viernes, 28 de mayo de 2010

benditos sean los racistas

Por Álex Ramírez-Arballo
Antes de cruzar la frontera que divide México y Estados Unidos no tenía un conciencia realmente clara de las razas humanas; para mí, en ese entonces, los seres humanos sólo podrían clasificarse en las siguientes categorías: bueno, malo; alto, chaparro; gordo, flaco; feo, bonito. Como se puede ver, el aspecto de las características raciales, tales como el color de la piel, el tipo de cabello y rasgos físicos no era realmente preponderante. Cuando crucé la frontera, pues, tuve que iniciar un viacrucis burocrático que incluía el llenado de interminables formularios en los que se me solicitaba definir mi raza. La primera ocasión en que se me obligó a pensar en ese punto pensé en caballos o perros; pero no, los caballeros de azul estaban hablando de personas.

De estas cosas que les voy contando ya casi pasaron diez años, y desde aquellos días hasta hoy las fórmulas han evolucionado, incluyendo nuevas categorías que tienden, como es natural, a multiplicarse; por ejemplo, el apartado hispano (Hispanic), que antes refería a cualquier fulano que tuviera como lengua el español, o fuera de ascendencia Iberoamericana, se ha atomizado dando paso a nuevos apartados que pretenden mayor especificidad, pero que por ello mismo, y en nombre de la corrección política (supongo), se vuelven cada vez más ridículos.
En este país, pues, se le obliga a uno a pensar cotidianamente en las razas de cada una de las personas que se encuentran por el camino. Si es negro o indio, si es blanco o amarillo, azul, verdoso o color de tierras recién nacidas; si es ateo, musulmán o cuáquero, si es, acaso, uno de esos seres que se la viven abrazando árboles y descubren conspiraciones. Todas estas recombinaciones -y muchas, muchísimas más- han obligado a esta sociedad a desarrollar mecanismos de selección y delimitación, asumiendo que el mestizaje es en el menos mal de los casos un desvío y que, como se dice coloquialmente, en esto del melting pot, manque lo nieguen, cada chango a su mecate.

Pero yo agradezco, de verdad lo digo, mis circunstancias actuales, las del vivir rodeado de una sociedad abigarrada y paranoide; gracias a todo esto he podido percatarme casi cotidianamente de la bendita multiplicidad del género humano. Incluso podría agradecer el gesto soez de aquellos que se engallan por su raza blanca y practican diariamente formas cada vez menos disimuladas del desprecio; si no fuera por todo esto no me habría dado cuenta jamás de que la pluralidad cultural, el diálogo, la interacción y el mestizaje son nuestro destino planetario.

P.S. Occidente mismo es la consecuencia de un mestizaje vitalísimo, el de la cuenca del Mediterráneo. Las culturas de dicho lugar florecieron con mucho vigor y contundencia, afianzándose en una práctica de intercambio y constante remezcla. Creo que la idea de lo puro es más bien posterior, es nórdica y friolenta. La búsqueda de un ideal racial sin mancha es tan ridícula que debería salir de nuestras discusiones; pero atención, en el mundo aun deambulan seres que mascullan tan infames ideales y contra ellos, en el nombre de la verdad y la cordura histórica, tenemos que enfilar una a una todas nuestras palabras.

Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com y su página web www.orbired.com