miércoles, 16 de diciembre de 2015

Buque tanque Isola Amaranto: una vida navegando

El inmenso carguero de 186.7 metros de eslora, reposa en la bahía de Guaymas; ahí 23 hombres  se afanan en sus respectivas tareas. Inglés, hindú, italiano y español suenan de frase en frase. Aldo Neri vigila, atiende, instruye y ordena desde el puente de mando. Así ha sido desde décadas en su vida de hacer y recorrer senderos a través de las aguas por todo el planeta.
Nacido en Mizzo, comunidad al sur de Italia, en plena Segunda Guerra Mundial, desde pequeño supo lo que son las situaciones de riesgo y el aplomo que hace falta para enfrentarlos.
Para mantenerlo bajo “control” y tenerlo cerca, su señora madre lo mandó a estudiar a una escuela náutica cercana a su casa. Ahí estuvo hasta los 19 años. Corría 1966 e inició el obligado servicio militar para los jóvenes italianos.
Al concluir sus estudios en la Náutica, trabaja durante algunos meses como cadete para una empresa petrolera internacional en el barco “Ludovico Lensen”.
Después se alista como aprendiz de oficial en otra compañía, hasta llegar a capitán en 1975.
Desde entonces ha recorrido muchos mares en Europa, Asia y América, siempre haciendo amigos, siempre mirando el mundo y conociendo razas e idiomas.
Los primeros años se embarcaba sólo cuatro o cinco meses al año, quería pasar el mayor tiempo posible con su esposa e hijos. “Trabajaba para mi familia, no para hacer dinero”, dice.
A mediados de 1990 se incorpora a la compañía Finaval, donde laboró hasta 2006, y aunque ya tenía experiencia como capitán acepta enlistarse como primer oficial.
En poco tiempo le reconocieron su capacidad y experiencia, ya la tenía en cargueros con productos químicos.
A principios del año siguiente ya capitaneaba los grandes buques de Finaval, para iniciar una gran travesía por miles de millas a través del Atlántico y el Pacífico.
“El mar nos hace distintos, nos permite afrontar la vida con más dignidad y presteza, con más seguridad; un hombre de mar nunca tiene miedo cuando está en tierra”, expresa Aldo Neri.
Al mando de 22 hombres, en su mayoría hindúes e italianos, el capitán del Isola Amaranto es un hombre de previsiones permanentes.
Nada le resulta más importante que la seguridad de sus hombres y su barco.

Un pedazo de Italia
Construido en 1999, el Isola Amaranto pesa 18 mil toneladas y puede desplazarse hasta 14.5 nudos por hora. Sus sistemas de navegación cuentan con la tecnología más moderna.
Los tanques de alm
Cap. Aldo Antonio Neri
acenamiento del navío son de acero inoxidable y el casco cuenta con doble capa de acero. Un barco de primer mundo.
Aquí, en este pequeño pedazo de territorio italiano Aldo Neri es un perfecto anfitrión para cualquier visitante.
Un buen capitán hace todo lo posible por evitarle riesgos innecesarios a su tripulación, eso debe ser un principio inalterable. Siempre hay que estar atentos a cada maniobra, a cualquier cambio de clima o situación en el mar, expone. La prevención es en todo los sentidos, hasta para las enfermedades. “Es mejor prevenir que curar, por eso nunca hemos tenido un barco en cuarentena”, comenta.
Este sentido de responsabilidad debe ser compartido, agrega, nadie debe caer en situaciones de riesgo por el indebido proceder o descuido de alguna persona. “Por eso es importante que todos estemos siempre en nuestros cinco sentidos. Aquí no hay espacio para las debilidades de la voluntad”, comenta.
Por ello, en el Isola Amaranto se practican continuos y sorpresivos exámenes antidoping. Cualquiera de los tripulantes con probado consumo de drogas es fácilmente detectado. Y cualquiera que salga con resultados positivos al consumo de algún tipo de enervante, causa baja de inmediato. En eso no hay contemplaciones.

