lunes, 31 de mayo de 2010

El Potrero del Llano, una historia de mar (Edición No. 193, Colaboración)

Por Fernando Villa E.
Ya nos fregaron, Froylán!”, gritó Guillermo al sentir la brusca sa-cudida del buque y su inclinación a babor por el impacto recibido. El joven maquinista del “Potrero del Llano” se sintió alarmado, observando el miedo en la cara de todos.

Un poderoso torpedo del submarino alemán U-564 había dado en el mero centro del petrolero mexicano que surcaba el Golfo de México a quince millas de Florida, Estados Unidos.

Guillermo León Medina y sus com-pañeros sintieron sobre sus cabezas una gran cantidad de diesel a través de las lumbreras del cuarto de máquinas que tornó más negro el panorama.
Era casi la medianoche del 13 de mayo de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. De apenas 22 años de edad, el inge-niero mecánico naval Guillermo León Medina operaba como cuarto maquinista en el buque de 3,992 toneladas brutas y 352 pies de eslora.

Originario de Mazatlán, Sinaloa, pero avecindado en Guaymas durante casi medio siglo, reveló los aconteceres de aquella tragedia para la marina mercante nacional.

A las diez horas del nueve de mayo de 1942 el buque “Potrero del Llano” partió de Tampico hacia Nueva York, cargado con 40 mil barriles de diesel.

La misión era continuar el abastecimiento de combustible a la Armada de los Estados Unidos que se encontraba en guerra con las potencias del Eje: Alemania, Italia y Japón.

El miedo, en tierra

“A las ocho de la mañana del trece de mayo empecé la guardia en el cuarto de máquinas sin novedad; a las 23:00 horas recibí la orden de que estuviera pendiente, pues se había detectado una luz que nos seguía.

“Llegamos a creer que se trataba de alguna nave norteamericana que nos pediría alguna señal de identificación por ser tiempos de guerra”, relató León Medina.

Exactamente a las 23:55 horas fue la explosión que no pudieron escuchar por el ruido de las má-quinas; pero la percibieron por el movimiento irregular del barco y los cientos de litros de diesel que les cayeron encima.

Con treinta y cinco años de trabajar para Petróleos Mexicanos (PEMEX), el sobreviviente de aquel capítulo de guerra hacía pausas para acariciar el blanco pelaje de su perro.

“Sí, antes de zarpar sabíamos que nuestras vidas estaban en riesgo, pues a pesar de que nuestro país se había declarado neutral en la SGM, la belicosidad fascista no hacía distinciones”, comentó.
Y lo alemanes guardaban recelo ante la decisión del gobierno mexicano de continuar sus abastecimientos de combustible a los Estados Unidos.

Con una sonrisa de ironía, Guillermo León recordó que a pocos minutos de zarpar varios tripulantes del “Potrero del Llano” se negaron a realizar la travesía y echaron pie a tierra.
Los desertores fueron enca-bezados por el capitán Juan Ávalos Guzmán: “¡A mí no me hacen picadillo!”, expresó el oficial a manera de argumento.

Por lo anterior, un oficial de la Armada de México asumió el mando de la nave con 35 tri-pulantes a bordo. Fue el último viaje de ese capitán, Gabriel Cruz Díaz, muerto en la explosión.

Infierno en el mar

Totalmente “negros” por el diesel, los hombres del área de máquinas tuvieron la certeza de que el barco había sido impactado por un proyectil.

“Salimos a cubierta el engrasador Froylán Cruz, el fogonero Salvador Olmedo y yo. Nos sorprendimos al ver que el puente de mando estaba destro-zado por completo y unas gigantescas llamas de casi cien metros devoraban el resto del navío”.

La situación era terrible entre unos hombres acostumbrados a faenas nada relacionadas con la violencia, relató.

En cubierta encontraron a varios oficiales y como el barco seguía en movimiento le ordenaron bajar al cuarto de máquinas para detener su funcionamiento y apagar las calderas.
Guillermo se introdujo hasta las entrañas del buque, quince metros debajo de la cubierta y cumplió la orden para retornar con sus compañeros.

