Por Fernando Villa Escárciga
Continúa la mutilación del simbólico cerro pese a las indignaciones que provoca a yaquis, historiadores y ciudadanos; las heridas al Tákale son irreparables en aras de las ambiciones turísticas
Mutilado a dentelladas, a golpes de metal movidos por la ambición, el simbólico cerro Tetakawi de San Carlos motivo enojos entre los yaquis que lo consideran lugar sagrado.
Sobre su falda se erige la obra negra de una mansión, la primera de varias proyectadas, como símbolo de otro símbolo, el de la codicia que no respeta áreas naturales, ni leyes, ni historia ni cultura ni nada.
Sahuaros, mezquites, huizaches y otra flora fueron destruidos, como destruido también fue el hábitat de decenas de especies de aves, reptiles y mamíferos pese a las leyes que dicen protegerlos.
En este pedregal de complicidades participan las autoridades de todos los niveles, aunque ninguna asume una responsabilidad que debería ameritar una investigación a fondo.
Y es que, por encima de todo, el cerro Tákale o Tetakawi es área de “Protección Total”, según el Plan Conurbado de Desarrollo Guaymas-Empalme.
Dicho Plan, del que pocos se acuerdan salvo cuando a sus intereses conviene, se fundamenta en leyes estatales y federales protectoras del medio ambiente, de construcción y defensa del patrimonio nacional.
Una que otra sanción ha dirigido la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), pero nada ni nadie ha sido capaz de detener la destrucción infame de la montaña que simboliza historia y orgullo.
Siete Guerreros
Para los yaquis es lugar sagrado, génesis de su estirpe y sitio legendario en la defensa de lo suyo, de su territorio en vigilancia perpetua por los Siete Guerreros… Y lo siguen destruyendo.
El cerro Tákale (Takalaim) en lengua yoreme –Tetakawi para los yoris u hombres blancos—es símbolo venerado por la tribu e imagen turística por antonomasia para San Carlos, Nuevo Guaymas.
Mutilando, con un enorme tajo que parte en dos el vientre del cerro Tákale, así el Gobierno del Estado y turisteros de Guaymas arruinaron la hermosa montaña.
En burdo afán de lo que llaman “progreso” se violentan leyes mientras ofenden un legado digno de respeto, de tradiciones y de hermosas leyendas indígenas.
Sin consultar a nadie, desdeñando leyes de protección a la cultura indígena, las autoridades federales también avalan la deforestación y corte del cerro ante el enojo de yaquis e historiadores.
Para lo que llamarán Bahía El Encanto, Mauro Félix Dueñas abrió una hondonada que servirá de carretera hacia lo que será un lujoso complejo condominal frente al mar.
Como representante de Bahía “El Encanto”, se dice que la Profepa sancionó también al ex secretario de Turismo Enrique Rodríguez Pompa, hoy directivo de la Oficina de Convenciones y Visitantes Guaymas-Empalme.
Pero los trascabos, motoconformadoras y camiones de volteo rugen acallando cenzontles, cardenales y chicharras con la complacencia de la Secretaría de Medio Ambiente Recursos Naturales y Pesca (Semarnat). En el Tetataki no hay leyes ni sanciones que valgan
Ambición de serpientes
Depredaron fauna, sahuaros y matorrales al amparo del permiso DS-SG-UGA-IA-896-05 de la misma autoridad federal, lo mismo que un permiso provisional emitido por la anterior administración municipal.
Rompen también, lo que causa más enojo, uno de los lugares más sagrados y legendarios para la comunidad indígena más importante de Sonora, porque ahí vigilan los Siete Guerreros de la Tribu Yaqui.
Descendiente de Juan Maldonado Waswechia, mejor conocido como Tetabiate, el indígena yaqui Wasake Kutajui (de nombre castellano Manuel Esquer Nieblas) no oculta su indignación y coraje:
“Nunca imaginé al yori capaz de mutilar el Tákale; ahora sé que por ambición son capaces de secar los mares y envenenar el cielo. Con esto ofenden a nuestra raza”.
Kutajui aprieta los puños de impotencia, en su condición es incapaz de hacer nada y nada puede hacer en representación de su raza; cualquier decisión correspondería a los altos mandos de la tribu.
Con seguridad, abundó Manuel Esquer, la infausta noticia correrá con el viento por los pueblos de Vícam, Pótam, Huirivis, Belem, Lomas de Bácum, Lomas de Guamúchil y Nahum.
