Scherer
le resultó incómodo al viejo PRI y al paréntesis sucedáneo del PAN. Exhibidos
por sus excesos e incapacidades, ningún gobierno emanado de esos partidos
soportó su periodismo y buscaron asfixiar a Proceso tal como lo habían hecho
Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría con el periódico Excélsior.
Acostumbrados a controlarlo todo, empezando por la prensa, los presidentes en turno hacían de la defensa del régimen priista la defensa del Estado. El aparato de seguridad era para perseguir a comunistas y opositores. Para ese sistema, Scherer fue las dos cosas. Al menos así se asentaba en panfletos elaborados en la Secretaría de Gobernación (Segob), primero cuando Díaz Ordaz y Echeverría eran sus titulares, y luego cuando ocuparon la Presidencia de la República.
Desde
finales de los años cincuenta fue escudriñado por el poder: Había ingresado en
1946 a Excélsior, del que fue subdirector en 1965 y director general entre
agosto de 1968 y julio de 1976.
En
el Archivo General de la Nación (AGN) existen las constancias del acoso al que
fue sometido. Un ejemplo es la intervención de las conversaciones telefónicas
que mantuvo en 1966 con el entonces jefe de prensa de Díaz Ordaz, Francisco
Galindo Ochoa, quien le agradecía la cobertura del diario al segundo informe
del mandatario y quien, años después, como vocero de José López Portillo,
buscaría a toda costa cerrar este semanario.
Fueron
décadas de hostigamiento. En 1963, cuando Díaz Ordaz encabezaba la Segob y
Echeverría era subsecretario de la misma dependencia, la administración federal
embistió a los opositores en el más puro estilo macartista, anticomunista, de
la época. La crítica de arte Raquel Tibol, colaboradora en el Excélsior de
Scherer y una de las fundadoras de Proceso, atestiguó cómo el reportero fue el
centro de la propaganda gubernamental panfletaria mucho antes de su expulsión
del “Periódico de la vida nacional”.
A
principios de los años sesenta, en plena Guerra Fría, era común difundir
desplegados apócrifos con membretes y firmas de paja. El propósito era acusar a
los jóvenes periodistas con ideas renovadoras y democráticas de sediciosos,
terroristas, adictos al marxismo-leninismo y a Moscú, contó Tibol en marzo de
2006, durante la XXVII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
En
un coloquio que formó parte de los festejos por el 30 aniversario de la
revista, la historiadora y crítica de arte relató que en 1963 los anónimos
buscaban desacreditar a Scherer –entonces de 37 años– y al grupo de
colaboradores etiquetados como rojillos. Dos años después, cuando el periodista
ya era subdirector editorial de Excélsior (dirigido entonces por Manuel Becerra
padre), circuló por varios departamentos del rotativo un anónimo que le
criticaba hasta su apellido alemán.
“Scherer,
tan extranjero en ideas políticas como en su nombre, ya se había identificado
hace tiempo como amigo y compañero de viaje de agitadores rojos, aunque a veces
logra esconder sus intenciones bajo una afabilidad y una indiscutida
inteligencia”, rezaba el libelo citado por Tibol, quien falleció en febrero de
2015 –un mes después de su amigo.
El
escrito tildó a Scherer y a su equipo de “agitadores”, “subversivos”, “agentes
marxistas”, “grupo (…) opuesto a las tradiciones mexicanas, a la idea de
patria, de propiedad, de religión, de familia”.
Además
de Scherer, los incriminados eran, entre otros, los sacerdotes jesuitas Pablo
Latapí y Enrique Maza, también fundador del semanario y quien falleció el
pasado miércoles 23 (Proceso 2043); el escritor católico Ramón Zorrilla; el
penalista de filiación anticomunista Raúl Carrancá Trujillo, y el historiador
Miguel León Portilla, discípulo del padre Ángel María Garibay.
Tibol
precisó: “Después se supo que (el papel) lo había redactado un Fernando
Alcalá”. Originario de Yucatán, y apenas siete años mayor que Scherer, Alcalá
fue jefe de redacción de Excélsior y director de Últimas Noticias, vespertino
que editaba la misma empresa. Su hijo, Fernando Alcalá Pérez, fue junto con
Jacobo Zabludovsky parte del equipo de noticias creado por Emilio Azcárraga
Vidaurreta para deshacerse de los periódicos que –desde los años cincuenta–
proveían de información a Telesistema Mexicano.
Excélsior
estaba en esa situación: realizaba un noticiario nocturno que salía al aire por
el Canal 2. Pero la cobertura que hizo el diario (dirigido ya por Scherer)
sobre la represión del 2 de octubre de 1968 contra el movimiento estudiantil
exacerbó la furia gubernamental contra el periodista. Díaz Ordaz y Echeverría
presionaron. Y el resultado fue que, en 1970, Azcárraga Vidaurreta prescindió
de los periódicos, creó su propia división de noticias y su noticiario 24
Horas.
