Las secuelas por el
humo y el fuego los acompañarán de por vida, aceptan
En México no hay
gente especializada ni el equipo para atender estos quemados, dicen padres
Sanjuana Martínez/Especial
para La Jornada
A Héctor Manuel
Robles Villegas se le veía sólo el perfil de su cara y los deditos de las
manos. Estaba completamente vendado y tendido en una cama del hospital Cima. A su
lado había una pareja llorando, pero Adriana comprobó lo que significa eso que
llaman vínculo materno y no tuvo duda: Lo siento, este niño no es su
hijo, es el mío. Perdónenme. No tengo ninguna duda.
Héctor Manuel había
perdido la piel, tenía quemado 80 por ciento de su cuerpo y muy pocas
probabilidades de vivir. Adriana Villegas luchó contra la burocracia del
gobierno de Eduardo Bours para trasladarlo al Hospital Shrines en Sacramento,
California, el único lugar donde lo podían salvar.
Héctor Manuel, quien
ahora tiene 7 años, recibirá injertos de piel hasta los 21. Dice que quiere ser
futbolista. Está sentado en la sala de su casa y pega un grito apurando a su
madre para irse a la escuela porque ya son las 7 de la mañana. Resignado a la
espera, enciende el televisor para ver las caricaturas; su hermana Lizbeth
Alejandra desayuna.
Hemos sufrido mucho,
principalmente él. Héctor no dormía por los dolores y las pesadillas. Duró dos
años para poder tener una noche completa de sueño, dice Adriana Villegas
mientras prepara machaca con huevo y calienta las tortillas de harina.Los
primeros dos años vivimos prácticamente en Estados Unidos. Es un tratamiento
difícil, aquí en México no hay gente especializada ni el equipo.
De los 70 que
lograron salir con vida de la tragedia, 47 sufrirán de por vida las consecuencias
pulmonares de haber inhalado el humo aquel 5 de junio; 22 tienen quemaduras
graves; ocho acuden regularmente al mismo hospital en Estados Unidos y tres
niñas han sufrido amputaciones de manos y piernas.
“Ellos han perdido su
infancia. Han sufrido muchísimo. Todos son muy fuertes. No cualquier cosa los
quiebra. Por ejemplo, Héctor Manuel el año pasado se fracturó el dedo pequeño
del pie y nunca me dijo porque no le dolió. Su umbral de dolor lo tiene en el
ocho, en una escala de diez. Hasta que se bañó y le vi el dedo negro, me
enteré. Cuando le dije por qué no avisó, me contestó tan tranquilo: ‘porque no
tengo nada, no me duele mami’”.
Salvado
por los tenis
Hace cuatro años,
Adriana decidió anular su vida profesional para dedicarse por entero a la
recuperación de su hijo. Se prohibió llorar y deprimirse, se impuso como meta
la normalización de la vida familiar. Las terapias siguen ayudando a entender
lo que pasó, pero le quedó una duda: Yo siempre dije: ojalá Dios me dé la
oportunidad de conocer al ángel que salvó a mi hijo.
El otro día, mientras
comía en un centro comercial, dejó a sus hijos y a su madre en la mesa para ir
por la comida. A lo lejos observó a un joven que se acercó con aspecto raro:
“Yo pensé que era un cholo que estaba molestando o pidiendo dinero.
Me acerqué y el muchacho estaba pálido y con la mente ida. En ese momento mi
mamá me mira y comenta: ‘dice que él sacó a Héctor’. Yo le pregunté: ‘¿Cómo
sabes que es él?’ Contestó: ‘Doña, yo saqué a ocho niños. A los ocho, todas las
noches, los traigo aquí en la mente. Siempre los veo’”.
Conmovida, Adriana
buscó una silla y se sentó. Le tomó las manos y le dijo llorando: Para mi,
tu eres un ángel. De hoy en adelante eres parte de mi familia. Le contó que él
estaba con seis muchachos tronándosela en un baldío, cuando
escucharon los gritos y que sólo entraron dos a sacar niños. Héctor fue el
cuarto que sacó. Le describió la ropa que traía y le dijo que le llamó la
atención unas lucecitas que corrían y daban vueltas en la oscuridad del humo: Eran
los tenis del Hombre Araña de mi hijo. Si no hubiera sido por esos tenis a
Héctor no lo hubieran sacado.
Sin
piñatas
Davina Jocelyn Miranda
Montoya tiene siete años y usa una falda de tul en colores rosa y blanco con
camiseta gris. Se mueve entusiasmada por la casa. Ayer llegó desde Sacramento,
California, y juega con su primo. Le gusta la presencia de una periodista y
pide que la entrevisten. De entrada dice que quiere ser diseñadora de modas: Quiero
decirle a mis compañeros de la escuela que los extraño mucho. No puedo ir
porque tengo el expansor y ya me hubiera golpeado; mejor que vengan a
visitarme. Tengo 19 cirugías y ya no quiero que me estén operando porque me
estoy perdiendo las piñatas de mis amigos.
