Miguel Escobar Valdez
Trump y el peligro que representa
Donald Trump es un bufón ridículo y descerebrado, admitido. Pero es un
bufón extremadamente peligroso, para la inmigración no autorizada en los
Estados Unidos, para los propios estadounidenses, para la política exterior del
vecino país de norte y en lo específico, para México y los mexicanos. Quizás la
sociedad mexicana no advierte aún la peligrosidad del fulano ese del peculiar
peinado que despotrica a diestra y siniestra contra la mexicanada, contra las
mujeres, contra Obama, contra John McCain, contra el resto de los aspirantes
del Partido Republicano a la presidencia de la república, etc. Lo que quizás se
pasa por alto hasta el momento es el efecto que está teniendo dicha prédica
radical, nativista y xenófoba de un exponente del más puro republicanismo
cerril de la extrema derecha, en la contienda presidencial de la Unión
Americana, prédica que desnuda a ese amplio sector de la sociedad de la vecina
nación, white, anglosaxon y protestant,
un sector que tan bien describe Samuel Huntington en su obra seminal “Who we are”.
Más claro, y esto hay que decirlo: En Estados Unidos no ha desaparecido esa ancha franja racista y extremista que cree a pie juntillas en el excepcionalismo gringo y en el peligro que representa para la ”identidad nacional” la…”asimilación masiva de inmigrantes latinos que originan problemas de bilingüismo, multiculturalismo, la devaluación de la ciudadanía y la desnacionalización de las élites norteamericanas”, para citar al ya mencionado Huntington, apóstol del nativismo. Para esa gente somos the threat du jour, la amenaza del día. Y en esas aguas navega Trump.
Más claro, y esto hay que decirlo: En Estados Unidos no ha desaparecido esa ancha franja racista y extremista que cree a pie juntillas en el excepcionalismo gringo y en el peligro que representa para la ”identidad nacional” la…”asimilación masiva de inmigrantes latinos que originan problemas de bilingüismo, multiculturalismo, la devaluación de la ciudadanía y la desnacionalización de las élites norteamericanas”, para citar al ya mencionado Huntington, apóstol del nativismo. Para esa gente somos the threat du jour, la amenaza del día. Y en esas aguas navega Trump.
Conflictos de intereses
Definitivamente, a Peña Nieto le hacen falta asesores de primer nivel
para contrarrestar ese sentimiento de pena ajena que nos da a todos los
mexicanos cuando atestiguamos el infantilismo que prevalece en el presente
régimen a la hora de armar las tramas para justificar lo injustificable. El
viernes pasado y después de medio año, Virgilio Andrade, secretario de la
Función Pública, apareció a cuadro y en conferencia de prensa durante tres
horas informó al pueblo de México lo que ya sabíamos de antemano: que ni el
presidente, ni su esposa, Angélica Rivera, ni el secretario de Hacienda, Luis
Videgaray, incurrieron –versión oficial- en conflicto de intereses en la
adquisición de casas a una inmobiliaria propiedad de un contratista que ha
ganado numerosos concursos de obra pública desde los tiempos de Peña Nieto como
gobernador del Estado de México. Aquí ocurre una curiosa incongruencia; una investigación sobre presunto conflicto de
intereses, que parte de un conflicto de intereses, al encomendar la pesquisa a
un amigo y subordinado de Peña Nieto. Más claro, Peña Nieto investigándose a sí
mismo, a su esposa y a su más cercano colaborador y también íntimo amigo. Sólo
en México se ve eso. El escándalo de la Casa Blanca surge en el peor momento
para el Ejecutivo, poco después del sucedido de los normalistas de Ayotzinapa.
De inmediato viene la cancelación de la obra del tren rápido de Ciudad de
México a Querétaro, en la que participaría el constructor del régimen, Grupo
Higa. Y después de una concatenación de sucedidos, Iguala, Tlataya, casitas por
aquí y por allá, etc., empieza el despeñadero y la consiguiente pérdida de
credibilidad en las instituciones y sus responsables. La misma noche del
viernes, en el programa de CNN de Carmen Aristegui, al que acudieron como
invitados Denise Dresser y Lorenzo Meyer y por la vía telefónica el politólogo
Sergio Aguayo (puros pesos pesados), se hizo trizas la esperada exoneración de
los presuntamente implicados en la trama de conflicto de intereses. De la misma
manera las redes sociales prácticamente se vinieron abajo con lo aseverado por Ricitos
de Oro. La Dresser inclusive denominó el resultado de la investigación como “la
cuatidad”, es decir un dictamen entre cuates, que a juicio de los invitados al
programa de Carmen perjudicó más aún la deteriorada imagen de los participantes
en esta escenificación de simulaciones. La cereza en el pastel lo constituyó la
ya muy tardía disculpa del presidente Peña Nieto. Si no hubo culpabilidad,
Andrade dixit, ¿para qué disculparse?
Lo que realmente encabrona es el deliberado intento de vernos la cara, de
insultar nuestra inteligencia. Al final de cuentas, la única víctima de esta
comedia de enredos fue la Aristegui, cuyo equipo de investigación despepitó el
asunto. La periodista fue despedida de su espacio radiofónico en MVS.
¡Padrés, non
plus ultra!
¡Carajo!, después de Padrés, el diluvio y, como dice el latinajo, no hay
más allá, en términos de ineptitud, corrupción rampante, descaro, cinismo,
valemadrismo y demás calificativos que no tiene caso consignar, ya la sociedad
sonorense los conoce. A falta de sombrero, que no uso, me quito el escaso cuero
cabelludo ante ese paradigma de mal gobierno. ¿Qué se sentirá detentar el
título del peor gobernador en la historia de Sonora? ¿Pensó el buen memo que la
gubernatura que le cayó por accidente –la trágica muerte de los niños de la
guardería ABC- fue la patente de corso para depredar la entidad, enriquecerse
él y los suyos, dividir a Sonora, cometer tropelía y media? ¿el evidente
repudio de los sonorenses, tendrá algún efecto en su estado de ánimo? ¿le
inquieta la muy factible amenaza de acción legal al término de su califato?
