Jenaro Villamil
MÉXICO, D.F. (apro).- A sus 25 años, un tercio de los que
tiene el PAN –del que se ha convertido en cabús–, el Partido de la Revolución
Democrática (PRD) está putrefacto: Sin identidad ni rumbo, estructuralmente
débil, capturado por mercaderes, carente de líderes y sometido por voluntad
propia a Enrique Peña Nieto.
Un partido así, sin respetabilidad ni confianza entre los
ciudadanos, no tiene un futuro de grandeza, menos aún con gobernantes mediocres
y represores, y con parlamentarios que promueven y avalan el aumento de
impuestos.
Salvo que ocurra un acto de respeto por sí mismo, lo que
se ve remoto, la alianza electoral con el PAN en las elecciones de este y el
siguiente año –cuando se renovará la Cámara de Diputados y nueve gubernaturas–,
el PRD apoyará al candidato presidencial panista, que bien puede ser Rafael
Moreno Valle, el gobernador de Puebla.
Claro que si los dirigentes actuales del PRD fueran
congruentes, el candidato a la Presidencia de la República debería ser Graco
Ramírez Garrido-Abreu, el gobernador de Morelos que encarna la línea política
que ese partido ha practicado en las presidencias de Jesús Ortega y Jesús
Zambrano, los tres de la misma corriente, Nueva Izquierda (NI).
Cualquiera de los dos proyectos difícilmente podría estar
en riesgo si, como todo parece indicar, el sucesor de Zambrano es Carlos
Navarrete y el secretario general Héctor Bautista, el coordinador de los
diputados perredistas del Estado de México que ¡hasta los “Chuchos” tildan de
entregado al gobernador priista Eruviel Ávila!
No se ve cómo Cuauhtémoc Cárdenas, el mismo que el
viernes 5 de mayo de 1989 proclamó ante unas 35 mil personas reunidas en el
Zócalo la fundación del PRD, pueda volver a encabezar ese partido, como desean
algunas corrientes perredistas, como la que encabeza René Bejarano.
Quizá sea coincidencia, pero Cárdenas amainó su
activismo, para encabezar el PRD y combatir la reforma energética, luego de que
fue detenido Humberto Suárez, el tesorero en los gobiernos de Michoacán de
Lázaro Cárdenas, su hijo, y de Leonel Godoy.
Por eso, más que renovación, lo que se perfila en el PRD
es el continuismo que, en los hechos, significa más descomposición, cuyos
únicos ganadores con esta línea política y electoral son los que forman parte
de la cúpula.
Aun cuando el PRD alega que tiene 3.5 millones de
afiliados, que pueden llegar a 4 millones este año con el proceso de afiliación
que está en marcha, es un espejismo. Ese partido reconoce que 80% de esa cifra
se concentra en sólo 10 estados: Chiapas, Distrito Federal, Guerrero, Estado de
México, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Tabasco, Veracruz y Jalisco.
Habrá que ver, además, si los militantes en esos estados
se mantienen en el PRD o, sin renunciar, terminan votando por el Movimiento de
Regeneración Nacional (Morena) de Andrés Manuel López Obrador, la principal
pesadilla de la cúpula perredista.
Tal como están las cosas, salvo que sean cínicos, poco
pueden festejar los perredistas en el cuarto de siglo de la fundación de su
partido. Y qué malo que así sea…