martes, 25 de agosto de 2015

Carta Escobar

Miguel Escobar Valdez
Trump y el peligro que representa
Donald Trump es un bufón ridículo y descerebrado, admitido. Pero es un bufón extremadamente peligroso, para la inmigración no autorizada en los Estados Unidos, para los propios estadounidenses, para la política exterior del vecino país de norte y en lo específico, para México y los mexicanos. Quizás la sociedad mexicana no advierte aún la peligrosidad del fulano ese del peculiar peinado que despotrica a diestra y siniestra contra la mexicanada, contra las mujeres, contra Obama, contra John McCain, contra el resto de los aspirantes del Partido Republicano a la presidencia de la república, etc. Lo que quizás se pasa por alto hasta el momento es el efecto que está teniendo dicha prédica radical, nativista y xenófoba de un exponente del más puro republicanismo cerril de la extrema derecha, en la contienda presidencial de la Unión Americana, prédica que desnuda a ese amplio sector de la sociedad de la vecina nación, white, anglosaxon y protestant, un sector que tan bien describe Samuel Huntington en su obra seminal “Who we are”. 

Más claro, y esto hay que decirlo: En Estados Unidos no ha desaparecido esa ancha franja racista y extremista que cree a pie juntillas en el excepcionalismo gringo y en el peligro que representa para la ”identidad nacional” la…”asimilación masiva de inmigrantes latinos que originan problemas de bilingüismo, multiculturalismo, la devaluación de la ciudadanía y la desnacionalización de las élites norteamericanas”, para citar al ya mencionado Huntington, apóstol del nativismo. Para esa gente somos the threat du jour, la amenaza del día. Y en esas aguas navega Trump. 
El referido personaje acaba de puntualizar su programa para enfrentar a la inmigración “ilegal”. Dicho programa se centra, para variar, en el enforcement, el ”enforzamiento”, dicen los pochos, a saber: 1) un muro a lo largo de la frontera que pagará nuestro gobierno, caso contrario Trump promete elevar los costos de las visas mexicanas y retener las remesas que mandan los migrantes nuestros a sus familias en México, 2) la deportación de las familias que viven irregularmente en la vecina nación, 3) aumentar al triple el número de agentes de las corporaciones paramilitares a lo largo de la línea divisoria. El buen Donaldo quiere también modificar la constitución de los Estados Unidos para negar la ciudadanía estadounidense a los hijos de indocumentados nacidos en territorio norteamericano, derecho que consagra la enmienda 14 de la Carta Magna de aquel lado. El real problema con toda esta radicalización, muy similar a la llevada a cabo en la Alemania de los años treintas cuando los nazis hacían responsables a los judíos de todo lo malo que pasaba, reside en el hecho de que empuja al resto de los candidatos republicanos a la primera magistratura gringa a competir por ser los más extremistas para asegurar la nominación, porque las encuestas tienen a Trump en un distante primer lugar. Y es así como por ejemplo Rick Sartorum acusó el pasado miércoles al gobierno mexicano de no hacer “prácticamente nada” para frenar el flujo de indocumentados a E.U., y amenazó con represalias si Peña Nieto no empieza a “cooperar de verdad”. Sartorum, un ex Senador por Pennsylvania, dijo que propondría suspender la emisión de tarjetas de cruce fronterizo –tipo visa láser- “como un primer paso para lograr la cooperación mexicana”. Ben Carson, el único aspirante afroamericano a la presidencia, acaba de pronunciarse en Phoenix por permitir ataques militares con drones en el lado estadounidense de la frontera, “para protegerla”. En Boston se produjo la semana pasada una infame agresión contra un indigente mexicano por parte de un par de hermanos, los que justificaron sus ataques en las prédicas del boquiflojo de Trump, el cual, no se le olvide, marcha a la cabeza de todos los aspirantes a la presidencia estadounidense. Bufón ridículo y descerebrado, sí. Peligroso en extremo, también.