El mar y la vida
Pero la seguridad suele tambalearse ante los insondables caprichos de la naturaleza, como le ocurrió a este avezado navegante italiano en 1975. Se encontraban cerca de Inglaterra. El Atlántico estaba furioso y desató una tempestad que empezó a preocupar al capitán Neri.
El mal tiempo arreció con fuertes vientos cercanos a 75 millas por hora de velocidad. Habló con el práctico de la nave para que solicitara permiso a las autoridades inglesas en una zona de resguardo. Los británicos les dieron una posición cercana a las Islas de White, pero no eran lo suficientemente seguras por el constante cambió en la dirección del viento.
Por el ímpetu del viento y el oleaje se rompió la gruesa cadena del ancla y los momentos de apremio fueron mayores. “Estábamos en peligro, en serio peligro”, recuerda el italiano.
Decidieron abandonar la posición que evidentemente no era segura. Las olas superiores a diez metros estallaban contra la cubierta del buque y la dejaban bañada de espuma.
Mientras se desplazaban a otra posición se rompe la cadena que sostenía la otra ancla. El aparejo al caer destroza el bulbo de la proa y entran agua a raudales. Más de 180 toneladas de agua inundaron las entrañas de la nave que se “clavó” levemente hacia delante. Así soportaron hasta que se calmó el temporal.
Buscaron refugio en Barcelona y dos remolcadores catalanes debieron apoyar a la nave italiana cuyas averías apenas le permitieron llegar a buen puerto. “Sí tuvimos miedo, mucho miedo. En un lapso se cinco minutos pasa frente a uno la película de su vida, la seguridad de la familia, todo lo que uno aprecia”, comenta Aldo Neri.
No obstante, agrega, en esos momentos es cuando debe aprenderse a vencer el miedo para dar paso a la reflexión hacia la búsqueda de solución de los problemas.
“Yo amo el mar, los mejores años de mi vida han estado en el mar. Aquí reside la vida del mundo, pero hoy casi nadie lo respeta y se le contamina mucho con químicos y residuos biológicos”, dice.
Los empresarios del mundo, enfermos de riqueza y de un enfermizo sentido de la propiedad destruyen la naturaleza y eso nos daña a todos, dice. Más que el dinero, la riqueza de los hombres debe consistir en su esfuerzo, su inteligencia y su cultura para vivir en armonía con la sociedad y el medio ambiente, comenta. Por eso, cualquier barco antes de salir al océano debe dejar sus desperdicios en tierra, en depósitos adecuados de basura. Al mar hay que respetarlo, agrega.

“Tienen una joya”
Habla inglés, francés y un español aderezado de italiano pero perfectamente comprensible. Habla también de Guaymas, puerto al que dice profesarle cariño: “Ustedes en Guaymas tienen una perla, una hermosa bahía natural de mucho valor. Pero no es limpia, no la cuidan y eso lamentable”, comenta.
Expone que en Italia, por ejemplo, no lanzan aguas residuales ni basura al mar. Las aguas son tratadas y se esmeran en tener limpios sus mares. La bahía de Guaymas es una riqueza que envidiarían muchos países, es una hermosura, dice este navegante conocedor de cientos de puertos en el mundo.
Antonio Aldo Neri a través de los años ha venido unas cuarenta veces a Guaymas: Es gente muy amistosa, muy amable y hospitalaria. Eso se aprecia mucho. Pero los guaymenses son demasiados sumisos ante los ricos, no los cuestionan ni los presionan a ser más solidarios con el progreso de la ciudad y su gente, expone.
También cuestiona que el pescado y los mariscos sean más caros aquí, que en las ciudades del centro y sur de la República sin litorales. Guaymas tiene mucho potencial portuario y turístico, puede crecer económicamente pero debe ponerse especial énfasis en dar más equidad a la distribución de la riqueza, comenta.
El capitán del Isola Amaranto se explaya al exponer sus opiniones sobre el progreso de los pueblos. Estudió también Ciencias Políticas y tiene inquietudes en ese ámbito.

Durante los últimos años los italianos han visto cómo la riqueza se concentra en menos manos y crece el número de pobres. Es necesario cambiar esa tendencia, dice. Militante del Movimiento Social Italiano hace algunos años, espera reincorporarse a la actividad política al retirarse de su actual actividad, dentro de unos catorce meses.
Aldo Neri espera alcanzar una candidatura bajo una bandera social demócrata, de tendencias progresistas para luchar desde el parlamento a favor del pueblo italiano. Mientras llegan esos días, el capitán italiano se mantiene entre los azules del mar y del cielo, recorriendo mundo desde hace tres décadas sobre navíos acariciantes del océano.
Eterno previsor, atento al rumbo de los vientos que dentro de poco lo llevarán con los suyos, su esposa y un varón y una muchacha, sus hijos, que desde siempre lo esperan.
El Isola Amaranto otra vez zarpa de nuestros mares y, como tantos buques, trae y lleva a cuestas cargas y hombres con sus historias de mar.