo asomo de goce social es considerado algo añejo, algo remoto. Eso es claro en el mundo del arte, por ejemplo; pero lo es también en otras esferas, como en la política, donde los actores de tal disciplina viven encerrados en un universo paralelo al que los mortales ordinarios, como tú y como yo, no tenemos acceso alguno. Basta escuchar el discurso deliberadamente vacío de los políticos para darnos cuenta de que lo que menos preocupa es consumar esa comunicación de la que he hablado.
En el México nuestro, en nuestra patria de hoy, sangrada y peregrina, hace falta como nunca -así me lo parece- una pedagogía del encuentro, una vocación común para lograr acuerdos y pactos verdaderos. La patria no vive fija a perpetuidad en los libros de historia y en las estatuas de las plazas públicas, no; la patria es humana, tiene carne y siente, y necesita, como cualquier persona, la experiencia del acompañamiento, de la palabra y la cercanía de los semejantes.
Quien no se comunica, quien no abre su corazón a los demás, muere, y muere tras de hacer de su vida una larga y dolorosa agonía.
P.S. Si pudiera volver a mi país, situación que cada vez se vuelve más nebulosa, me encantaría trabajar con los más jóvenes. Creo que en la juventud se esconde un deseo natural y humano de colaborar con los demás y, en ese sentido, las nuevas generaciones son siempre (y lo han sido) el semillero de las esperanzas. El trabajo de los voluntarios es fundamental en el desarrollo de cualquier sociedad y en mi experiencia son los más jóvenes quienes siempre asumen estas faenas con mayor entusiasmo. Cuánto bien no se esconde en esas manos que aún se encuentran ansiosas por hacer el mundo y cuánta dicha también en esa forma activa del amor que es el trabajo social.
** Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com y su página web www.orbired.com