Ventura Cota y Borbón III
En México, me duele y me apena escribirlo,
seguimos siendo un país de agachados y sometidos, porque en realidad no
conocemos nuestra historia. Nuestro pasado, nuestras raíces y ese
desconocimiento, esa ignorancia hace que permanezcamos postrados en actitud de
humillación ante los poderosos, ante los políticos, ante los empresarios, ante
la Iglesia, ante Estados Unidos, resumiendo, ante todo.
Los motivos reales de lo que malamente se nos
ha inculcado desde le escuela como una lucha para liberarnos del vasallaje español (gachupín, diría Hidalgo) son una falacia. La “independencia” de
México, aún se sigue buscando.
Hidalgo, efectivamente prendió la mecha de
una guerra que duraría, según datos “oficiales” once años y doce días y lo más
curioso de eso, es que los iniciadores de la misma (Hidalgo, Rayón, Aldama,
etc), son los personajes honrados sin tomar en cuenta que quienes en verdad
presuntamente lograron la independencia de México, fueron Agustín Cosme
Damián de Iturbide y don Vicente Guerrero. Naturalmente eso la
historia no lo consigna porque no hay conveniencia. Uno, el primero se proclamó
emperador y el otro era un mulato.
La historia, esa que fue escrita por los
personeros del gobierno (nada ha cambiado desde entonces), no dicen nada sobre
los temores de dos personajes que desde niños nos endilgaron como héroes:
Hidalgo y Morelos. Cuando éstos iban a ser fusilados –cada cual en sus
respectivas circunstancias-, flaquearon ante la proximidad de la muerte (¿quién
no lo hace?) y abjuraron arrepentidos lo lamentable de haber participado en una
lucha que pronto los eliminó. Sólo un año, en el caso de Hidalgo y casi cinco
con Morelos, bastaron para dejarlos fuera de la “jugada”.
La historia no dice que Hidalgo, en aquella
madrugada del 16 de septiembre de ese ya tan lejano año de 1810, simplemente y
contrario a lo que cuentan, emitió una arenga muy sosa y falta de patriotismo
para invitar a los indígenas a unirse a una lucha que nada les dejó ni a ellos,
mucho menos a nosotros. Por su parte, los achichincles gubernamentales,
consignan que lo que motivó a la lucha, fue precisamente una excelente oratoria
bien definida del tres veces padre Hidalgo. –Padre sacerdotal, padre de unos
cuantos hijos y el mote de padre de la patria.
Dentro de la lucha intestina se dieron
eventos desde trágicos hasta los de carácter cómico. El 22 de junio de 1811, en
el lugar denominado muy acertadamente Cerro
de los Locos, se enfrentaron las tropas insurgentes al mando de Ignacio
López Rayón contra los Realistas comandados por Miguel de Emparán y
aunque a usted le sea difícil de creer, Rayón impuso una derrota muy dolorosa
al gran estratega Emparán, valiéndose de un ejército muy singular: una manada
de burros.
Cuando digo burros, me refiero a los
pollinos, asnos, jumentos, borricos, rucios y no a los políticos.
Efectivamente, con trescientos de esos animalitos bien conducidos por un hábil
manejador de la honda, infligieron una dolorísima derrota al ejército del gobierno.
Pero eso, no lo dice la historia que nos contaron en los libros porque los
avergüenza.
Para la mayor parte de los mexicanos
embrutecidos con las celebraciones que año tras año y sobre el balcón de
cualquier caserón se gritan sin emoción alguna los vítores a los héroes, no les
cabe en la cabeza aceptar que el héroe principal de esta magna fiesta es
Iturbide. ÉL, el autodenominado emperador, a pesar de lo que se aparente, amó
más a México que el mismo Hidalgo. Pero, Agustín de Iturbide es para
esa misma mayoría, un traidor.
Iturbide aun conociendo la suerte que le
esperaba, desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas y allí mismo selló su
destino. Frente al pelotón que lo mandaría al infierno, besó con devoción un
crucifijo y recibió la descarga de fusiles cuya orden ejecutó Gordiano del
Castillo, a quien meses antes, paradójicamente el propio emperador había
salvado la vida y ahora él se la quitaba.
El relato podría tomarme todo el espacio de
esta publicación, sin embargo he de concretarme a exponer lo que otros libros,
los no oficiales, los escritos por gente comprometida con la verdad, me han
enseñado y que en su momento y en las aulas respectivas ante quienes quisieron
escucharme, les extendí dicha información.
A pesar de que el nombre de Iturbide fue
inscrito con letras de oro en el Congreso, un sonorense para mala fortuna –Álvaro
Obregón-, ordenó en 1921 que éste –el nombre-, se borrara de los muros porque
manchaba el “honor” de la patria. Los sumisos diputados (insisto, nada ha
cambiado) mientras ocurría la oprobiosa acción, brindaban con coñac traído ex
profeso de una cantinucha contigua al recinto.
Pudieron asesinar a Iturbide e incluso borrar
su nombre de la historia “positiva” de México, pero nunca podrán quitarle el
mérito de ser quien realmente consumó la mal llamada en aquellos lejanos
tiempos, Independencia.
Para concluir con este relato, sólo diré que
a Hidalgo lo cubre la gloria, mientras que a Iturbide lo sepultaron en el
olvido.
De cualquier modo y pese a Odile, que ¡Viva
México cabrones!