MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Si alguien se atreve a
aseverar que Gabriel García Márquez es el mejor escritor que ha dado
Latinoamérica es porque ha leído a la mayoría de los narradores del continente,
tiene una sólida formación literaria y una vida cercanísima a las letras. De lo
contrario, sería un mentiroso, un impostor, un simulador.
Durante el homenaje póstumo al escritor colombiano en el
Palacio de Bellas Artes, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, osó
declarar: “Gabriel García Márquez es el más grande novelista de América Latina
de todos los tiempos”.
Si Enrique Peña Nieto tuvo la seguridad para sostener lo
anterior quiere decir que es un lector hambriento, que no ha omitido estudiar a
fondo no sólo la obra de García Márquez, sino de Juan Rulfo, Carlos Fuentes,
Roberto Bolaño, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Rosario Castellanos, José
Revueltas, Ernesto Sábato y un larguísimo etcétera.
Dado sus antecedentes, resulta difícil (por no escribir
imposible) de creer que Peña Nieto siquiera leyó “Cien años de Soledad”, la
obra más popular de García Márquez. Un hombre que no puede citar correctamente
tres libros que lo hayan influido, que cree que “suscribido” es el participio
del verbo suscribir, que confunde el nombre de instituciones públicas
cotidianamente, que ha sostenido que Boca del Río es la capital de Veracruz y
Tijuana y Monterrey estados de la República, no puede reflexionar con tanta
soltura sobre el realismo mágico y la literatura latinoamericana. No de manera
genuina.
Si Peña Nieto simuló en el homenaje póstumo a García
Márquez, ¿en cuántos aspectos de la vida pública lo hará también?, ¿cuánto de
lo que expresa es falsedad?, ¿qué parte de su palabra es verdad?, ¿podemos
confiar en él?
Nuestros impuestos auspician el engaño. Los “tuits” del presidente de México se
pagan del erario. También sus discursos, sus actos protocolarios, su
telepromter (aparato electrónico para leer textos), su “chicharito” (audífono),
sus redes sociales…
Tres funcionarios de la presidencia de la República
conforman el equipo responsable de redactar los “tuits” del presidente
(periódico 24 horas, 13 de marzo de 2014). Se trata de un equipo adherido al
proyecto de Estrategia Digital Nacional, plan con un costo estimado en 100
millones de dólares, según ha documentado el periodista Jenaro Villamil.
Desde su campaña presidencial, Peña destinó recursos e
infraestructura para consolidar un equipo de “bots”, tuiteros que promocionaban
sus acciones e intentaban neutralizar a los cibernautas críticos con el
priista.
Y esta es sólo una parte del despilfarro del mandatario para apuntalar su
imagen. En 2013 se destinaron mil 22 millones de pesos para difusión de las
actividades del mexiquense, y para 2014 la presidencia pidió aumentar esta
cifra en casi 90 millones de pesos. En paralelo, se ha vuelto cotidiano leer
noticias de convalecientes que mueren a lo largo del país por la deficiencia de
los servicios de salud pública.
Para promover las reformas educativa y energética, la
presidencia de la República gastó al menos 186 millones de pesos el año pasado,
de acuerdo con un reportaje del portal Animal Político. Incluso Petróleos
Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad solicitaron a Estudios
Churubusco la producción de los spots de la reforma energética.
Mención aparte merece el desborde de recursos públicos
utilizados por Peña Nieto para promocionarse cuando era gobernador del Estado
de México, que tan sólo en su primer año de gobierno representó 742 millones de
pesos (Proceso 1898).
A pesar del dispendio de recursos, la mayoría de los
ciudadanos reprueba la gestión del presidente. En su tercera encuesta anual
publicada al cierre de 2013, Reforma advirtió que, en promedio, los gobernados
le daban una calificación de 5 a su gobierno. Con todo y el derroche de
recursos, prevalecen las dudas de cuáles serán los beneficios reales de las
reformas impulsadas por el gobierno, como ejemplificaron los cuestionamientos
del cineasta Alfonso Cuarón a la reforma energética, posición que encontró eco
social y orilló a la presidencia a desplegar más esfuerzos en persuadir de las
supuestas bondades de la iniciativa.
La simulación no sólo tiene un costo económico, también
social. En su libro “Comunicación y Poder”, el investigador Manuel Castells,
titular de la cátedra Wallis Annenberg de Tecnología de la Comunicación y
Sociedad de la Universidad de California del Sur, alerta: “Cuando los
ciudadanos piensan que el gobierno y las instituciones públicas engañan de
manera habitual, todo mundo se siente con derecho a engañar”.
Advierte también: “(…) Los periodos prolongados de
desconfianza en el gobierno alimentan la insatisfacción con el sistema político
y pueden tener graves consecuencias para el gobierno democrático”.
El discurso de Enrique Peña Nieto durante el homenaje
póstumo a García Márquez refleja las prácticas de su gobierno. El protocolo
vacío, antes que la honestidad. La falta de compromiso con la palabra empeñada.
Parecer, antes que ser. Privilegiar la manipulación mediática y no la verdad.
Mantener este espectáculo sangra las arcas de un país
donde el hambre aún es causa de muerte. Perpetúa la cultura del cinismo, la
corrupción y el engaño. Si las autoridades hacen de la simulación su
declaración de principios, los gobernados se sienten con el derecho de violar
las leyes que de ellos emanan.