“No se vale, enoja que las autoridades permitan estos daños al cerro. Es una barbaridad”, expresó Faustino Olmos de la Cruz, presidente de la Sociedad de Historia de Guaymas.
Olmos de la Cruz consideró que, antes de emitir el permiso, las autoridades de todos los ámbitos debieron consultar a la tribu yaqui, a los guaymenses, a los historiadores de la región.
Debieron tomar en cuenta a personas calificadas como Juan Ramírez Cisneros y Horacio Vázquez del Mercado, que como Cronistas de la Ciudad dan luz y saber sobre nuestra historia, dijo.
Arrebatando dominios
Según la memoria de sus ancestros, el territorio yaqui abarcaba desde las márgenes del río que lleva su nombre hasta la base del Tákale, en un vasto mundo que ellos llamaban Pusolona.
Un hermosa historia –relatada por un indígena— enriquece la fabulosa mitología en “La leyenda de la serpiente y el chapulín”.
Estrechamente ligada al cerro Tákale o Takalaim, dice así:
“En los lejanos tiempos, este territorio se llamaba Pusolona y era dominado por los Surem, hombres pequeños de fisonomía pero grandes de espíritu y sabiduría.
“Tenían como jefes a los Siete Guerreros: Cubajecame, el del tambor; Coracame, el del corral; Siquiri, el rojo; Repacame, el del arracada; Makey, el más pequeño; Omteme, el enojado y Yasicue, el que está en el agua.
“Cierta vez, un mezquite que se localizaba entre los dominios del sabio Yasicue cerca de un palmar (hoy Empalme), empezó a hablar en un lenguaje que nadie entendía.
“Yasicue decidió convocar a reunión a los sabios de Pusolona y velaron por siete noches escuchando al mezquite, pero seguían sin descifrar su extraño idioma.
“Llamaron a una joven llamada Seabapoli, de reconocidas facultades y mucha sabiduría, quien pudo interpretar las palabras del árbol que hablaba. Decía así:
“Que vendrían tiempos diferentes, que vendrían hombres blancos y barbados con dos manos y cuatro patas, con otras creencias y que trataría de arrebatar sus dominios, su agua, su tierra, su mar y sus montañas.
“Les dijo que lucharan para defender su energía y que ellos eran la última generación, que deberían quedar vigilantes y defensores de Pusolona y del Río Jiakimi.
“Los hombres blancos les hablarían con una lengua de dos puntas y que consigo traerían una serpiente que atravesaría Pusolona, un gigantesco reptil que se tragaría muchos surem.
“Interpretando el lenguaje del mezquite, la joven sabia sacó su arco y disparó una flecha que rozó las ramas en la punta del mezquite, con lo que empezó a arder para quemarse en su totalidad.
Lengua de víbora
“Así festejaron durante tres días lo que acababan de saber; tiempo después aparece una serpiente gigantesca y los Siete Grandes Guerreros luchan contra el coloso sin poderlo dominar.
“Deciden pedir ayuda al Gochimec (chapulín), al que mandan llamar con una golondrina que primero busca en la costa, pero al fin lo encuentra en el valle Agua Caliente donde le transmite el mensaje.
“En el acto, el Gochimec da tres grandes brincos para caer sobre la enorme víbora hasta que la tritura y corta en pedazos durante la batalla.
“Hoy que uno viaja por carretera rumbo al Agua Caliente puede observar las partes de la víbora: pedazos del cuerpo y la cabeza están en Boca Abierta y Empalme, el corazón en Belem y la lengua formó el Takalaim…
Eso significa Tákale (lengua de víbora, formada en piedra). Lo de Tetakawi es un invento de los yoris; la palabra no existe en yaqui. Las cabras, además, aquí no hubo hasta que llegaron los españoles.
“¡No es justo, pobre Guaymas!, expresó la poetisa, historiadora y distinguida dama Armida Lüebert de Villavicencio al enterarse de los irreparables daños a la hermosa montaña.
Ya basta que los desarrollos turísticos se impongan sobre los derechos de la gente, dijo, al convocar a una cruzada de guaymenses para exigir que se detenga la depredación del famoso cerro ya mocho, mutilado, incompleto.
Y pese al clamor de una comunidad, pese a las prohibiciones de ley, el Tákale o Tetakawi sigue siendo depredado, con heridas irreparables que también dañan la dignidad de un pueblo inerme.