¿planea huir con todo y millones a las islas Fiji con las que supongo no
tenemos aún tratado de extradición? Tantas y tantas preguntas, todas ellas sin
respuesta. Estos últimos días son de fantasía, dignos de la picaresca del Siglo
de Oro español. PGR y gobierno de E.U. conducen investigación conjunta contra
Padrés por lavado de dinero, se publicitan audios de conversaciones entre un
senador panista y Memín en el que se propone una especie de quid pro quo (yo cubro gastos de campaña
y tú me proteges); surgen informaciones increíbles en torno a la “comercialización”
de las adopciones de bebés encargadas al DIF, lo que implica la venta de los
bebés mismos; el abogado López Vucovich interpone demanda por daño moral contra
el mandatario sonorense; se acabó la lana, “que paguen los que vienen”, dice
sonriente el tesorero de la entidad. No hay para pagar la luz, ni los sueldos
de la burocracia, ni a proveedores; se le debe a medio mundo y en ese ejercicio
de futilidad que son las reuniones para la transición entre los que se van y
los que llegan, a los integrantes de los equipos de la abogada Pavlovich sólo
les queda enarcar las cejas, abrir la boca y proferir su asombro con el clásico
“¡WHAT!” a cada alegre declaración de
los funcionarios de la Secretaría de Hacienda y de Tesorería de la entidad, en
el sentido de que desconocen el uso de los recursos del Estado. ¿Pues cómo se
manejaron las finanzas de Sonora? Y ya párale, Escobar, si no te vas a acabar
el espacio con lo que no tiene ya remedio. Mis más sentidas condolencias al
régimen entrante, por el paquete que se le viene encima. Tierra arrasada, ni
más ni menos.
La sana distancia
En la euforia posterior al dedazo que elevó a Beltrones a la dirigencia
nacional del PRI, el político sonorense no dejó de exhibir en cuanta ocasión se
le presentaba, el certificado de defunción de la “sana distancia” entre partido
y gobierno. En su discurso ante la CNOP dijo “…somos el partido en el gobierno
y el gobierno es Enrique Peña Nieto”. Y yo que pensaba –qué equivocado estaba-
que el gobierno es el conjunto de ciudadanos mexicanos y que en consecuencia,
un partido de masas como el tricolor, partido en el gobierno, se debe, y debería
reconocer en consecuencia, que el gobierno es el pueblo de México. O debería serlo.
Pero bueno, independientemente de disquisiciones morfológicas, lo cierto es que
la decisión de Peña Nieto trae aparejadas consecuencias no intencionales –unintended consequences, dirían los
angloparlantes- para Sonora, la tierra de origen de Manlio, y para la nueva
administración de Claudia Pavlovich, cuya candidatura fue atribuible a
Beltrones, la que indudablemente contará con el apoyo del factótum político
nacional. No soy vidente pero supongo que el presidente tomó en consideración la
renovación de una docena de gubernaturas el año próximo y los avatares que
sacuden a su régimen y se decidió por el más avezado de los operadores políticos.
¿Cuatrienios?
A propósito de Peña Nieto y los sexenios inacabables, empieza a
prevalecer la tesis de que quizás seis años de gobierno es un excesivo lapso,
sobre todo en los casos en que la primera mitad del sexenio transcurre en un
contexto problemático y de ausencia de resultados. Es entonces cuando para la
segunda mitad del período de gobierno, el mandatario parece ser un “pato lisiado”,
el clásico lame duck, según la voz
coloquial de la política gringa, pierde, en síntesis, poder de convocatoria. El
caso clásico es el de Enrique Peña Nieto, quien en sus primeros tres años de
gobierno ha tenido de todo, desde los embriagantes días del Pacto por México, la
aprobación de todas las reformas propuestas al Congreso, los elogios en la
prensa extranjera como el salvador de México, la portada en Time, etcétera.
Esos idílicos primeros meses fueron transformándose en períodos de
confrontación y pésima imagen, sobre todo en el exterior, con las secuelas de Iguala,
Tlataya, la Casa Blanca, las desapariciones forzadas, las violaciones a
derechos humanos, la violencia imparable, la crisis económica con los bajos
precios del petróleo, la depreciación del peso, los ajustes consuetudinarios a los pronósticos de crecimiento del PIB, la
pobreza y la desigualdad, etcétera, todo lo cual hizo disminuir a niveles
ínfimos la aprobación para el presidente en las encuestas. Es en esa tesitura
en la que quizás seis años parezcan seis siglos. De ahí la reflexión de que
cuatro años pudieran ser más manejables, menos desgastantes para los Ejecutivos
en problemas. Cuatrienios, como ocurre con los períodos de gobierno en Estados
Unidos, en donde existe la ventaja adicional de que allá es posible una sola reelección
por otros cuatro años, algo imposible en México por esa premisa inviolable de
la No Reelección surgida de nuestra revolución. Lo cierto es que a un
presidente que le vaya mal en México en la primera mitad de su sexenio, es muy
difícil que se recupere en los siguientes tres años. ¿Usted no hubiera
preferido un cuatrienio en vez de un sexenio para Padrés? Lo dejo con esa
reflexión.
Al término de compromisos contraídos, aquí estoy de nuevo para ofrecer
mis puntos de vista con total independencia de criterio. Gracias por su paciencia
para esperar la reanudación de La Carta Escobar.
Miguel Escobar Valdez
Comentarios y sugerencias a : m.escobar35@gmail.com