“No puedo decir que en ningún momento sentí miedo. A la edad de 22 años lo que sobra a cualquier joven es arrojo”, manifestó quien poco tiempo después se casó con la guaymense Bertha Ulloa Nogales.
Pero entre las llamas, el humo y los gritos León Medina sentía confusión, aturdimiento por la magnitud de aquel desastre que, entre otros de la época, marcó a la flota petrolera nacional.
Ya estando la nave al garete varios sobrevivientes se lanzaron al mar temiendo que el barco estallara en cualquier momento.

Nadaron alejándose del buque lo más rápido posible; apañaron un tablón y empezaron a patalear para acelerar sus movimientos.

Entre la negrura de la noche y el oleaje del mar escucharon ruido de motores. Surgió un grito de pánico: “¡Es el pinche submarino, nos viene a rematar!”.

Unos se sumergieron por instantes, otros se quedaron quietos. Casi ninguno respiraba. Estaban casi muertos de miedo.

“Aquello fue terrible, llegamos a pensar que nuestro fin había llegado. Los segundos fueron eternos”, recordó el entonces joven maquinista.

Por fortuna, de entre la bruma surgió un guardacostas de los Estados Unidos cuyos tripulantes rescató a todos los náufragos.

Al rato otras veinte embarcaciones norteamericanas y algunos aviones rastrearon la zona en busca de más sobrevivientes.

Sólo 21 de los 35 tripulantes del “Potrero del Llano” corrieron con suerte. Con la explosión fallecieron el capitán Cruz Díaz, tres oficiales, dos bomberos, dos cocineros, un carpintero, un mayordomo y cuatro mexicanos más.

Homenajes

Después de tantos años transcurridos, el ingeniero León Medina, recordó con agradecimiento el trato que le dieron las autoridades del país del norte y en especial la Cruz Roja.

Diez días después el pueblo de Monterrey, Nuevo León, los recibió con mucho cariño en una manifestación donde participaron miles y miles de personas.

Fue una bienvenida sincera, fraternal y solidaria de una parte del pueblo mexicano que sabe querer a su gente.

Sin embargo, hasta 1992, medio siglo después de la tragedia, las autoridades de PEMEX no les había hecho ningún reconocimiento, ni si-quiera simbólicamente a través de un simple papel.
Guillermo León recibió un homenaje del Comité de Festejos Conmemorativos de Guaymas en 1988 y 1992, ambos el primero de junio al celebrarse el Día de la Marina.

Su esposa Bertha Ulloa, con quien formó una sólida familia con cinco hijos y varios nietos, fue honrada en abril de 1990 como madrina del abanderamiento del remolcador “PEMEX 50”, a invitación de las autoridades navales y municipales de Mazatlán.

Con justificado orgullo, aquel maquinista del “Potrero del Llano” mostró las medallas de oro y plata recibidas en 1969 y 1972 por su participación en el mantenimiento de la flota de Pemex a bordo del remolcador “Plan de Ayutla”.

Y no se hundió

...Contrario a lo manifestado por muchos el “Potrero del Llano”, aquel barco impactado por un poderoso torpedo alemán nunca se hundió.

Una vez apagadas las llamas que consumieron toda su cubierta, fue remolcado por embarcaciones nortea-mericanas hacia la isla “Los Mosquitos”, frente a Florida.

Tras la agresión al navío tripulado por aquellos 35 valientes el 13 de mayo del 42, los submarinos alemanes arre-metieron días después contra varias naves nacionales.

Días después fueron atacados los buques “Faja de Oro”, “Tuxpan”, “Choapas”, “Amatlán” y el mercante “Oaxaca”; alrededor de cuarenta mexicanos perecieron en el cum-plimiento de su deber.
Hasta entonces el presidente Manuel Ávila Camacho se decidió a declarar la guerra a las potencias del Eje, dirigidas por Hitler, Mussolini e Hiroito.

(Queda en esta Historia de Mar agradecer la amabilidad de la señora Bertha Ulloa viuda de León Medina, por su aportación en prestar el archivo de este trabajo. F.V.E)