Continúa la mutilación del simbólico cerro pese a las indignaciones que provoca a yaquis, historiadores y ciudadanos; las heridas al Tákale son irreparables en aras de las ambiciones turísticas
Mutilado a dentelladas, a golpes de metal movidos por la ambición, el simbólico cerro Tetakawi de San Carlos motivo enojos entre los yaquis que lo consideran lugar sagrado.
Sobre su falda se erige la obra negra de una mansión, la primera de varias proyectadas, como símbolo de otro símbolo, el de la codicia que no respeta áreas naturales, ni leyes, ni historia ni cultura ni nada.
Sahuaros, mezquites, huizaches y otra flora fueron destruidos, como destruido también fue el hábitat de decenas de especies de aves, reptiles y mamíferos pese a las leyes que dicen protegerlos.
En este pedregal de complicidades participan las autoridades de todos los niveles, aunque ninguna asume una responsabilidad que debería ameritar una investigación a fondo.
Y es que, por encima de todo, el cerro Tákale o Tetakawi es área de “Protección Total”, según el Plan Conurbado de Desarrollo Guaymas-Empalme.
Dicho Plan, del que pocos se acuerdan salvo cuando a sus intereses conviene, se fundamenta en leyes estatales y federales protectoras del medio ambiente, de construcción y defensa del patrimonio nacional.
Una que otra sanción ha dirigido la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), pero nada ni nadie ha sido capaz de detener la destrucción infame de la montaña que simboliza historia y orgullo.
Siete Guerreros
Para los yaquis es lugar sagrado, génesis de su estirpe y sitio legendario en la defensa de lo suyo, de su territorio en vigilancia perpetua por los Siete Guerreros… Y lo siguen destruyendo.
El cerro Tákale (Takalaim) en lengua yoreme –Tetakawi para los yoris u hombres blancos—es símbolo venerado por la tribu e imagen turística por antonomasia para San Carlos, Nuevo Guaymas.
Mutilando, con un enorme tajo que parte en dos el vientre del cerro Tákale, así el Gobierno del Estado y turisteros de Guaymas arruinaron la hermosa montaña.
En burdo afán de lo que llaman “progreso” se violentan leyes mientras ofenden un legado digno de respeto, de tradiciones y de hermosas leyendas indígenas.
Sin consultar a nadie, desdeñando leyes de protección a la cultura indígena, las autoridades federales también avalan la deforestación y corte del cerro ante el enojo de yaquis e historiadores.
Para lo que llamarán Bahía El Encanto, Mauro Félix Dueñas abrió una hondonada que servirá de carretera hacia lo que será un lujoso complejo condominal frente al mar.
Como representante de Bahía “El Encanto”, se dice que la Profepa sancionó también al ex secretario de Turismo Enrique Rodríguez Pompa, hoy directivo de la Oficina de Convenciones y Visitantes Guaymas-Empalme.
Pero los trascabos, motoconformadoras y camiones de volteo rugen acallando cenzontles, cardenales y chicharras con la complacencia de la Secretaría de Medio Ambiente Recursos Naturales y Pesca (Semarnat). En el Tetataki no hay leyes ni sanciones que valgan
Ambición de serpientes
Depredaron fauna, sahuaros y matorrales al amparo del permiso DS-SG-UGA-IA-896-05 de la misma autoridad federal, lo mismo que un permiso provisional emitido por la anterior administración municipal.
Rompen también, lo que causa más enojo, uno de los lugares más sagrados y legendarios para la comunidad indígena más importante de Sonora, porque ahí vigilan los Siete Guerreros de la Tribu Yaqui.
Descendiente de Juan Maldonado Waswechia, mejor conocido como Tetabiate, el indígena yaqui Wasake Kutajui (de nombre castellano Manuel Esquer Nieblas) no oculta su indignación y coraje:
“Nunca imaginé al yori capaz de mutilar el Tákale; ahora sé que por ambición son capaces de secar los mares y envenenar el cielo. Con esto ofenden a nuestra raza”.
Kutajui aprieta los puños de impotencia, en su condición es incapaz de hacer nada y nada puede hacer en representación de su raza; cualquier decisión correspondería a los altos mandos de la tribu.
Con seguridad, abundó Manuel Esquer, la infausta noticia correrá con el viento por los pueblos de Vícam, Pótam, Huirivis, Belem, Lomas de Bácum, Lomas de Guamúchil y Nahum.
