Alán Aviña Valenzuela
México
hoy celebra elecciones relativamente libres. Es posible asistir a una urna el
día de la elección y patentar nuestra voluntad política eligiendo a un
candidato.
Sin
embargo, ¿esa manifestación es el fin de la democracia?
Curiosamente,
democracia es uno de los términos “comodines” de los políticos.
Se
usa para todo y en todas las circunstancias. Hay manifestaciones de
inconformidad, y los gobernantes aluden a la democracia para decir que respetan
a los que disienten, pero no los escuchan.
Pablo
González Casanova, padre de la sociología mexicana, fue uno de los pioneros en
analizar la democracia nacional.
En
su libro “La democracia en México” publicado en 1965, el autor llegó a la
conclusión de que había una democracia en el país, pero sólo en sus aspectos
formales, es decir, había elecciones periódicas, había una distinción entre los
poderes del Estado, había una renovación constitucional de sus poderes
públicos.
Sin
embargo, en sus aspectos sustantivos, la calidad democrática era insuficiente.
En la práctica, había un partido hegemónico que limitaba la justa participación
de otras propuestas políticas, un clientelismo que cooptaba las organizaciones
ajenas al Estado y una represión brutal hacia los opositores al proyecto
político del partido-gobierno.
El
régimen Priista, bien llamado “dictadura perfecta”, provocó la interrogación de
los principales académicos.
Pues
mientras América Latina, necesitaba dictadores para mantener el orden político,
en México, el método democrático sirvió para lo mismo: concentración del poder.
El híbrido mexicano, cuál Ajolote, era la manifestación explícita de lo
pintoresco de nuestro país.
Para
el 2000 México siguió la ola democratizadora del mundo. Fue una tendencia
generalizada, pues en el 2000, apunta Freedom House en el informe “Democracy’s
Century: A Survey of Global Political Change in the 20th Century”, en el mundo
había países más democráticos que no democráticos.
Esta
realidad, formaba parte de lo que Samuel Huntington llamó en su libro la
“tercera ola” democratizadora en el mundo, ejemplificada por la flexibilización
a la democracia de antiguos regímenes autoritarios en las naciones de
Europa Meridional y Oriental, a varias de la ex-Unión Soviética y
de África y Asia, y a virtualmente todas las de América Latina.
Esto
lo dijo el académico en su libro “La tercera ola. La democratización a finales
del siglo XX”.
En
esos mismos años, Vicente Fox, candidato de oposición tomó el poder.
La
noticia provocó el furor democrático, que no obstante, fue apagándose como
cuando una vela se queda al descuido mientras se consume.
La
ciudadanía -un deporte nacional en México que mucho nos ha costado- ha pugnado
por ir modelando un discurso que pase del reclamo de la democratización formal
-aquella centrada en elecciones y renovación de poderes-, hacía una
democratización sustantiva – aquella centrada en las libertades y derechos de
la vida cotidiana.
Periodistas
luchan por la libertad de expresión, ONGs por el ejercicio responsable del
presupuesto, por la rendición de cuentas y por los derechos humanos y los
ciudadanos, luchamos por la seguridad, la educación y la justicia.
Hoy
la democracia se ha vuelto más compleja, pues es valor entendido, que los
indicadores para medir su calidad, ya no son sólo cuidar una urna, sino
respetar la participación ciudadana y alentarla; promover la representatividad
de los dirigentes y legisladores; velar por el uso responsable de los recursos
públicos y someterse a la rendición de cuentas; permitir el escrutinio público
y de la opinión pública a través de programas de transparencia efectivos;
asegurar la factibilidad y efectividad de las políticas y mejorar la capacidad
de respuesta del gobierno a los problemas de la ciudadanía; y respetar las
diversas expresiones sociales, y conminar a la solidaridad entre la población
sin provocar el encono, la división y la violencia.
Pero,
hoy otro reto emerge. Para la democracia, es importante la paz.
El
reto en México, incluye la pacificación de las áreas de la vida cotidiana y que
todas aquellas actividades como viajar, salir a comer, tener un negocio, ir a
la universidad, comprar un coche vuelvan a formar parte de nuestras vidas, sin
que el crimen organizado lo perturbe.
Aunque
hemos avanzado en nuestra visión democrática, en el discurso, seguimos
cantinfleando para describirla. Por eso, el mismo Mario Moreno “Cantinflas”,
nos regala la mejor definición de esta:
“Democracia,
mire usté, según la lengua española traducida al castellano quiere decir demos,
como quien dice dimos y si dimos con qué nos quedamos y ‘cracia’ viene siendo
igual, porque no es lo mismo don Próculo se va a las democracias que demos
cracias que se va don Próculo”. (De “Si yo fuera diputado”, 1951).