Luis Pablo Beauregard/ Elpais.com
En el lugar donde Julio César Mondragón fue
hallado muerto con el rostro desollado el 27 de septiembre de 2014 se levanta
hoy un memorial. A un costado de un basurero clandestino, en la zona industrial
de Iguala, sobresale un gran triángulo invertido de concreto que se clava en
una base. De ella emergen cuatro manos de metal pintadas de negro. En el centro
de la estructura hay una fotografía del joven con un gorro de franjas blancas y
negras que sonríe con una mueca extraña. Bajo ella dice: “No me olviden, no
estoy enterrado. Sembraron a un hombre cuya misión es despertar conciencias. No
dejen de luchar por justicia terrenal, la divina es eterna”.
Este sitio fue la segunda parada de la protesta hecha en
el epicentro de la tragedia que ha marcado a México y que fue encabezada por
los familiares de los 43 desaparecidos. Berta y Tomás, los
padres de Julio César, no pudieron acudir al evento. Después de guardar un
minuto de silencio, uno de los organizadores tomó el micrófono. “Hemos
solicitado a los peritos argentinos independientes un nuevo dictamen, porque el
que tenemos señala que quienes quitaron el rostro a Julio César fueron
roedores”.
Poco antes, la comitiva visitó, no muy lejos de allí, el
sitio donde cayeron fulminados por policías municipales Julio César
Ramírez y Daniel Solís Gallardo. La madre de Julio César, recordó que
el grupo ha solicitado aEnrique Peña Nieto permitir al grupo de
expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) permanecer en
México por un tiempo indefinido. “Lo pedimos para que sigan indagando qué pasó
con nuestros muchachos”.
Los investigadores de la OEA han puesto en aprietos al
gobierno mexicano al cuestionar la versión oficial de la Fiscalía, construida
porJesús Murillo Karam, el exprocurador general. A un año de los hechos, las
autoridades, que han detenido a más de 110 personas, no han podido aportar un
móvil que explique la cacería de los estudiantes por parte de sicarios del
cártel local de Guerreros Unidos.
Algunos comercios del centro de Iguala bajaron sus
cortinas metálicas temiendo que la manifestación de este domingo se convirtiera
en un nuevo episodio de violencia. Muchos habitantes de Guerrero reprueban el
comportamiento de los estudiantes rurales en las manifestaciones. Este lunes,
más de un centenar de normalistas destruyó las oficinas de la Fiscalía estatal,
en Chilpancingo, la capital. Esto puso en guardia a los soldados del 27
batallón de infantería, ubicado en Iguala, que esta mañana montaron barricadas
y alambre de púas en las puertas del destacamento. El papel de los militares la
noche de los hechos es cuestionado por algunos. Se especulaba con la
posibilidad de que los normalistas fueran a increparlos, lo que no ocurrió.
Muchos habitantes de la ciudad, sin embargo, regalaron
agua, tortas y tacos a los estudiantes y familiares de las víctimas que
recorrieron la ciudad. Alfonso Lara dejó abiertas las puertas de su
negocio de refacciones para automóviles, a un par de manzanas de la explanada
principal. “Yo no les temo”, dijo. Mientras un millar de personas desfilaba
ante sus ojos ensayó una explicación de lo sucedido en Iguala. “Las autoridades
le abrieron las puertas al demonio”, concluyó.
La protesta culminó frente a las ruinas del Palacio
Municipal, que fue ocupado dos años por el diablo encarnado en José Luis
Abarca. Una muchedumbre prendió fuego y saqueó al Ayuntamiento en octubre de
2014 cuando se supo que el alcalde pudo haber dado la orden de desaparecer a
los estudiantes. El edificio es hoy un cascarón que permanece vacío y arrasado.
En el patio de la catedral, a un costado de lo que queda
de la alcaldía,María Claudia Ramírez, de 77 años, se alejó brevemente de
la escuela pastoral para prestar atención al mitin. “Sin esto no se hubiera
visto la corrupción. Los jóvenes dieron sus vidas para que se descubriera todo
lo malo que pasa aquí”, dice. Iguala quiere exorcizar sus demonios.