jueves, 1 de octubre de 2015

La desventura del poseidón

Fernando Villa E.
La furia de la centésima ola acarició con desprecio las caras de El Pato y El Rigo, amachinados cual huérfanos del destino sobre la balsita que les servía de nodriza. Por encima, alrededor y bajo ellos todo era oscuridad, frío, viento y desamparo. Se encontraban en el vientre de Juliette, la implacable tormenta de su desgracia.

Pero tanto como el meteoro, la negligencia y la corrupción contribuyeron al dramático percance que pudo derivar en la muerte de diecisiete personas. Apenas unas horas antes el buque Poseidon Mistrees se había hundido dejando en el naufragio a cinco tripulantes y doce turistas que luchaban por sobrevivir.

Era la tarde del 30 de septiembre del 2001, era domingo cuando la diversión y el trabajo se volcaron en una odisea donde la muerte les coqueteó desde el fondo del mar. A las 23:00 horas del miércoles zarparon de San Carlos, Guaymas, en busca de aguas propicias para que los paseantes disfrutasen la práctica del buceo.

Juliette abrazaba la silueta del Golfo de California. Horas antes el Sistema Meteorológico Nacional había emitido un alerta a las embarcaciones menores del área. Ello no impidió que el agente de Capitanía de Puerto en San Carlos, Inocencio Juárez -El Chencho-, autorizara un despacho para la salida del Poseidon. Cuatrocientos pesos cambiaron de manos.

Los tripulantes estaban inquietos. Tenían nociones del mal tiempo y aun así se aprestaron a partir bajo el mando del capitán Ramón Cervantes, El Tiburón. Los planes eran visitar las islas San Pedro Mártir y San Esteban, cuarenta millas al noroeste de San Carlos.

Además de Cervantes, la nave era tripulada por Julio César Gastélum García, Hansel Valenzuela, Hirám Rascón Vázquez (El Pato) y Rigoberto Ramírez Sánchez (El Rigo).

El Poseidón había sido contratado por el cajemense Raúl Escamilla Devore, quien por algunos imprevistos canceló su participación... Julietteya besaba las costas mexicanas. Doce turistas nacionales se hicieron a la mar, entre ellos Rogelio Baidón Olvera: "Imaginábamos un precioso paseo, nunca esta fatalidad", comentó.

También iban de turistas Mirna Preciado, Irma Rascón, José Luis Preciado López, Luis Mackonly, Teresita de Baidón, Juan Pablo Anaya, Luis Gersaín, Guillermo Hernández, Karina Hinojosa y Alfonso Ramos.

El viernes 28 por la mañana llegaron a San Esteban, bucearon en las aguas inmediatas y pernoctaron en el área. Todo era tranquilidad y alegría a bordo de la nave. Al día siguiente zarparon hacia San Pedro Mártir. El cielo empezaba a cerrarse. Por la tarde aparecen las primeras lluvias y el viento incrementó su fuerza. Ahí perdieron las dos anclas.

En la radio de la nave percibían avisos de Capitanía de Puerto sobre el meteoro. Nunca escucharon que los puertos del Golfo se cerraban a la navegación. Los visos de tormenta arreciaban, además del viento, el oleaje iba en incremento por lo que decidieron retornar a San Carlos a las dos de la madrugada del domingo.

Llanto y burocracia
-El clima está muy feo, por favor avísale al "Lichi" por si tenemos problemas-- le dijo El Pato a su esposa por teléfono celular. Eran las ocho de la mañana. El cuñado de Hirám buscó a El Chencho en busca de información. Imposible. Despreocupado, desde el viernes el responsable de Capitanía en San Carlos gozaba vacaciones en premio a su holganza.

