Cuando se le pregunta a Antanas
Mockus Šivickas, ex alcalde de Bogotá, Colombia, cómo observa el manejo que
México le ha dado a la guerra contra el narcotráfico, su respuesta es breve y
contundente: “Declarar las guerras es fácil, terminarlas bien es difícil”.
Después de casi nueve años de
que el Gobierno mexicano declarara la guerra contra el narcotráfico, considera
que ya es tiempo de que “mexicanos dejen de matar a mexicanos por un negocio
que al cruzar la frontera no deja los muertos que deja en su país”.
La segunda fuga de un penal de
alta seguridad del líder del Cártel de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán
Loera, el fin de semana pasado, según han expicado otros expertos, amenaza con
volver esta guerra más cruente.
Parte de la solución, afirma
Antanas Mockus, es que se necesitan funcionarios en los que la gente pueda
creer, el problema es que en ciudades mexicanas, como la capital, la confianza
en los servidores públicos es más baja que en el resto de otras poblaciones de
América Latina.
En entrevista con SinEmbargo desde
Bogotá, previa a la fuga de “El Chapo”, el líder social plantea que los
problemas de México no son muy ajenos a los que enfrentan otros países de la
región y que no sólo se refieren al tema de la violencia entre grupos
criminales, sino también al respeto a las mujeres, a las personas con
capacidades distintas, el acceso al agua, así como a mejores espacios públicos
y movilidad.
Criticado por sus
excentricidades, como vestirse en ocasiones de súper héroe, al ahora promotor
de la paz se le conoce también por haber pacificado a la capital de Colombia.
La violencia, el narco y el respeto
Datos de la Policía Nacional
de Colombia muestran que en 1990 la tasa de homicidios en Bogota, durante la
época de los grandes cárteles de Medellín y de Cali, era de 46 por cada cien
mil habitantes, para 1994 se había disparado a 80.
Durante el primer periodo de
Gobierno de Mockus (1995-1998) logró que la cifra bajara de 65 a 47 y al
finalizar su segundo mandato (2001-2003), la cifra era de 24 homicidios por
cada 100 mil habitantes.
Según la organización
Seguridad Justicia y Paz, actualmente ocho ciudades mexicanas figuran en el
ranking de las 50 capitales más violentas: Acapulco, Guerrero, ocupa el tercer
lugar con un promedio de 134 homicidios por cada 100 mil habitantes, es decir,
110 más que Bogotá, a pesar de que la ciudad colombiana tiene 7 millones 862
mil 277 habitantes, mientras que Acapulco tiene sólo 673 mil 479 habitantes
[tomando en cuenta la cifras del último censo].
–¿Por dónde se puede empezar a
combatir la violencia que viven países como México?
–Hemos identificado que la
mitad de las ciudades de América Latina piden combatir la violencia
intrafamiliar, no tolerarla en los hogares, contra las mujeres. Es evitar que
al abrigo de la privacidad de la residencia haya maltrato. La gente también
pide trabajo.
–¿Cómo se pueden realizar estas
acciones?
–Hay que priorizar las
acciones con la ciudadanía para no copiar lo que se hace en otras ciudades y
crear transplantes artificiales de programas.
Cuando se le cuestiona sobre
el tema del narcotráfico, siempre es cuidadoso en sus respuestas; en primer
lugar recuerda que durante sus campañas a puestos de elección popular nunca se
refirió a esta actividad como tal, sino a lo que denomina ‘cultural del atajo
[que consiste en buscar a cualquier precio ciertos resultados, no importando
los resultados de largo plazo para uno mismo y para la sociedad]’.
Afirma que para combatir este
ilícito son necesarios dos elementos: tener policías confiables y operativos
constantes en puntos estratégicos.
Como ejemplo de estos dos
elementos, puso un operativo en el Aeropuerto de Bogotá, cuyo control estaba a
cargo de policías especializadas en el combate a los cárteles de la droga y a
otro tipo de mafias.
“Una vez hicimos una reunión
con 40 personas planeando cómo íbamos a ocupar al día siguiente las oficinas de
un especulador de tierra, yo me acosté muy tranquilo pensando que en la reunión
no apareciera alguien que corriera a comunicarle al delincuente el operativo,
pero no pasó y fue una prueba de confianza”, recordó.
–En el caso del narcotráfico
se necesitan cuerpos especializados. En México, ¿qué tan prudente es seguir
manteniendo al Ejército en las calles?
–Eso lo tienen que evaluar con
mucho cuidado: que los militares regresen a los cuárteles. Los ejércitos están
pensados para tareas relacionadas con la preservación de la soberanía, el tema
de las fronteras y cierto tipo de movimientos antidemocráticos. Declarar las
guerras es fácil, terminarlas bien es difícil. En México el manejo del tema de
los zapatistas [después de su alzamiento armado en 1994] fue muy bueno a mi
juicio, tomando el riesgo de que mi conocimiento es muy parcial, el haber
permitido una convocatoria [para llegar a la capital del país], el haber
permitido que con el movimiento tomara fuerza la cuestión literaria y poética
le salió bien, pero el tema de los narcos sí es muy problemático.
–Acaba de decir que terminar
una guerra es difícil. Entonces, ¿quiere decir que se esperan años más
difíciles para México en materia de paz y seguridad para sus ciudadanos?
–Cuando escucho sobre lo que
pasa en México siempre siento que el orgullo mexicano debería llevar a no dejar
morir a un solo mexicano más. Me choca que los mexicanos se maten entre sí para
alimentar una economía, un negocio, que al otro lado de la frontera no provoca
esa violencia.
–¿Cómo se puede terminar esta
guerra contra el narco?
–Tienen que encontrar
funcionarios en los que crea la gente.
La participación ciudadana
El también filósofo es una
figura emblemática entre quienes promueven la democratización de los sistemas
políticos, ya que durante su primer periodo como Alcalde de Bogotá desterró a
los políticos y colocó académicos en los puestos más importantes del gabinete.
Otra de sus características
fue que antes de construir nuevas obras, saneó las finanzas municipales. Logró
reducir las muertes violentas prohibiendo el uso de “artefactos pirotécnicos
por particulares” así como el desarme total de la ciudad.
Se le recuerda por haber
adoptado medidas para mejorar la movilidad e imponer un impuesto al uso de la
gasolina como un intento por incentivar el uso de transportes alternativos.
–¿Qué relevancia cobran en un
escenario como el que vive México figuras en las que se empodera al ciudadano,
como la legalización del referendúm y de candidatos independientes a puestos de
elección popular?
–Hemos trabajado muy
vacíamente en instrumentos para mejorar la ley. Nuestra hipótesis es que la
gente tiene que cambiar normas morales y sociales y con un mecanismo como el
referéndum sería un bueno hacerlo, pero en general confiamos más en los cambios
culturales que en los legales. Claramente, siempre por métodos pacíficos, no
sustituyendo a la justicia.