Al
frente de la primera colocó a Miguel Alemán Velasco, el hijo del expresidente
Miguel Alemán Valdés, y del segundo, a Zabludovsky, el principal consejero de
radio y televisión de los mandatarios Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos
y Gustavo Díaz Ordaz, según refiere la investigadora Celeste González de
Bustamante en su libro Muy buenas noches. México, la televisión y la Guerra
Fría.
Los arietes del PRI
En
su libro Estos años (1995), Scherer aludió al conductor de 24 Horas: “Jacobo
Zabludovsky me hace falta como punto de referencia; vive la vida que
desprecio”. Con igual dureza se refería a Echeverría, instigador del boicot de
anunciantes contra Excélsior y de las maniobras para expulsarlo del periódico
el 8 de julio de 1976.
La
asfixia publicitaria fue ejecutada por Juan Sánchez Navarro, vicepresidente del
grupo cervecero Modelo y quien sería considerado el ideólogo de los empresarios
mexicanos. Años después, el propio Sánchez Navarro contó ante una numerosa
audiencia –en la que se hallaba Scherer– que, a la distancia, esa acción y sus
consecuencias le parecían aberrantes. En el boicot participó también el
multimillonario empresario Alberto Bailleres, quien en noviembre pasado recibió
la medalla Belisario Domínguez, que otorga el Senado.
“Echeverría
había jugado con todos el juego del que era maestro, la traición”, escribió
Scherer en La terca memoria, impreso en 2007, a propósito de lo admitido por
Sánchez Navarro. El reportero refirió: Hombres de negocios y políticos,
preocupados por la línea editorial de Excélsior, acordaron reunirse en la casa
del fundador de ICA, Bernardo Quintana, e invitaron a Echeverría.
Consideraron
que la posición del rotativo era peligrosa, cargada a la izquierda. De Scherer
expresaron que era “un sujeto proclive al comunismo”. Y les preocupaba que el
diario siguiera creciendo. Quintana pidió entonces que hablara el presidente.
“Echeverría
fue directo. Los hombres de la iniciativa privada rendían su cuota al auge del
periódico, la publicidad era fuente de ingresos. Así fortalecía al enemigo
común. En manos de los empresarios estaba el remedio a una situación que ya era
crítica”. El ariete, continúa Scherer, fueron las “veinticuatro horas” de
Zabludovsky.
Pero
el estrangulamiento y la expulsión fueron sólo la puntilla, el golpe de gracia
después de años de acecho. El periodista Luis Miguel Carriedo, reportero de la
revista Etcétera, dio a conocer en diciembre de 2006 que 30 años atrás, en
1966, Echeverría recibió del director de la DFS, el capitán retirado del
Ejército Fernando Gutiérrez Barrios, un expediente del periodista.
De
acuerdo con la caracterización de Scherer hecha en 1965, él era “un defensor de
la ideología demócrata cristiana”. Los servicios de seguridad le siguieron los
pasos en sus reuniones con el sindicalista y posterior dirigente partidista
Vicente Lombardo Toledano; el presidente del PAN, Adolfo Christielb Ibarrola, y
el líder de la Unión Nacional Sinarquista, David Lomelí Contreras.
Jacinto
Rodríguez Munguía, subdirector de la revista emeequis, documentó el sistemático
espionaje que el periodista padeció en aquellos años. En su libro La otra
guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poder, presenta un
análisis de nueve cuartillas elaborado por la entonces Dirección de
Investigaciones Políticas y Sociales, también a cargo de la Segob, dedicado a
desacreditar un discurso de Scherer con motivo del aniversario de Excélsior.
Bajo
el título Las Mordidas de Lengua de Julio Scherer, esas cuartillas, delinea
Rodríguez Munguía, “resumen las incomodidades que Excélsior y Scherer
provocaban al gobierno. Son las mismas marcas de estilo, redacción e incluso
tipográficas, de las columnas que se realizaban en la misma Secretaría (de
Gobernación) y que luego se publicaban los domingos en La Prensa: ‘Política en
las rocas’ y ‘Granero político’”.
El
texto es una colección de descalificaciones al periodismo de Scherer, a quien
se acusa incluso de estar al servicio de extranjeros. Tacha también al diario
de haber tenido “una súbita afiliación al progresismo rociado de agua bendita,
en estrecho maridaje con el marxismo harto burgués que profesan sus principales
directivos”.
