Ventura Cota Borbón
No puedo recordar cuándo la construyeron, lo que sí tengo
claro es que sirvió de “cocinita” muchos años hasta que con mis manos tuve que
derrumbarla para construir una recámara, ya que pronto me iba a casar y ésta formaba
parte de una extensión de mi futuro hogar.
Hablo de un pequeño refugio localizado en el ala oriente
del terreno de la casa paterna –calle 10 Loma de Juárez-, que hacía las veces
de cocina y que fue construida de pedacería de madera, cartones, láminas,
fierros, y toda clase de material que sirviera para hacerla lucir sólida.
Tengo entendido que mi padre don Ventura Cota Reyes la
construyó para que mi abuela –su mamá-, pudiera hacer toda clase de alimentos
que iban desde una simple cocción de frijoles, tortillas de harina, menudo,
pozole, tamales e incluso, como había un pequeño horno de ladrillos, hasta pan
y galletas.
Fueron muchas las ocasiones que la “cocinita” sirvió para
quitarnos el frío en aquéllos inviernos de antaño y para frente a una humeante café
colado o de talega, aderezar pláticas de todo tipo.
Hizo las veces de refugio anti golpes cuando mi madre,
ante una severa travesura, nos correteaba con una chancla o una cuchara de
madera para poner un correctivo que no llegaba porque nos encerrábamos en el
cuartito de marras.
Fueron muchas las ocasiones también en que mi tío Pancho,
cuando llegaba “bien servido” la usaba como cuarto de descanso. Allí reposaba
las “crudas” y la volvía a agarrar. En ese mismo lugar mi padre también llegó
muchas veces a refugiarse para distintas actividades, entre ellas, para
emborracharse con gusto. Y es que nunca supimos cuándo "entró", pero había una cama muy
vieja con un colchón ídem.
Allí hice mis primeros pinitos en la música. Mi hermano
Jorge acomodaba unos baldes, subía a la loma del cerro de Juárez y buscaba
entre los matorrales un par de palos que sirvieran de baquetas para la “batería”
y yo, con mi guitarra “Jom” entonaba los primeros acordes. Era la única parte
alejada de la casa en que podía hacerlo ya que el escándalo duraba horas. Allí también
realicé mis primeros pinitos eróticos cuando nos refugiábamos alguna amiga y yo
para…platicar.
Cuando murió mi abuela Agripina, aunque disminuyó un poco
el uso de esa cocinita, seguimos haciendo varias actividades en ella. Sobre
todo, mi madre María Dolores cuando nos visitaba el “piojo”, cocía menudo y tortillas de
harina para vender. Eso del piojo era muy frecuente.
Esa cocinita estuvo en “pie” lo menos 30 años. Fue un mes
de octubre de 1985 en que un domingo muy temprano, decidido a construir parte
de mi nueva casa, tuve que derrumbarla y recuerdo que cuando quité la primera
lámina, lloré. Con ese pedazo de lámina se iban miles de recuerdos y vivencias.
En fin, son muchos los recuerdos que trae para mí ese
pequeño lugar de tres por tres metros y en los que adolecí mucho de mi
infancia, mi adolescencia y parte de mi adultez. De seguro mis hermanos y mi
propio padre deben recordar cada quien sus anécdotas en ese espacio que fue
significativo en importante etapa de nuestras vidas. Lástima que no tengo una
foto que testimonie lo aquí escrito pero lo bueno es que la mente como fiel
máquina fotográfica guarda afortunadamente esos eventos.
Francamente ignoro la razón por la que vino a mi memoria
esta cocinita, quizás porque los años me arropan, me siento enfermo y presiento
que no voy a llegar al año 2080. He dicho.