Davina Jocelyn lleva
un expansor superior para reconstruir la parte de sus pechos con una bolsa que
se introduce bajo la piel y se llena de líquido para que vaya aumentando y
obligue a la piel a crecer. Tiene el 50 por ciento de su cuerpo quemado y le
hacen estudios para someterla a próximas cirugías plásticas en el abdomen.
“Mi hija está en
clases de natación, gimnasia, de lo que ella quiera. Todo esto ha sido muy
duro. Hay gente que se le queda viendo y la rechaza con demasiada crueldad,
pero yo le digo: ‘mi amor, tu diles que te pasó un accidente’. Ella tiene esa
gracia de salir adelante. La veo más segura que yo”, dice Aidé Montoya.
Comenta que lo más
terapéutico para la niña ha sido el amor de su familia, más que el proceso
sicológico o médico: Mi hija tiene quemaduras en distintas partes de su
cuerpo: cara, brazo, espalda, pecho, piernas... pero me siento muy orgullosa
porque me la llevo a la playa y ella se pone su traje de baño y se siente muy
linda.
¡Eso
me encanta!
Davina Jocelyn iba a
perder su brazo izquierdo en el hospital de Guadalajara, donde la trasladaron,
pero en el Hospital Shrines se lo salvaron: Todos estos niños significan
una palabra de fe grandísima. En su momento van a dar testimonios que
seguramente van a servirle a mucha gente, porque lo que ellos han sufrido es
muy impresionante y lo llevan con mucha fortaleza.
La niña está cansada
de tantos tratamientos: Pero a mi me preocupaba mucho la parte de sus
pechos, porque los injertos de piel no crecen, por eso le pusieron un expansor
hasta que podamos saber si hay alguna afectación interna. Luego lo dirán los
médicos.
La falta de justicia
y la libertad de los 37 procesados es algo que les ha afectado mucho a todas las
víctimas: Es como un duelo que vivimos todos los días. Nos cambió la vida
totalmente. Los procesos de cirugía todavía no revelan si hay más afectación
interna en sus cuerpos. Vivimos todo el tiempo con la angustia. Han pasado
cuatro años y parece que fue ayer.
Davina Jocelyn se
sienta en el sillón. Cruza sus piernas. Coquetea y se cubre disimuladamente con
su cabello el perfil izquierdo de su rostro lastimado por las quemaduras: Me
acuerdo que yo estaba dormida y se incendio toda la guardería, sentí algo
caliente encima y me levante y tuve que levantar a todos, es que era la hora de
la siesta.
Pulmones
dañados
Karina Tapia es una
de las decenas de madres que padecen el viacrucis diario de los problemas
pulmonares de sus hijos, ocasionados por el incendio en la guardería ABC.
Cuenta que intenta darle vuelta a la página, pero no puede porque las secuelas
continúan.
Al igual que otras
parejas, después de la tragedia se divorció. Sus tres hijos han padecido los
estragos de lo que el pequeño Misael, ahora de siete años, está viviendo: Desde
ese día cambió todo. Primero me quedé sin trabajo, sin guardería y sin dinero.
Después empezaron a venir los problemas respiratorios, las constantes
neumonías, llantos de noche y día, corajes, insomnio. Primero lo atendieron pediatras,
luego especialistas. Lleva dos operaciones, pero no mejora.
Misael padece
constantes hemorragias: “Sangra todos los días. Voy y lo dejo a las 7 de la
mañana a la escuela y para las ocho me llaman para que vaya por él. Tanto medicamento le afectó el estómago. Lo
está tratando también un otorrino, pues un médico para los trastornos del sueño
determinó que el niño no tenía problemas de insomnio, sino de dolor. Me dijo
que su problema era la nariz: ‘haz de cuenta que se le metió un gato a la nariz
y lo rasguña. Le duele mucho, por eso no duerme. Cada dos años necesita una
operación’”.
Desde hace cuatro
años están sometidos a terapias de sicólogos y siquiatras: Me he querido
hacer la fuerte y dejar los medicamentos, pero al final me llegan noches sin dormir.
Nos cambió totalmente la vida. Ojalá vivieran 24 horas en nuestra casa para que
vieran cuantas veces sangra Misael, cuántas veces se levanta en la noche por
los charcos de sangre. Sin justicia, sin apoyo. Me siento derrotada,
decepcionada, porque abandoné mi carrera de arquitectura. Se acabó todo.