Laura Rivas/ El País
Wirikuta es una zona sagrada de la Sierra de Catorce
mexicana, en el Estado de San Luis Potosí. Su paisaje polvoriento está
salpicado de cactus; los vecinos de la región sufren desde hace décadas una
sequía inclemente, pero el clima es ideal para el peyote, que crece escondido
entre las piedras. Ocupa unas 141.200 hectáreas. Todos los años, peregrinos del
pueblo indígena huichol cruzan el desierto hasta el Cerro del Quemado; según su
mito de la creación, el lugar donde salió el sol por primera vez. Su población
asciende a 43.500 personas, estima la Unesco. Wirikuta es además una reserva de
la biosfera protegida por el Gobierno desde 2012. Da cobijo a miles de especies
de cacto y 250 de aves. En esa misma zona fueron otorgadas 78 concesiones a
empresas mineras por el gobierno de Felipe Calderón, actualmente
paralizadas por un recurso legal interpuesto por el pueblo huichol o wixárica
(pronunciado “huirrárica”).
El documental aborda el plan de la canadiense First
Majestic Silver, que posee 22 de las concesiones y pretende explotar las vetas
de plata que ocultan las montañas sagradas en su interior. Los más místicos
sostienen que esa plata es la que otorga al Cerro del Quemado su energía
sobrenatural. En un Estado donde la mitad de la población vive en situación de
pobreza, según los últimos datos del Consejo de Evaluación del Desarrollo
Social, para muchos vecinos de la región la mina supondría una importante
ayuda: la empresa promete crear 500 puestos directos y 1.500 indirectos en una
zona dedicada a la minería desde el siglo XVIII. Pero los ecologistas denuncian
que el fin del mundo del que alertan los indígenas se traduciría en prácticas
extractivas muy dañinas, que requieren una enorme cantidad de agua y producen
residuos químicos que terminan en vertederos.
El año pasado, añade Vilchez, Uxamuire y otros líderes se
reunieron con portavoces de First Majestic en su sede de Vancouver para
pedirles que renunciaran a la mina. La empresa sugirió como solución que los
indígenas comprasen las tierras al Estado. La idea ofende profundamente a los
huicholes: para ellos es tierra sagrada, no se puede poseer; y, de todos modos,
carecen de recursos económicos. “Imagínate que encontrasen oro debajo de la
basílica de San Pedro en el Vaticano”, ilustra Vilchez, indignado. “¿Qué
pensarían los católicos del mundo si les dijesen: ‘Les dejamos la basílica pero
debajo hacemos un agujero y lo sacamos todo?”.