La voz entre las esposas y familiares de los tripulantes del Poseidón había corrido y era una sola: el barco estaba cerca de zozobrar, sus seres queridos estaban en peligro. Entre sollozos la mujer de uno de ellos se comunicó a Capitanía de Puerto en Guaymas: 

-Pos a cuál buque se refiere, señora, no tenemos registro de ningún Poseidón en alta mar-- respondió con la babienta fluidez de su modorra el burócrata Policarpo Campa. No podía ser de otro modo. Muchos despachos emitidos por la dependencia en San Carlos se remiten al vapor, sin sellos ni firmas ni el cumplimiento de las mínimas normas de seguridad.

Se asegura que por ese tipo de "favores" se pagaban entre 30 y 50 dólares por yate que desde San Carlos se hacían a la mar. El Chencho podría cuánto dinero llegaba a “los de arriba”.

Ni la dependencia adscrita a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes ni la Armada de México sabían nada del Poseidon, donde muchas vidas seguían a merced de los violentos caprichos de la naturaleza. Porque la nave del infortunio iba muda; sólo recibían señal. Cuando zarparon los radios transmisores no servían y eso importó poco a El Tiburón, a Inocencio Juárez menos.

A las 9:40 de la mañana del domingo, el navío recibió una herida mortal. El fuerte oleaje le desgarró el púlpito, despegando la cubierta del casco y el agua entraba a raudales. A través de ese gran boquete se empezó a llenar el depósito frontal interno. Las entrañas del barco fueron incapaces de contener tanta presión y se levantó la tapa del pañol de proa.

Los tripulantes intentaron tapar el hoyanco cuyo diámetro superaba las veinte pulgadas. Imposible maniobrar con tanta marejada, viento y oleaje. Entonces todos lo supieron: El Poseidon se hundiría irremediablemente... Y dentro de muy pocos minutos. Eran cerca de las once de la mañana.

"Aunque entre nosotros imperaba la tranquilidad, los pasajeros advirtieron el problema. Uno de ellos lloraba y me decía que se iba a morir", recuerda El Pato. "Lo abracé para darle ánimo. Le aseguré que saldríamos adelante y que contaría a sus hijos la aventura", narra el motorista avecindado en la colonia Punta de Arena.

Las bombas de achique dejaron de funcionar; aunque apenas a tres millas por hora, el buque todavía se desplazaba con el viento en contra. No había gritos ni pánico, casi todos trataban de controlar sus emociones, entre ellos tres valientes mujeres que con diligencia se colocaban los chalecos salvavidas.

El navegador del buque indicaba que se encontraban a 15 millas al norte de El Cerro Colorado, aproximadamente en los bajos de El Cardonal entre Tastiota y El Choyudo. Se aprestaron a abandonar la nave, abajo los esperaba la furia del mar.

Los inminentes náufragos se tomaron de las manos y lanzaron sentidas plegarias al cielo para fortalecer su fe. Confiaban, Dios estaba con ellos. Varios botes y kayacs cayeron al agua, después los doce pasajeros, seguidos de los cinco tripulantes.

La mayor parte de los botes fueron alejados por la ventisca; uno de los kayacs quedó cerca de los desesperados náufragos que lo apañaron con uñas y dientes. A Julio --vecino de Las Colinas --la pequeña embarcación se le fue casi cincuenta metros, pero la suerte en forma de marea se la acercó de nuevo. De lo contrario su destino habría sido fatal.

El Rigo y el Pato, el norteamericano Don Stanbro y uno de los "paseantes" lograron asirse a una balsa de apenas un metro de diámetro. Se aferraron como críos a la ubre. En esas condiciones vieron cómo el yate turístico más grande de San Carlos, construido de aluminio con 104 pies de eslora y 136 toneladas, era rápidamente tragado por el mar.

El Poseidon Mistress, uno de los más soberbios yates que había surcado las aguas de San Carlos estaba siendo devorado por el Mar Bermejo para jamás volver a sentir las caricias del sol.

Aunque era propiedad de la estadounidense Barbara Leah Wilson, el capitán Cervantes era accionista testaferro en uno de tantos negocios simulados en el poblado turístico.

