10 años sin La Lola
¿Dónde andarán Norma Castro y la Dra. Blanca Camacho?
Por Ventura Cota y Borbón III
El tiempo pasa irremediablemente muy rápido y como ráfagas disparadas al recuerdo que hieren aún mucho, llegan las imágenes de mi madre María Dolores Borbón López, a quien sus nietos además de decirle cariñosamente “mamanina” también le aplicaban el mote de La Lola.
Muy presente tengo aún ese singular día por llamarlo de alguna forma. 31 de enero del 2000, lunes. Serían como las 15:15 horas. Después de comer me dirigí al trabajo. Acababa de llegar a la oficina en donde laboraba en aquellos años (Scanbrokers) y en ese momento me encontraba leyendo el periódico. De repente el timbre del teléfono interrumpió mi lectura. Del otro lado de la línea telefónica, una voz entre angustiada y plañidera me dijo lo siguiente:
- ¡Ventura, si quieres encontrar a tu mamá con vida, vente rápido al hospital...!- Con angustia pregunté: ¿Qué pasó, quién habla?- Carmelita... – dijo escuetamente y colgó.
De inmediato, abordé un carro y literalmente salí volando. Sólo me tomó alrededor de 15 minutos recorrer una distancia de 5 kilómetros para llegar al nosocomio.
Al llegar, a quien vi primero fue a mi hermana Lorena, quien me dijo a bocaja-rro...- ¡Acaba de morir mi mamá...!Sólo recuerdo entre sueños que a partir de ese momento, el mundo se me derrumbó y acabó al mismo tiempo. Mil imágenes empezaron a danzar en mi mente como si fuera una película. En ellas, aparecía incontablemente mi madre y siempre recordando maravillosos momentos a su lado.
María Dolores Borbón López, nombre de mi querida e inolvidable madre, entre relato y relato ella nos decía –a mis hermanos y a mí– cómo había transcurrido su infancia.
Nació en un pueblito enclavado en lo más remoto de la sierra sonorense llamado Soyopa. Realmente desconozco si alcanzaba el nombre de pueblo o ranchería en el tiempo en que ella nació. Fue por el año venturoso de 1938, un 18 de abril en que vio la luz por primera vez. Hija de Rosario López y de Antonio Borbón. Tenía 9 hermanos más, de los cuales sólo en la actualidad sobreviven 5. Mi abuela materna si que fue prolífica.
Mi madre nos contaba que cerca de su casa corría un hermoso río. Por la ubicación supongo que era el Sonora. Tenía mi abuelo muchos burros. Bastantes, alrededor de 300. Eran su medio de sustento. Con ellos –los burros– hacía su negocio de acarreo de leña, arena y otros menesteres.
De acuerdo con los relatos de mi madre, su infancia fue una etapa muy bonita de su vida, ya que a pesar de las carencias, contaba con una cosa que muchos niños tienen: su imaginación. Con ella podía transformar el polvoriento pueblo en una hermosa ciudad. Su pobre casucha en un hermoso y digno palacio. Sus destartalada muñeca en una princesa. En fin podía hacer lo que ella quisiera y deseara. La imaginación no tiene límites.
Con el paso del tiempo, mis abuelos se mudaron a Hermosillo. De ese lapso de su vida tampoco puedo remembrar algo en virtud de que poco nos contó de ello. Lo que si sé, es que cuando ella era muy pequeña la llevaron al puerto de Guaymas y la familia se estableció en el famoso barrio de la Termo, en Punta de Arenas.
Como entre sueños yo recuerdo que cuando mi madre nos llevaba a casa de la abuela (mi Nana) -como le decíamos a ella- en la entrada del inmenso patio, había una casetita dedicada a la venta creo yo de aba-rrotes o refrescos y que ésta era propiedad de mi abuelo Antonio.
De mi abuelo recuerdo que era alto, peludo, pero paradójicamente, calvo. Tenía una cara de ternura que inspiraba mucha confianza; aunque debo confesar que en un principio me daba miedo por que tenía amputada una pierna. No recuerdo cuál de ellas.
Regularmente cuando llegábamos a casa de mis abuelos, lo primero que hacía mi abuelo Antonio era darnos toronjas las cuales formaban parte de su dieta para la diabetes. Enfermedad que mi madre heredó y que finalmente la condujo a la tumba. El llegar con mis tatas era paso obligado el detenerse en la “casetita” de la entrada o acceso a la casa principal. En el patio o frente de la casa, había unos gallineros enormes y servían como los vericuetos del lugar para nuestros infantiles juegos.
Mi madre siempre se caracterizó por ser alegre. Su risa nos contagiaba a todos. Tenía las palabras precisas para confortarnos cuando había necesidad de ello. Fue muy trabajadora, muy luchona.
Era La Lola muy malhablada. Muy bromista. Fumaba mucho y gustaba de co-merse las cenizas del cigarro. Cuando algo o alguien no le agradaba, en su cara se lo decía, la hipocresía no formaba parte de su ser. En pocas palabras mi madre era muy dicharachera.
Se dice a veces con justa razón que las personas no mueren, sólo las entierran y a veces se convierten en recuerdos olvidados. En el caso de María Dolores Borbón perennemente estará en nuestro recuerdo.
Cómo me hace falta mi madre. Cómo nos hace falta nuestra madre. Aun así viejo como estoy, aun así viejos como están mis hermanas y hermano, mi padre, aun así seguimos extrañando enormemente su pre-sencia.
Diez años no han sido suficientes para el consuelo, diez años que hoy se cumplen apenas han bastado para aminorar un poco el dolor de las heridas que produce la desaparición física de un ser que se ama tanto.
Madre, María Dolores, donde quiera que te encuentres mándanos tus bendiciones, aun lejana y en tu tumba se te sigue amando.
CAMBIANDO DE TEMA Y SIN UNA ANALOGÍA APARENTE, en estos momentos me cuestiono ¿Dónde está Norma Elvira Castro Salguero? ¿Dónde está la Dra. Blanca Aurora Camacho Sosa? Ambas damas, ambas señoras tienen muchas cosas en común: son bien chambeadoras, son entronas; tienen más faldas que pantalones algunos hombres, son ho-nestas y sobre todo es que donde han sido colocadas para servir al público han dado excelentes resultados; sin embargo para algunos tienen algo malo en su contra: ser mujeres.
En una sociedad donde la misoginia ha hecho presa a muchas damas de gran valía, es inconcebible que no sepan admitirse virtudes que saltan a la vista con marcada evidencia probatoria, ya que ambas féminas han estado como servidoras públicas y salvo sus detractores, no hay queja de ellas sino al contrario una inmensa odas de agradecimientos y alabanzas plenas y dichas con fundamentos.
Debo añadir que tanto Norma como Blanquita son mis amigas, pero eso no les quita que señale los atributos con que ambas se defienden. Norma y Blanca se les extraña. He dicho.
Acápite: 1- De última hora me llega la noticia personalmente de la Dra. Blanca Camacho que desde hace diez días labora en “Agua de Hermosillo” lugar donde el Ing. Jardines Moreno valorando enormemente su experiencia acudió a la dentista con el objeto que le eche la mano en los asuntos propios del manejo del agua. Enhorabuena doctora. 2- Felicitaciones a los organizadores del FAOT (Festival Alfonso Ortiz Tirado) enorme calidad de artistas que presentaron. Esperamos que el siguiente año siga contando esta plaza porteña con el espectáculo de calidad que nos mostró este FAOT 2010. Ni modo, como dice el profe Ramírez Cisneros: honor a quien honor merece.