Ventura Cota Borbón
Era un día 10 de mayo de 1989 cuando quien esto pergeña,
o sea quien esto escribe, cruzó rumbo a la península bajacaliforniana en busca
de una paz que no iba a encontrar. Iba huyendo de algo que hasta hoy no sé qué
es.
Hay que agregar que en ese periplo me subí al ferry –no recuerdo
cuál, pero debió ser el Benito Juárez-, en un estado emocional muy precario y
súmele a eso una cruda que ya en pleno viaje se convirtió en borrachera.
Ya en Santa Rosalía, tres días después una vez que casi
me acabé el dinero en otra borrachera, música de mariachi e infiero en compañía
de algunas chicas, fue a rescatarme un concuño –Sergio Bustamante-, a ese antro
y casi me llevó arrastrando a bordo del ferry. Me permitieron subir en estado
muy inconveniente porque mi concuño era el cocinero a bordo.
La salida de barco era a las 11 de la noche y desde esa
hora hasta las 6 de la mañana de otro día, es decir del 14 de mayo, dormí como
si no le debiera nada a nadie.
Recuerdo que me despertó la resaca y con un dolor
terrible de cabeza. Nunca me he explicado qué pasó, pero miré a través de la
claraboya del camarote y lo primero que veo tal como si fuera una postal
escogida especialmente para mí, son los cerros de Guaymas dibujados tenuemente
por el amanecer que iniciaba.
En esos momentos pasó por mi mente como si fuera una
película, los últimos ocho años en que estuve sumido en ese tipo de vida:
borracheras, vagancia, desorden, desobligado, pérdida de dos trabajos y un
largo etcétera sin contar que a pesar de tener tres años de casado, ya mi mujer
se había regresado a su casa un mes antes de lo que les estoy platicando,
porque no soportó más al hombre desobligado que tenía como marido.
Atracó el transbordador, tomé un taxi y llegué a lo que
era mi casa.
Me encerré y sentí una soledad que jamás he vuelto a
pasar –gracias a Dios-, y empecé a llorar mucho. Fue un llanto de unas dos
horas. En ese lapso, llegó una persona amiga de mi padre que pertenecía a una
agrupación de autoayuda y me hablaba a través de la puerta porque nunca le
abrí. El llanto fue una catarsis que alivió un poco mi sentir, mi frustración,
mi dolor, mi pena, mi vergüenza, toda la confusión de ver mi vida en un agujero
profundo con apenas 25 años y once meses de edad.
Precisamente fue en ese momento en que con mi pensamiento
le pedí ayuda a Dios. Creo que fue la primera vez que supliqué al Hacedor del
universo con sinceridad y juré jamás volver a beber un trago de alcohol. Eso
pasó un 14 de mayo de 1989 y desde esa fecha no he vuelto a probar bebidas
espirituosas.
No puedo decir que alcancé la perfección de mi espíritu
cuando dejé de ingerir bebidas embriagantes, pero sí mi vida ha dado un cambio
drástico, obvio para mejorar.
Han sido 25 años de recuperaciones. Mi esposa Consuelo a quien amo profundamente por
todo lo que ha soportado antes y después de mi conducta, regresó conmigo a los
dos meses que dejé de beber. Jamás me volvieron a correr de ningún empleo,
jamás me he vuelto a pelear con vecinos, jamás he gastado dinero en cerveza,
vinos o cigarros, desde entonces jamás he faltado a un trabajo por cruda y
jamás he hecho cosas que un borracho pueda hacer en su propio perjuicio.
A Melina, mi
hija mayor le tocó verme en estado inconveniente, pero dice que no lo recuerda,
tenía 2 años cuando dejé de emborracharme. Mis hijos Ventura y Alejandra
jamás me han visto beber, ni fumar. Decir muchas groserías sí, porque me gusta
mucho hablar “inglés” y sólo he vuelto a probar alcohol de modo consciente cuando
mi mujer le echa cerveza al pavo en Navidad o Año Nuevo.
Hasta este día 14 de mayo de 2014, 25 años después desde
que probé mi última copa de alcohol, Dios me ha hecho el favor de mantener la
promesa y una buena voluntad para mantenerme firme y en el camino.
Cuán afortunado soy por todo lo que Dios me ha dado y por
si fuera poco, junto conmigo mi nieto Luis Alejandro quien nació el 14 de
noviembre del año pasado, va a festejar seis meses de vida. Mi mujer prometió
hacernos un pastel.
Como colofón, con esto que platico no busco
reconocimientos mucho menos felicitaciones, ni quiero aparecer como un “chingón”;
simplemente es un testimonio de que una adicción -cualquiera que ésta sea-, puede
ser superada. He dicho.
Pd: Para celebrar mis bodas de Plata sin beber, pensaba ponerme una buena borrachera...Mejor no.
Acápite: No pretendo
entrar en controversia con nadie, pero en 1953, la Organización Mundial de la Salud (OMS), después de hacer intensos
estudios en personas que bebían de modo incontrolable, concluyó que el
alcoholismo es una ENFERMEDAD incurable, progresiva y mortal por necesidad. Sin
embargo usted tiene la última palabra.