domingo, 16 de diciembre de 2007

El Rincón de las Letras (Edición No. 134, sección literaria)

Por Blanca Toledo
Algo para recordar (Cuento navideño)

Recuerdo que cuando niña, me asomaba por la ventana de mi cuarto y podía ver el enorme pino que se erguía en medio del patio; mi padre jovial y amoroso, solía adornarlo para navidad y utilizaba la escalera que guardaban en el desván. Era el momento perfecto, mis padres hacían bromas mientras se pasaban los adornos y aunque me gustaba ayudar, adoraba aún más verlos desde mi ventana fortaleciendo un vínculo que me daba paz.
Lo triste es que eso no duró lo suficiente; papá murió cuando yo tenía diez años y por la magnitud de las deudas, mamá tuvo que vender la casa. El pino se quedó atrás, junto con los juguetes, los juegos infantiles y nuestras Navidades felices, porque entonces no importaba si éramos ricos o pobres, si la ropa que llevábamos puesta era de marca o prestada, lo importante era jugar.
Mamá se volvió sombría y triste; trabajaba y fumaba demasiado, me sonreía cuando me le acercaba, pero de inmediato se enfrascaba en esa máquina de escribir que emitía sonidos quejumbrosos como si le reclamase su rudeza.
¡Qué sola me sentía! ¡Qué triste recordar aquello!
Acabé la escuela con honores. Participé en cuanta actividad se me proponía y terminé con una beca para estudiar en la Universidad con mayor prestigio de la ciudad.
Con el tiempo obtuve un excelente trabajo que me hizo viajar y establecerme lejos.
No tomaba vacaciones, no tenía vida social. El trabajo era mi escape y aunque mamá estaba igualmente sola, inventaba cualquier pretexto para no visitarla.
Las navidades se sucedían una tras otra como las hojas de mi calendario.
Los reconocimientos laborales eran infinitos y muy pronto pude hacerme de una casa cómoda.
-¿Otra vez se va a quedar hasta tarde?- Escuché un día desde el marco de la puerta de mi oficina. -Como siempre Elena; ya sabes que yo no descanso.
-Pero mañana es Navidad. -¿Y eso qué? Para mi es un día como cualquier otro.
-Tal vez muy cerca esté alguien que la necesita y que, como usted, no se atreve a decirlo.
Me molesté, me puse furiosa “¡Pero que atrevimiento!.
Dejé que se fuera sin levantar la vista, garabatee algunos números y luego cerré con brusquedad la carpeta. -¡Qué se cree!- me dije -¡No sabe nada de mi vida y pretende darme consejos! ¡Como si ella fuera exitosa!.
Decidí que no podía trabajar más, que con una facilidad impresionante Elena me había venido a arruinar el día y tomé el ascensor.
En el vestíbulo estaban los empleados intercambiando obsequios y abrazos efusivos; al verme intentaron persuadirme para que me quedara con ellos. Les hice señas de que estaba retrasada y abandoné el edificio.
Me recibió un viento helado que se estrelló en mi rostro y mientras ajustaba la gabardina en mi cuello escuché que alguien me llamaba.
Elena me saludaba al pie de un taxi. Curiosos se asomaban tres niños pequeños ataviados con ropas sencillas y al igual que su mamá me sonrieron y dijeron adiós.
Yo tuve una triste sensación, la imagen de esos niños llenos de inocencia me llevaron al pasado, a aquella ventana donde veía a mis padres que se amaban tanto. ¿En qué momento todo tuvo que ser cuestión de dinero?
¿Por qué evadía con tanto fervor a mi madre que nos había sacado adelante de la única manera que sabía hacerlo?...
Caminé hasta un parque cercano y me dejé caer sobre la banca de metal. Las imágenes se desdibujaron con mis lágrimas y me quedé un momento sollozando con la cara entre las manos.
A mi lado, al mismo tiempo que percibí un olor rancio escuché la voz de un hombre que me decía “a veces las cosas no salen como nosotros las esperábamos pero no por eso dejamos de echarle ganas”. Cuando me enderecé ya no estaba. A pocos pasos vi un indigente que caminaba alejándose.
Extraño sí, pero eso no fue lo más raro; al volverme hacia la banca vi el pequeño bulto y una gran emoción me hizo sonreír. ¡Aquel hombre me había dejado un pino!
Esa noche conseguí un vuelo para volver a mi ciudad.
Mamá estaba en casa y secretamente me esperaba, me había esperado siempre.
Nos abrazamos, nos abrazamos tanto...no hicieron falta las palabras, nuestros llantos nos decían cuanta falta nos habíamos hecho y lo increíble que resultaba ahora haber vivido todo este tiempo alejadas una de la otra.
Había pavo en el horno y un regalo con mi nombre en el árbol de navidad, luego todo se dio de manera sencilla y en punto de las doce, con la certeza de que papá estaba ahí, sembramos el pino en su jardín.
Recordar es volver a vivir, vivir es no perder la esperanza y tener esperanza es encontrar el camino para lograr la paz.