A
algunos de sus colaboradores los definió como “una pequeña capilla de
intelectuales o intelectualoides que rodean al señor Scherer como pequeña corte
bermeja”. Y remató definiendo la publicación como “heraldo del clero, de la
clase empresarial, de los enemigos de la Revolución, de los intereses
antimexicanos”.
Las
injurias fueron tan abundantes como preciso el seguimiento al periodista. En su
reportaje Scherer, obsesión de Echeverría, reproducido por Proceso (1570), Luis
Miguel Carriedo reveló cómo el espionaje fue más intenso durante el sexenio de
Echeverría.
Cita
varios ejemplos. Cinco meses antes del golpe en Excélsior, el 17 de febrero de
1976, un agente de la DFS dio cuenta pormenorizada de los horarios del
director, desde el momento en que salía de su casa, iba al deportivo, llegaba
al periódico, comía, y partía por la tarde para “atender compromisos de trabajo
y sociales”, aunque “no teniendo rutina fija”. Describió también la casa donde
vivía y comunicó el nombre de su esposa y los vehículos que la familia usaba.
El
9 de marzo de 1976, los agentes reportaron, con fotografías, una comida que
tuvo con el embajador de Estados Unidos en México, Joseph John Jova, en el
restaurante Chateau de la Palma. Y dos semanas después consignaron un viaje
familiar a Uruguay.
Ya
ejecutada la expulsión del grupo directivo, la DFS continuó observando a
Scherer. Carriedo reveló siete fotografías que los espías le tomaron el 29 de
julio de 1976, 21 días después de la maniobra, al salir de la casa de
Cuauhtémoc Cárdenas.
En
2013 se conocieron más detalles de la persecución a Scherer y el interés de
Echeverría por hacerse de Excélsior, merced a una revisión que hizo Alejando
Navarrete de los cables del gobierno de Estados Unidos difundidos por Wikileaks
en abril de ese año (Proceso 1902).
En
uno de esos mensajes, fechado el mismo 8 de julio de 1976 –horas antes del
golpe– la embajada reportó a Washington que Echeverría estaba decidido a
terminar con la línea editorial de Scherer. En el texto se especificó que
–molestó por “los ataques” de Excélsior a su gobierno y al mandatario electo,
José López Portillo– Echeverría había decidido “meter en cintura” al periódico.
La
representación diplomática envió otra nota a Washington el día 8 para informar
la postura de los medios oficialistas: Los golpistas recibieron un amplio
espacio la noche del 7 de julio en el programa de Zabludovsky, 24 Horas, para
criticar a Scherer y a otros líderes de Excélsior, y el día 8 “se publicó un
anuncio de plana completa en Novedades, repitiendo esos ataques y urgiendo a la
cooperativa a asistir a la reunión que se celebrará hoy”.
En
otro cable, fechado el 9 de julio, el embajador Jova señaló que Echeverría
buscaba disminuir a Excélsior para fortalecer a El Sol de México y a El
Universal, donde, según reportes previos de la propia embajada, quería difundir
su “voz pública” tras dejar la Presidencia.
De
acuerdo con la legación, Excélsior rompió las reglas no escritas del régimen
priista: atacar al presidente, al gobierno en general, al PRI y al presidente
electo José López Portillo.
Meses
después, el 10 de noviembre de 1976, la representación estadunidense notificó
el surgimiento de Proceso en la primera semana de aquel mes. Y seis años
después, al final de su sexenio, López Portillo también pretendió acabar con la
revista, al restringirle la publicidad gubernamental: “No pago para que me
peguen”, acuñó.
El PAN furibundo
Scherer
no dejó de ser incómodo para el poder cuando el PAN ganó la Presidencia. En
2005, Proceso fue demandada por Marta Sahagún, la esposa de Vicente Fox, quien
al igual que López Portillo quiso cobrarle a la revista sus agravios
restringiendo la contratación de anuncios.
Lo
mismo hizo su sucesor, Felipe Calderón. En abril de 2010, su gobierno quedó
exhibido cuando Scherer apareció en la portada de la revista (edición 1744),
fotografiado con el narcotraficante Ismael Zambada García, El Mayo, jefe del
cartel de Sinaloa y a quien el gobierno decía tener como objetivo prioritario
de captura.
El
encuentro periodístico descolocó a la administración calderonista y desató el
enojo de su secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna. Días después
de la publicación, el entonces funcionario se reunió con reporteros cercanos, a
quienes dijo que lo menos que merecía Scherer era ser llamado a declarar ante
el Ministerio Público.
Según
el relato del columnista del periódico El Universal Ricardo Alemán, publicado
el 14 de abril de 2010, García Luna fue enfático: “Si yo me entero del
encuentro y existe flagrancia, los meto a la cárcel a los dos”.