viernes, 7 de agosto de 2015

¿Rescate de los partidos o relevo de dirigencias?

Por Jesús Susarrey
Hoy día casi todos hablan mal de los partidos políticos y no es para menos, sus despropósitos e inconsistencias han sido documentados pero siguen siendo el canal principal para el acceso al poder y cuentan con militancias consolidadas en casi todas las regiones como en Sonora en donde produjeron ya dos alternancias. De su suerte depende la trayectoria del régimen político. Son instrumentos para la gobernabilidad, la negociación en asambleas legislativas; construyen opciones políticas, agregan intereses colectivos y representan dispositivos para la rendición de cuentas y contrapesos al poder como oposición.

El trato indolente de las élites políticas y la génesis de la partidocracia
Desde luego que no han estado a la altura de esas responsabilidades pero su relevancia no puede ser ignorada y desdeñada por el justificado rechazo a su desempeño y las prácticas de muchos de sus miembros distinguidos. Los propios partidos han sido tratados con desdén e indolencia por las élites políticas que de manera irrespetuosa se adueñan de sus órganos de mando y los usan para apoyar proyectos de poder de grupos y personas, anulando su función de intermediación política y social.

Al desmantelamiento del presidencialismo autoritario necesariamente tenia que corresponder la desactivación de los dispositivos del sistema de partido hegemónico, pero el poder ilimitado que verticalmente ejercía la Presidencia no fue entregado a la sociedad civil para ejercerlo colectivamente mediante representación política derivada de  plataformas ideológicas y programáticas partidistas. Se fragmentó y se distribuyó entre las fuerzas políticas  para hacer surgir la llamada “partidocracia” que ha impedido la consolidación de un verdadero sistema de partidos.

La democratización interna, el verdadero remplazo del corporativismo
Las élites compiten ahora entre ellas para controlar los canales de acceso al poder, la representación política, la intermediación y la rendición de cuentas, pero ninguna  fuerza ha construido un remplazo sólido del corporativismo sobre el que el antiguo régimen, con todo y su antidemocrático e indebido clientelismo, anclaba la legitimidad y la gobernabilidad.

Los panistas y perredistas han intentado reproducirlo para su causa y los priistas no han podido restablecerlo simplemente porque en el México de hoy quien desea poder tiene que convencer y ganarlo en un ambiente de alta competitividad electoral, escasos presupuestos y mayor escrutinio público. Han intentado de todo menos la democratización interna de sus partidos para construir una base social de apoyo a sus proyectos y construir liderazgos institucionales. Las militancias son ahora sólo activos electorales y la deliberación interna es nula.

La tecnocracia desactivó el corporativismo priista e ignoró su ideología para descontaminar la toma de decisiones pero disminuyó su legitimidad; el voluntarismo panista en su lucha por el poder dividió a su militancia, olvidó la técnica y cumplió la premonición de ganarlo perdiendo al partido; el caudillismo perredista trastocó la estructura y cohesión de su organización y lo llevó al borde del colapso

Partidos rebasados por la sociedad y la utopía de la democracia sin partidos
El mapa del sistema de partidos muestra instituciones debilitadas. Un PAN que lucha por recuperar las banderas democráticas y contrarrestar su vapuleada imagen de malos gobernantes; un PRI que se empeña en demostrar que sí sabe gobernar pero no logra resultados aceptables y  retrocede electoralmente y; un PRD que por ahora centra sus esfuerzos más en evitar el colapso que en su desarrollo institucional. En torno a los tres, coexisten  una serie de partidos pequeños que más que liderazgos tienen dueño y más que programa ideológico impulsan apoyo al mejor postor. Cierto que es un dibujo inacabado y que nuevos partidos como MORENA  pueden crecer en tamaño y relevancia.

Los retos que enfrentan son descomunales. Gobiernos rebasados por las demandas sociales y con déficit de legitimidad. Las banderas democráticas y sociales son tan compartidas como ineficaces para generar entusiasmo. Las insuficientes tasas de crecimiento económico hacen impresumibles las del modelo de desarrollo y la fragmentación política genera alta competitividad.

El descrédito de la sociedad política es tal que ha generado la idea de que la solución está en la sociedad civil y sugiere incluso que las candidaturas independientes pueden sustituir a los partidos. Cierto que amplían derechos políticos y obliga a las organizaciones  a modernizarse y siempre es alentadora la participación ciudadana, pero por ahora una democracia liberal sin partidos es impensable. Los partidos son construcciones colectivas de interés público, es necesario consolidarlos y vertebrarlos con estructuras democráticas, no anularlos.

El deber de oponerse es fundamental como contrapeso en el esquema liberal y es función también de los partidos. La casi nula responsabilidad política -incluso la jurídica - que las autoridades asumen por el mal desempeño se debe en mucho al incumplimiento de ese deber.

Citemos como ejemplo contrario al PRI-Sonora que ha sido una oposición responsable, supo leer las señales de su militancia y las convirtió en exigencia de probidad y eficacia al gobierno actual para ofrecer en el 2015 una plataforma electoral que la  unió en torno a un liderazgo congruente con esas demandas y se alzó con el triunfo. Se trata de ejercicios partidistas exitosos que apuntan hacia la eficacia de la democracia representativa y de los partidos como solución y no como problema.


Eso es lo que está en juego en los relevos de las dirigencias del PRI y del PAN. El  escenario deseable parece demandar mucho más que los siempre útiles liderazgos jóvenes y la obligada inclusión de las democráticas y plurales redes sociales. Los consejos directivos y sus militancias lo decidirán. Esperemos que prevalezca el interés partidario.