Por Jesús Susarrey
Desde la perspectiva
procedimental dos alternancias partidistas consecutivas en el gobierno estatal
muestran sin duda la efectividad de nuestra democracia pero dimensiona también
el tamaño de la responsabilidad para la nueva administración.
Para los estudiosos de la
política, las alternancias partidistas son por si mismas consustanciales a la
normalidad democrática y al pluralismo consolidado. La figura describe un
proceso en el que la decisión de una mayoría ciudadana es expresada y acatada
en las urnas y se circunscribe en la esfera de la rendición de cuentas por la
vía electoral.
Sabemos que el del PAN de Guillermo
Padrés no fue un gobierno alterativo al PRI y que no se detuvo en la
continuidad de las prácticas priistas, de hecho agudizó y magnifico los vicios
existentes. Nada hubo de una la nueva manera de hacer política ni del nuevo
modelo de gobierno que ofreció, le sumó impericia, desaseos y abusos de
poder.
Por ejemplo el añejo
clientelismo político incubado por el régimen de partido dominante fue
reconducido con torpeza hacia la causa panista, en particular para el grupo
político del gobernador, no tuvo la eficacia esperada y en cambio exhibió un
régimen más inclinado al interés particular y partidista que con el interés
general y las causas democráticas.
En lugar de avanzar en materia
de transparencia y honestidad gubernamental que pese a la exigencia ciudadana mostraba
aún simulaciones e inconsistencias y un largo camino por recorrer, en el
gobierno de la primera alternancia se retrocedió a niveles de opacidad y
desaseos que hoy el nuevo gobierno intenta descifrar y corregir.
La crónica de las improbidades
y de la irresponsabilidad política es interminable y conocida. La inconformidad
se hizo presente no mucho después de iniciada la gestión y las
advertencias simplemente no fueron escuchadas. La segunda alternancia
partidista fue más que anunciada, pero las resistencias para corregir el rumbo
mostraron mayor persistencia.
Dos alternancias consecutivas dimensionan la exigencia ciudadana
Si bien el contexto político,
económico y social en que inicia el nuevo gobierno es complicado, su lectura
política no lo es. Las razones de la decisión mayoritaria de alternar al
partido en el poder son claras. No se requiere profundizar para saber que se
centran en la ya innegociable exigencia ciudadana de honestidad, transparencia
y eficacia gubernamental. El hartazgo por la impunidad, los privilegios y
abusos del poder son evidentes. No son desde luego las únicas demandas
ciudadanas pero sí las preponderantes.
El fallido “Nuevo Sonora” no
sólo se caracterizó por la deshonestidad, opacidad y simulación de
resultados que hoy se exhiben, fue también incapaz de generar espacios para la
autocrítica, la tolerancia, la inclusión y desdeñó las exigencias ciudadanas.
El nuevo gobierno estatal deberá considerar con seriedad la ruta a seguir para
aterrizar la honestidad y eficacia gubernamental ofrecida.
La lógica de las alternancias
partidistas es simple, las producen demandas puntuales y generan
expectativas precisas. En Sonora, el PRI como oposición supo interpretarlas
adecuadamente y los discursos de la Gobernadora las recoge y reseña muy
puntualmente. La narrativa es convincente y la sensación es que sólo la
irresponsabilidad y la sobre posición del interés particular que distinguió al
gobierno anterior puede evitar que se cumplan.
El plan estratégico aún no se
da a conocer, no se saben con precisión los dispositivos de supervisión y
control que se instrumentaran pero sí que repetir los despropósitos sería
algo más que imperdonable.
Si dos alternancias
partidistas consecutivas dimensionan la exigencia ciudadana y su capacidad de
reacción, quizá sea útil reflexionar sobre la conveniencia de su participación
– real, no simulada - en la definición, instrumentación y evaluación de las
políticas públicas.