Conflictos de intereses
Definitivamente, a Peña Nieto le hacen falta asesores de primer nivel para contrarrestar ese sentimiento de pena ajena que nos da a todos los mexicanos cuando atestiguamos el infantilismo que prevalece en el presente régimen a la hora de armar las tramas para justificar lo injustificable. El viernes pasado y después de medio año, Virgilio Andrade, secretario de la Función Pública, apareció a cuadro y en conferencia de prensa durante tres horas informó al pueblo de México lo que ya sabíamos de antemano: que ni el presidente, ni su esposa, Angélica Rivera, ni el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, incurrieron –versión oficial- en conflicto de intereses en la adquisición de casas a una inmobiliaria propiedad de un contratista que ha ganado numerosos concursos de obra pública desde los tiempos de Peña Nieto como gobernador del Estado de México. Aquí ocurre una curiosa incongruencia; una  investigación sobre presunto conflicto de intereses, que parte de un conflicto de intereses, al encomendar la pesquisa a un amigo y subordinado de Peña Nieto. Más claro, Peña Nieto investigándose a sí mismo, a su esposa y a su más cercano colaborador y también íntimo amigo. Sólo en México se ve eso. El escándalo de la Casa Blanca surge en el peor momento para el Ejecutivo, poco después del sucedido de los normalistas de Ayotzinapa. De inmediato viene la cancelación de la obra del tren rápido de Ciudad de México a Querétaro, en la que participaría el constructor del régimen, Grupo Higa. Y después de una concatenación de sucedidos, Iguala, Tlataya, casitas por aquí y por allá, etc., empieza el despeñadero y la consiguiente pérdida de credibilidad en las instituciones y sus responsables. La misma noche del viernes, en el programa de CNN de Carmen Aristegui, al que acudieron como invitados Denise Dresser y Lorenzo Meyer y por la vía telefónica el politólogo Sergio Aguayo (puros pesos pesados), se hizo trizas la esperada exoneración de los presuntamente implicados en la trama de conflicto de intereses. De la misma manera las redes sociales prácticamente se vinieron abajo con lo aseverado por Ricitos de Oro. La Dresser inclusive denominó el resultado de la investigación como “la cuatidad”, es decir un dictamen entre cuates, que a juicio de los invitados al programa de Carmen perjudicó más aún la deteriorada imagen de los participantes en esta escenificación de simulaciones. La cereza en el pastel lo constituyó la ya muy tardía disculpa del presidente Peña Nieto. Si no hubo culpabilidad, Andrade dixit, ¿para qué disculparse? Lo que realmente encabrona es el deliberado intento de vernos la cara, de insultar nuestra inteligencia. Al final de cuentas, la única víctima de esta comedia de enredos fue la Aristegui, cuyo equipo de investigación despepitó el asunto. La periodista fue despedida de su espacio radiofónico en MVS.    
 ¡Padrés, non plus ultra!
¡Carajo!, después de Padrés, el diluvio y, como dice el latinajo, no hay más allá, en términos de ineptitud, corrupción rampante, descaro, cinismo, valemadrismo y demás calificativos que no tiene caso consignar, ya la sociedad sonorense los conoce. A falta de sombrero, que no uso, me quito el escaso cuero cabelludo ante ese paradigma de mal gobierno. ¿Qué se sentirá detentar el título del peor gobernador en la historia de Sonora? ¿Pensó el buen memo que la gubernatura que le cayó por accidente –la trágica muerte de los niños de la guardería ABC- fue la patente de corso para depredar la entidad, enriquecerse él y los suyos, dividir a Sonora, cometer tropelía y media? ¿el evidente repudio de los sonorenses, tendrá algún efecto en su estado de ánimo? ¿le inquieta la muy factible amenaza de acción legal al término de su califato? ¿planea huir con todo y millones a las islas Fiji con las que supongo no tenemos aún tratado de extradición? Tantas y tantas preguntas, todas ellas sin respuesta. Estos últimos días son de fantasía, dignos de la picaresca del Siglo de Oro español. PGR y gobierno de E.U. conducen investigación conjunta contra Padrés por lavado de dinero, se publicitan audios de conversaciones entre un senador panista y Memín en el que se propone una especie de quid pro quo (yo cubro gastos de campaña y tú me proteges); surgen informaciones increíbles en torno a la “comercialización” de las adopciones de bebés encargadas al DIF, lo que implica la venta de los bebés mismos; el abogado López Vucovich interpone demanda por daño moral contra el mandatario sonorense; se acabó la lana, “que paguen