Y es que el buque también aparecía entre los activos de la compañía Poseidon’s Deserts Divers, Inc., de Scottsdale, Arizona, pero operado en México por Poseidons Deportes S.A de C.V. A la postre, otra empresa “fantasma”.

Las olas eran inmensas, superaban con facilidad los ocho metros de altura. El viento y la lluvia arreciaban. Era Juliette con toda su rabia sobre el Golfo de California.

Separados por la marejada, los dos grupos ya no se avistaron durante el resto de la odisea. Desde entonces y durante las próximas 24 horas los náufragos mantuvieron sus cuerpos sumergidos, apenas con la cabeza a flote. Estaban a merced de las fuerzas de la naturaleza.

Frío, mucho frío calándoles los huesos debieron soportar. Con la caída de la noche se incrementó la zozobra y en algunos se advirtieron visos de desaliento. En el grupo donde iban Julio y Hansel, además de pocos jugos y refrescos, llevaban un destellador para solicitar auxilio internacional a través de un sistema de luces y señales vía satélite.

Las señales, se supo después, fueron recibidas por la US Coast Guard que reemitió la solicitud de auxilio, incluyendo coordenadas, a la Armada de México y a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Por los comentarios hechos en el barco por Juan Pablo, empresario transportista guanajuatense, algunos desventurados tenían confianza en ser pronto rescatados.

-Debo comunicarme con el presidente Vicente Fox, es mi amigo y dará instrucciones inmediatas para que nos ayuden- repitió varias veces tratando de accionar su celular. El aparato le traicionó. La mayor parte de los pasajeros provenían de Ciudad Obregón, aunque igual se contaba a uno de Lagos de Moreno, Jalisco y al empresario oriundo de León.

¿Qué onda, estás bien…?
En la medianoche del domingo el viento por fin amainó, no así la marejada que seguía maltratando a los náufragos. Eran marionetas, tristes títeres ateridos en negra noche azotada por el frío desdén del mar.

"¿Por qué tardan en rescatarnos? Se supone que del pinche gobierno saben de nosotros... ¿No les llamaron o qué pedo?”, clamaba uno de los compañeros de El Pato.

-Cálmese, compa, así es esto. Ya ve, hasta los taxis en tierra tardan una eternidad- respondió El Rigo.

El Pato propuso cantar. Corearon varias rolas de José José -entre ellas con ironía La nave del olvido- y surgió una versión de A mi manera que ni Sinatra llegó a entonar con tanto sentimiento.

Era tanto el escozor en la cara que lastimaban las gotas de lluvia, aun así abrían la boca para mitigar la espantosa sed que les prodigaba el universo oceánico.

El frío, el viento y la marejada arreciaron de nuevo durante la madrugada del lunes uno de octubre. Pero los náufragos mantenían el ánimo de luchar y vencer.

-¿Qué onda, compa, estás bien?- se preguntaban entre sí unos y otros para constatar la situación del compañero de al lado. Lo sabían: sucumbir de sueño o cansancio era la muerte.

Al clarear el día, El Rigo encontró un limón flotando sin rumbo. Enseguida lo amacizó para recompensar el hambre. Un terrible ardor le sacudió la boca, lengua y garganta laceradas por la sal.

"El resto de nuestro menú fue un platillo de aguamalas con buches de mar", dice entre risas Ramírez Sánchez, oriundo de la San Vicente pero avecindado en Las Palmas.

-¿Quién chingados habrá inventado que En el mar la vida es más sabrosa?- quiso bromear aunque el tono fue de tristeza.

Evitaban pensar en la cercanía de algún tiburón. Julio César, incluso, apagó desde el principio una luz roja de señales ante el temor de que se le prendiera un calamar gigante. Dolor, debilidad, sed, ardores en la boca, hambre y frío fueron las constantes de quienes, pese al abandono de las autoridades, persistían en su batallar contra los resabios de Juliette.

Más que preocupados por ellos mismos, pensaban en sus familias y amigos, en los seres queridos que en tierra indagaban por doquier en busca de información. Un hermano de Hansel rentó un par de lanchas que zarparon de Guaymas en búsqueda de sobrevivientes. Encontraron sí, pero restos de valiosos equipos que los pescadores amacizaron como chacales, ante la rabia del contratante.

