martes, 12 de abril de 2016

Sonora y el Estado de Derecho: olvido de las normas elementales

Por Jesús Susarrey

No es necesario un análisis profundo para advertir  la diferencia entre la percepción ciudadana y la perspectiva que ofrecen las élites gobernantes sobre la realidad sonorense. En ocasiones, de la sociedad política brota información que si bien refleja buenas intenciones y alienta esperanza, es parcial y omite realidades que la ciudadanía observa en el día a día.  

Acostumbrados a los anuncios espectaculares sobre inversión pública o sobre nuevos paradigmas para el ejercicio del poder, parecen olvidarse de rubros esenciales del quehacer gubernamental como cumplir y hacer cumplir la Ley para garantizar que las interacciones sociales se desarrollen en armonía y en un entorno de estabilidad y orden público. 

Repetirlo es fastidioso pero insoslayable, ese es el fundamento del Estado de Derecho. Se instituye para mediar las relaciones sociales bajo el imperio de la Ley que debe estar por encima de todo y todos y es el pilar sobre el que se sostiene el Estado mismo como forma de organización social y política pactada de común acuerdo. Garantizar que las normas jurídicas se cumplan por igual y siempre es la función de los poderes públicos y no es necesario profundizar para descubrir que no siempre ocurre así.

Tampoco es necesario para la ciudadanía adentrarse en la extensa y compleja estructura legal para percibir las inconsistencias y las omisiones. El tema abarca desde los especializados mecanismos de procuración e impartición de justicia hasta las normas básicas para la convivencia pacífica que contemplan por ejemplo los Bandos de policía y buen Gobierno bajo responsabilidad de los municipios.

Mientras desde los tres niveles de gobierno y los tres poderes se anuncian necesarias y atinadas medidas como las expresadas recientemente por el Procurador de Justicia para que los ministerios públicos cumplan diligentemente su responsabilidad o las disposiciones para establecer al mando único policial, en algunos municipios e instancias del Gobierno Estatal y Federal se omite la aplicación de normas elementales para garantizar la integridad y derechos de las personas y la paz y el orden público.

Desde la perspectiva ciudadana la incongruencia es evidente. Habitantes de San Pedro exigen suspender la construcción de un complejo de gas en su comunidad que consideran riesgoso e ilegal y las autoridades no logran convencerlos de lo contrario; aduciendo problemas de inseguridad, en diversas poblaciones los ciudadanos restringen accesos y vialidades y; en otras exigen con razón orden y tranquilidad en los espacios públicos.

La lista es larga e independientemente de su pertinencia y sustento, lo cierto es que genera la sensación de que las cosas no marchan bien y que las autoridades no están a la altura del reto o que los mecanismos y recursos de que disponen son insuficientes.  Si la cultura de la legalidad es una creencia compartida de que todos cumplen y deben cumplir la Ley, no puede decirse que esté sólidamente arraigada.

Cierto que hay avances innegables. El nuevo sistema de justicia penal, la actualización de la legislación en materia de transparencia, la creación de fiscalías especializadas, en independencia del Poder Judicial, en la articulación y profesionalización de las tareas de seguridad pública, entre otras medidas relevantes.

De hecho puede afirmarse que el antiguo boceto de un pueblo sin Ley ha empezado a desvanecerse pero no por ello el tamaño del reto. La férrea determinación de la Gobernadora y su capacidad para transmitir con sencillez y claridad sus proyectos genera confianza y ha marcado diferencia con el gobierno anterior pero esos atributos deberán ser emulados por sus colaboradores para traducirlos en avances. 

El problema es que en las estructuras de gobierno parece que olvidan tareas sencillas pero esenciales. No hay por ejemplo conducta que trastoque la convivencia pacífica y valores sociales y de particulares que no estén contemplados en la legislación sobre seguridad pública y los bandos de policía y buen gobierno. Cada escándalo exhibe las omisiones en su aplicación y opaca logros de mayor trascendencia. 

Las Leyes y reglamentos facultan a Estado y Municipios para prevenir y sancionar desde la conducción en estado de ebriedad, la ingesta de alcohol y drogas en espacios públicos, producir sonidos que perturben la tranquilidad de personas, depositar basura en lugares públicos, obstruir el libre tránsito de personas,  ya no digamos para cumplir las disposiciones en materia de derechos humanos, de control urbano y respeto a la propiedad privada y la privacidad.

Quizá sea tiempo de replantear la distribución de las tareas, combatir la omisión  o reconocer la insuficiencia de recursos asignados. Los rezagos y el desastre heredado al gobierno de Claudia Pavlovich son enormes, exigirle soluciones inmediatas sería una injusticia, pero sin avanzar en la efectiva vigencia  del Estado de Derecho el reto es descomunal.