sábado, 15 de agosto de 2015

La consolidación del sistema de partidos, tarea pendiente

Jesús Susarrey Osuna
Más allá del reposicionamiento de liderazgos, de grupos políticos y de las estrategias partidistas en su lucha por el poder, la necesaria consolidación del sistema de partidos como instrumentos de intermediación política es un tema relevante que subyace en el remplazo de las dirigencias de los mayoritarios partidos PAN-PRI-PRD.

La vertebración y robustecimiento de los partidos como instituciones  de la democracia representativa es uno de los pendientes de la transición que puso fin a la etapa del sistema de partido hegemónico. Mientras que carezcan de estructuras sólidas y democráticas, será difícil traducir el emergente pluralismo en  gobernabilidad y cumplir las expectativas ciudadanas advirtieron los expertos.

La historia es conocida. Se inicia el desmantelamiento del presidencialismo autoritario pero no se deposita el poder en la ciudadanía para que fuera ejercido por medio de representantes elegidos a través de los partidos, lo retuvo la partidocracia que en la práctica controla candidaturas, a los poderes públicos y dicta las reglas del juego.

A casi dos décadas de distancia el arreglo partidocrático se debilitó, no garantiza gobernabilidad democrática y es rechazado por una ciudadanía irritada por los deficientes resultados de gobierno de todas las fuerzas políticas. Las consecuencias electorales han sido ya reseñadas. Apoyo a las candidaturas ciudadanas y a nuevas fuerzas políticas; alternancias; voto de castigo, fragmentación del voto.

Del rechazo electoral al desprecio como instituciones representativas
Sin duda hay razón en la crítica, el escepticismo y la inconformidad con los partidos políticos. Que su rechazo se exprese en las urnas, es motivo de celebración. Tratar de articular su defensa es imposible, su irresponsabilidad es evidente. Sin embargo, es paradójico que siendo mecanismos de la democracia representativa y que el principio liberal prescribe gobernar a través de instituciones, los partidos sean despreciados e incluso haya quienes solicitan su desaparición y alimenten la fantasía del gobierno directo. 

Se ignora que el rechazo por el deficiente desempeño, los obliga a modernizarse y democratizarse para elevar su nivel de competitividad política. Hemos dicho anteriormente que las candidaturas independientes no solo amplían derechos políticos ciudadanos, fortalecen la competencia electoral y deben estimularse.   

Pero la descripción de los despropósitos de partidos no debe alimentar opiniones parciales ni prestarse a maniqueísmos. Hay algo que abonar a nuestro inacabado arreglo democrático. La soberanía del voto finalmente se estableció y tiene centralidad. Desde luego que el mayor mérito es de la ciudadanía. Las alternancias están presentes ya en prácticamente todo el territorio nacional y cada tres años  desaparecen fuerzas políticas por no cumplir las expectativas. Las asambleas legislativas son plurales y las elecciones competidas y vigiladas por la ciudadanía. 

El PRI después de su etapa de partido hegemónico tuvo que aprender y adaptarse a ser uno más, eficientar sus procedimientos para promover la unidad de su militancia y mejorar su oferta política para regresar a la Presidencia, lo hizo también en Sonora para recuperar la gubernatura. Lo mismo puede decirse del PAN en Querétaro o del PRD en Michoacán. Los triunfos de MORENA, el ascenso de MC y de los candidatos independientes nutren al pluralismo.

El caudillismo, el voluntarismo y la tecnocracia, los verdaderos enemigos
Desde luego que los signos no diagnostican normalidad democrática y menos un sistema de partidos consolidado. Pero muestran una ruta insoslayable para los que desean robustecerse y los yerros que conducen a la debacle. Tampoco insinuamos que los partidos y sus dirigencias aprendieron del todo la lección y que investidos de una férrea convicción democrática luchan todos afanosamente por reivindicarla.

Despersonalicemos. Entre los verdaderos obstáculos y enemigos de los partidos destacan; el “caudillismo” que se coloca por encima de la institución para corregir su programa y ordenar su acción mediante la convocatoria personal. Convencido de su capacidad para interpretar la voluntad de su militancia y de la ciudadanía, antepone su visión al proyecto partidista; el “voluntarismo” que considera que la voluntad es suficiente para  instrumentar su programa y que puede sobreponerse a los límites que impone la realidad.

De esas pulsiones provienen el populismo y la demagogia que en el fondo muestran desprecio por las instituciones representativas. La pretensión de controlar al PAN desde el gobierno, un partido que nace enarbolando las banderas democráticas frente a los excesos del poder,  fue una imprudencia que lo dividió. Otra de las víctimas más afectadas ha sido el PRD,  hoy día la militancia del primero está concentrada en su cohesión y en su rescate la del segundo.     

La tecnocracia es otro enemigo, pretende “descontaminar” de la política la toma de decisiones gubernamentales y considera innecesaria la comunicación con la sociedad y  la búsqueda de los consensos necesarios. Impuso al PAN y al PRI su programa y pretendió ignorar al PRD.

El arribo de una nueva dirigencia priista, liderada por un militante de incuestionable capacidad y arraigo puede garantizarles la facultad de conducir sus procesos internos y la deliberación de sus decisiones fundamentales, en lugar de acatarlas con la cabeza inclinada. En un contexto que exige abrir los partidos a la sociedad y reivindicar la meritocracia para cohesionar a su militancia, lo contrario hubiese sido una insensatez.

El catálogo de amenazas es extenso, conjurarlas para restablecer una verdadera intermediación política será tarea de las nuevas dirigencias. Lo dijo ya uno de los futuros dirigentes. “México requiere instituciones fuertes no héroes”. La ciudadanía, buenos resultados de la política y de gobierno.