“No se vale, enoja que las autoridades permitan estos daños al cerro. Es una barbaridad”, expresó Faustino Olmos de la Cruz, presidente de la Sociedad de Historia de Guaymas.
Olmos de la Cruz consideró que, antes de emitir el permiso, las autoridades de todos los ámbitos debieron consultar a la tribu yaqui, a los guaymenses, a los historiadores de la región.
Debieron tomar en cuenta a personas calificadas como Juan Ramírez Cisneros y Horacio Vázquez del Mercado, que como Cronistas de la Ciudad dan luz y saber sobre nuestra historia, dijo.
Arrebatando dominios
Según la memoria de sus ancestros, el territorio yaqui abarcaba desde las márgenes del río que lleva su nombre hasta la base del Tákale, en un vasto mundo que ellos llamaban Pusolona.
Un hermosa historia –relatada por un indígena— enriquece la fabulosa mitología en “La leyenda de la serpiente y el chapulín”.
Estrechamente ligada al cerro Tákale o Takalaim, dice así:
“En los lejanos tiempos, este territorio se llamaba Pusolona y era dominado por los Surem, hombres pequeños de fisonomía pero grandes de espíritu y sabiduría.
“Tenían como jefes a los Siete Guerreros: Cubajecame, el del tambor; Coracame, el del corral; Siquiri, el rojo; Repacame, el del arracada; Makey, el más pequeño; Omteme, el enojado y Yasicue, el que está en el agua.
“Cierta vez, un mezquite que se localizaba entre los dominios del sabio Yasicue cerca de un palmar (hoy Empalme), empezó a hablar en un lenguaje que nadie entendía.
“Yasicue decidió convocar a reunión a los sabios de Pusolona y velaron por siete noches escuchando al mezquite, pero seguían sin descifrar su extraño idioma.
“Llamaron a una joven llamada Seabapoli, de reconocidas facultades y mucha sabiduría, quien pudo interpretar las palabras del árbol que hablaba. Decía así:
“Que vendrían tiempos diferentes, que vendrían hombres blancos y barbados con dos manos y cuatro patas, con otras creencias y que trataría de arrebatar sus dominios, su agua, su tierra, su mar y sus montañas.
“Les dijo que lucharan para defender su energía y que ellos eran la última generación, que deberían quedar vigilantes y defensores de Pusolona y del Río Jiakimi.
“Los hombres blancos les hablarían con una lengua de dos puntas y que consigo traerían una serpiente que atravesaría Pusolona, un gigantesco reptil que se tragaría muchos surem.
“Interpretando el lenguaje del mezquite, la joven sabia sacó su arco y disparó una flecha que rozó las ramas en la punta del mezquite, con lo que empezó a arder para quemarse en su totalidad.
Lengua de víbora
“Así festejaron durante tres días lo que acababan de saber; tiempo después aparece una serpiente gigantesca y los Siete Grandes Guerreros luchan contra el coloso sin poderlo dominar.
“Deciden pedir ayuda al Gochimec (chapulín), al que mandan llamar con una golondrina que primero busca en la costa, pero al fin lo encuentra en el valle Agua Caliente donde le transmite el mensaje.
“En el acto, el Gochimec da tres grandes brincos para caer sobre la enorme víbora hasta que la tritura y corta en pedazos durante la batalla.
“Hoy que uno viaja por carretera rumbo al Agua Caliente puede observar las partes de la víbora: pedazos del cuerpo y la cabeza están en Boca Abierta y Empalme, el corazón en Belem y la lengua formó el Takalaim…
Eso significa Tákale (lengua de víbora, formada en piedra). Lo de Tetakawi es un invento de los yoris; la palabra no existe en yaqui. Las cabras, además, aquí no hubo hasta que llegaron los españoles.
“¡No es justo, pobre Guaymas!, expresó la poetisa, historiadora y distinguida dama Armida Lüebert de Villavicencio al enterarse de los irreparables daños a la hermosa montaña.
Ya basta que los desarrollos turísticos se impongan sobre los derechos de la gente, dijo, al convocar a una cruzada de guaymenses para exigir que se detenga la depredación del famoso cerro ya mocho, mutilado, incompleto.
Y pese al clamor de una comunidad, pese a las prohibiciones de ley, el Tákale o Tetakawi sigue siendo depredado, con heridas irreparables que también dañan la dignidad de un pueblo inerme.