Cerca de las seis de la mañana los doce del kayac soltaron la minúscula embarcación para que no los jalara la corriente mar adentro. En lo sucesivo dependerían de los salvavidas y su inquebrantable voluntad.  Horas más tarde, avistaron tierra a lo lejos. Julio, Hansel y uno de los turistas nadaron, con la ventaja de llevar aletas, hasta la orilla de un poblado cerca de Punta Hueso de Ballena, 140 kilómetros al norte de San Carlos.

Poco a poco los demás arribaron. Ahí recibieron la generosa ayuda de pescadores aldeanos. Agua, frijoles, carnes, café. Estaban a salvo.  La agencia Associated Press difundió que a las 11:35 horas del primero de octubre doce de los pasajeros del Poseidon estaban a salvo, mientras continuaba la búsqueda de los otros.

La noticia corría por el mundo
El otro grupo no corría tanta suerte. Sólo Dan Stanbro llevaba aletas, en un acto de heroísmo nadó jalando a sus compañeros lo más que pudo. El esfuerzo casi le cuesta la vida. Determinante también fue la solidaridad de los tripulantes de los yates turísticos de San Carlos: La Sirena, Ocean Spirit y el Muy Salsa, que peinaron el área en busca de sobrevivientes.

A las 12:40 del mediodía, El Pato y El Rigo vieron un helicóptero de la Armada de México. "Desesperados, hacíamos señas pero los güeyes no nos veían", comentan. Pudo ser que desde la aeronave radiaron al Ocean Spirit que minutos más tarde rescató a quienes hacía 24 horas se mantuvieron aprisionados por el océano.

Del yate fueron transbordados a un guardacostas de la SeMar donde, admiten, recibieron buenas atenciones, alimento, frutas, bebidas y consultas médicas. Cuando minutos más tarde eran conducidos al aeropuerto de Guaymas, El Rigo le agradeció al piloto del helicóptero. "Neta, el bato me tiró un buen rollo, que ése era su deber y lo cumplía con gusto".

Entre esposas, hijos, padres, hermanos, amigos y demás alrededor de cincuenta personas los esperaban jubilosos: gritos, llanto, risas y abrazos. Por fin estaban entre los suyos.

Ahora, aún con el trauma de los acontecimientos pero con el espíritu fortalecido, Hansel, El Pato, Julio y El Rigo reflexionan, advierten a las autoridades y a todos los pescadores:

"Ayer fueron los infortunados del huracán Ismael; hoy por suerte nosotros salimos adelante... Pero ¿podrán sobrevivir mañana las víctimas de otro huracán?".

Consideran que Capitanía de Puerto debe poner más atención, no emitir despachos sin verificar la seguridad de las embarcaciones y mantener más contacto con la tripulación de las naves.

Saben por experiencia que allá en alta mar el hombre es insignificante contra la implacable naturaleza, que están sujetos al capricho de los mares y los vientos.

"Contra la naturaleza nada, pero sí contra la corrupción e indolencia de unas autoridades que deben explicar y responder ante tanta falla", acota enérgico Rogelio Baidón. Rogelio Baidón, empresario cajemense, juntó firmas y testimonios de sus compañeros para denunciar ante la Presidencia de la República y ante otras instancias la criminal desidia oficial.

Alguna vez se dijo que agentes de la US Coast Guard investigaban los hechos; eso sí, se entrevistaron con los tristes tripulantes de aquel gran yate cuya galanura provocaba oleajes de admiración. Quizá algunos funcionarios confiaron en que, con el barco, sus actos de irregularidad e indolencia también quedaron sepultados. No es así, los sobrevivientes son testimonio.


Y testimonio también es el Poseidon, ahora convertido en herrumbre que desde el fondo del océano acusa una ruindad de corrupción que sigue boyante en los mares.