miércoles, 16 de abril de 2008

Dime que si... (Cuento Corto, Edición No. 142)

Por Blanca Toledo Minutti
Si me dices que si, tal vez deje de temblar y con los pies descalzos me acerque a ti siguiendo tus huellas ¡Que alto te ves!...tu también estás temblando.
Si me dices que si, tus brazos se cerrarán alrededor de mi talle y nos fundiremos en un largo suspiro. ¡Después de tantos años sigues oliendo a lo mismo!...hueles a mar y deseo, a soledades,... a niño.
Hueles mi cabello y te pierdes en recuerdos que se suceden en breves imágenes retrospectivas hasta nuestros días de adolescencia en que te dije que sí.
Si me dices que sí, me veré reflejada en tus ojos oscuros y nuestras lágrimas se fundirán caprichosas... ¡tus lágrimas saladas me dicen lo que carcome tu alma!
Te pregunto en silencio si sigues siendo mío y tu expresión melancólica me dice que sí.
Si me dices que si, tal vez pierdas los sentidos como aquella noche en el portón cuando te robé un beso; tu me dijiste que se te quedó prendido como brasa ardiente de primavera aún siendo invierno.

Tus labios son el remanso al que quiero llegar en esta larga noche de soledades.

Noto una leve resistencia, un “no” apenas audible que escapa de la tensión de tu cuello y luego tu boca busca la mía... -ya es tarde- imagino que piensas porque tu temblar dejó de ser invisible y te aferras a mi abrazo como el adolescente de antaño.
Siento tu barba crecida y palpo sobre tus ropas ese tórax amplio que te han dejado los años, pero en tus miedos te reconozco intacto.
Me dices que has cambiado, que no eres el mismo, que tu cuerpo no es solo parte de lo que no conozco, que ya no eres el niño, pero tus ojos, tus ojos no dicen lo mismo...
Dices que tienes calor y me preguntas si puedes quitarte el overol. Lo haces despacio, observas mi reacción, ninguno de los dos detecta morbo en eso y como un adolescente, me muestras todo el vello que te ha crecido...
Toco tus hombros, tus marcados brazos... los accidentes cicatrizados.
Si me dices que si, traspasaré tu piel acariciando esa alma adolorida sabiendo de antemano que fue por causa mía.
Con mucho cuidado temiendo el rechazo preguntas si tú también puedes tocarme y tus manos ansiosas buscan... reconocen.
Yo también tengo miedo, a mi también me lastimaron; soy como una mariposa blanca, frágil, a quien sin piedad le arrancaron las alitas para que no pudiera volar, confinada a arrastrarse en el suelo convertida en gusano... tú con tus besos intentas unir los pedazos rotos, mientras tus cálidas manos apenas perceptibles sobre mi vientre dormido, acarician las cicatrices de mis maternidades.
Eres la única persona en quien confío.
Tú también te vas soltando, te despojas de esas muchas resistencias y tu cuerpo pierde la tensión, me cuentas de los hermosos atardeceres en los barcos, de los países lejanos, de las costumbres arcaicas y de las tantas veces que lloraste por mi amor pasado.
Te aprietas a mi abrazo, te miras en mis ojos, acaricias mis labios, mientras confiado te dejas y una y otra vez... me dices que sí.

¡Quien diga que el amor se apacigua con los años, no le hagan caso, es un loco, un desquiciado!