los que vienen”, dice sonriente el tesorero de la entidad. No hay para pagar la luz, ni los sueldos de la burocracia, ni a proveedores; se le debe a medio mundo y en ese ejercicio de futilidad que son las reuniones para la transición entre los que se van y los que llegan, a los integrantes de los equipos de la abogada Pavlovich sólo les queda enarcar las cejas, abrir la boca y proferir su asombro con el clásico “¡WHAT!” a cada alegre declaración de los funcionarios de la Secretaría de Hacienda y de Tesorería de la entidad, en el sentido de que desconocen el uso de los recursos del Estado. ¿Pues cómo se manejaron las finanzas de Sonora? Y ya párale, Escobar, si no te vas a acabar el espacio con lo que no tiene ya remedio. Mis más sentidas condolencias al régimen entrante, por el paquete que se le viene encima. Tierra arrasada, ni más ni menos.
La sana distancia
En la euforia posterior al dedazo que elevó a Beltrones a la dirigencia nacional del PRI, el político sonorense no dejó de exhibir en cuanta ocasión se le presentaba, el certificado de defunción de la “sana distancia” entre partido y gobierno. En su discurso ante la CNOP dijo “…somos el partido en el gobierno y el gobierno es Enrique Peña Nieto”. Y yo que pensaba –qué equivocado estaba- que el gobierno es el conjunto de ciudadanos mexicanos y que en consecuencia, un partido de masas como el tricolor, partido en el gobierno, se debe, y debería reconocer en consecuencia, que el gobierno es el pueblo de México. O debería serlo. Pero bueno, independientemente de disquisiciones morfológicas, lo cierto es que la decisión de Peña Nieto trae aparejadas consecuencias no intencionales –unintended consequences, dirían los angloparlantes- para Sonora, la tierra de origen de Manlio, y para la nueva administración de Claudia Pavlovich, cuya candidatura fue atribuible a Beltrones, la que indudablemente contará con el apoyo del factótum político nacional. No soy vidente pero supongo que el presidente tomó en consideración la renovación de una docena de gubernaturas el año próximo y los avatares que sacuden a su régimen y se decidió por el más avezado de los operadores políticos.
¿Cuatrienios?
A propósito de Peña Nieto y los sexenios inacabables, empieza a prevalecer la tesis de que quizás seis años de gobierno es un excesivo lapso, sobre todo en los casos en que la primera mitad del sexenio transcurre en un contexto problemático y de ausencia de resultados. Es entonces cuando para la segunda mitad del período de gobierno, el mandatario parece ser un “pato lisiado”, el clásico lame duck, según la voz coloquial de la política gringa, pierde, en síntesis, poder de convocatoria. El caso clásico es el de Enrique Peña Nieto, quien en sus primeros tres años de gobierno ha tenido de todo, desde los embriagantes días del Pacto por México, la aprobación de todas las reformas propuestas al Congreso, los elogios en la prensa extranjera como el salvador de México, la portada en Time, etcétera. Esos idílicos primeros meses fueron transformándose en períodos de confrontación y pésima imagen, sobre todo en el exterior, con las secuelas de Iguala, Tlataya, la Casa Blanca, las desapariciones forzadas, las violaciones a derechos humanos, la violencia imparable, la crisis económica con los bajos precios del petróleo, la depreciación del peso, los ajustes consuetudinarios a  los pronósticos de crecimiento del PIB, la pobreza y la desigualdad, etcétera, todo lo cual hizo disminuir a niveles ínfimos la aprobación para el presidente en las encuestas. Es en esa tesitura en la que quizás seis años parezcan seis siglos. De ahí la reflexión de que cuatro años pudieran ser más manejables, menos desgastantes para los Ejecutivos en problemas. Cuatrienios, como ocurre con los períodos de gobierno en Estados Unidos, en donde existe la ventaja adicional de que allá es posible una sola reelección por otros cuatro años, algo imposible en México por esa premisa inviolable de la No Reelección surgida de nuestra revolución. Lo cierto es que a un presidente que le vaya mal en México en la primera mitad de su sexenio, es muy difícil que se recupere en los siguientes tres años. ¿Usted no hubiera preferido un cuatrienio en vez de un sexenio para Padrés? Lo dejo con esa reflexión.

Al término de compromisos contraídos, aquí estoy de nuevo para ofrecer mis puntos de vista con total independencia de criterio. Gracias por su paciencia para esperar la reanudación de La Carta Escobar.
Miguel Escobar Valdez
Comentarios y sugerencias a : m.escobar35@gmail.com