martes, 6 de mayo de 2014

La cocinita

Ventura Cota Borbón
No puedo recordar cuándo la construyeron, lo que sí tengo claro es que sirvió de “cocinita” muchos años hasta que con mis manos tuve que derrumbarla para construir una recámara, ya que pronto me iba a casar y ésta formaba parte de una extensión de mi futuro hogar.

Hablo de un pequeño refugio localizado en el ala oriente del terreno de la casa paterna –calle 10 Loma de Juárez-, que hacía las veces de cocina y que fue construida de pedacería de madera, cartones, láminas, fierros, y toda clase de material que sirviera para hacerla lucir sólida.

Tengo entendido que mi padre don Ventura Cota Reyes la construyó para que mi abuela –su mamá-, pudiera hacer toda clase de alimentos que iban desde una simple cocción de frijoles, tortillas de harina, menudo, pozole, tamales e incluso, como había un pequeño horno de ladrillos, hasta pan y galletas.

Fueron muchas las ocasiones que la “cocinita” sirvió para quitarnos el frío en aquéllos inviernos de antaño y para frente a una humeante café colado o de talega, aderezar pláticas de todo tipo.

Hizo las veces de refugio anti golpes cuando mi madre, ante una severa travesura, nos correteaba con una chancla o una cuchara de madera para poner un correctivo que no llegaba porque nos encerrábamos en el cuartito de marras.

Fueron muchas las ocasiones también en que mi tío Pancho, cuando llegaba “bien servido” la usaba como cuarto de descanso. Allí reposaba las “crudas” y la volvía a agarrar. En ese mismo lugar mi padre también llegó muchas veces a refugiarse para distintas actividades, entre ellas, para emborracharse con gusto. Y es que nunca supimos cuándo "entró", pero había una cama muy vieja con un colchón ídem.

Allí hice mis primeros pinitos en la música. Mi hermano Jorge acomodaba unos baldes, subía a la loma del cerro de Juárez y buscaba entre los matorrales un par de palos que sirvieran de baquetas para la “batería” y yo, con mi guitarra “Jom” entonaba los primeros acordes. Era la única parte alejada de la casa en que podía hacerlo ya que el escándalo duraba horas. Allí también realicé mis primeros pinitos eróticos cuando nos refugiábamos alguna amiga y yo para…platicar.

Cuando murió mi abuela Agripina, aunque disminuyó un poco el uso de esa cocinita, seguimos haciendo varias actividades en ella. Sobre todo, mi madre María Dolores cuando nos visitaba el “piojo”, cocía menudo y tortillas de harina para vender. Eso del piojo era muy frecuente.

Esa cocinita estuvo en “pie” lo menos 30 años. Fue un mes de octubre de 1985 en que un domingo muy temprano, decidido a construir parte de mi nueva casa, tuve que derrumbarla y recuerdo que cuando quité la primera lámina, lloré. Con ese pedazo de lámina se iban miles de recuerdos y vivencias.

En fin, son muchos los recuerdos que trae para mí ese pequeño lugar de tres por tres metros y en los que adolecí mucho de mi infancia, mi adolescencia y parte de mi adultez. De seguro mis hermanos y mi propio padre deben recordar cada quien sus anécdotas en ese espacio que fue significativo en importante etapa de nuestras vidas. Lástima que no tengo una foto que testimonie lo aquí escrito pero lo bueno es que la mente como fiel máquina fotográfica guarda afortunadamente esos eventos.

Francamente ignoro la razón por la que vino a mi memoria esta cocinita, quizás porque los años me arropan, me siento enfermo y presiento que no voy a llegar al año 2080. He dicho.