lunes, 15 de septiembre de 2014

Independencia y los burros

Ventura Cota y Borbón III
En México, me duele y me apena escribirlo, seguimos siendo un país de agachados y sometidos, porque en realidad no conocemos nuestra historia. Nuestro pasado, nuestras raíces y ese desconocimiento, esa ignorancia hace que permanezcamos postrados en actitud de humillación ante los poderosos, ante los políticos, ante los empresarios, ante la Iglesia, ante Estados Unidos, resumiendo, ante todo.

Los motivos reales de lo que malamente se nos ha inculcado desde le escuela como una lucha para liberarnos del vasallaje español (gachupín, diría Hidalgo) son una falacia. La “independencia” de México, aún se sigue buscando.

Hidalgo, efectivamente prendió la mecha de una guerra que duraría, según datos “oficiales” once años y doce días y lo más curioso de eso, es que los iniciadores de la misma (Hidalgo, Rayón, Aldama, etc), son los personajes honrados sin tomar en cuenta que quienes en verdad presuntamente lograron la independencia de México, fueron Agustín Cosme Damián de Iturbide y don Vicente Guerrero. Naturalmente eso la historia no lo consigna porque no hay conveniencia. Uno, el primero se proclamó emperador y el otro era un mulato.

La historia, esa que fue escrita por los personeros del gobierno (nada ha cambiado desde entonces), no dicen nada sobre los temores de dos personajes que desde niños nos endilgaron como héroes: Hidalgo y Morelos. Cuando éstos iban a ser fusilados –cada cual en sus respectivas circunstancias-, flaquearon ante la proximidad de la muerte (¿quién no lo hace?) y abjuraron arrepentidos lo lamentable de haber participado en una lucha que pronto los eliminó. Sólo un año, en el caso de Hidalgo y casi cinco con Morelos, bastaron para dejarlos fuera de la “jugada”.

La historia no dice que Hidalgo, en aquella madrugada del 16 de septiembre de ese ya tan lejano año de 1810, simplemente y contrario a lo que cuentan, emitió una arenga muy sosa y falta de patriotismo para invitar a los indígenas a unirse a una lucha que nada les dejó ni a ellos, mucho menos a nosotros. Por su parte, los achichincles gubernamentales, consignan que lo que motivó a la lucha, fue precisamente una excelente oratoria bien definida del tres veces padre Hidalgo. –Padre sacerdotal, padre de unos cuantos hijos y el mote de padre de la patria.

Dentro de la lucha intestina se dieron eventos desde trágicos hasta los de carácter cómico. El 22 de junio de 1811, en el lugar denominado muy acertadamente Cerro de los Locos, se enfrentaron las tropas insurgentes al mando de Ignacio López Rayón contra los Realistas comandados por Miguel de Emparán y aunque a usted le sea difícil de creer, Rayón impuso una derrota muy dolorosa al gran estratega Emparán, valiéndose de un ejército muy singular: una manada de burros.

Cuando digo burros, me refiero a los pollinos, asnos, jumentos, borricos, rucios y no a los políticos. Efectivamente, con trescientos de esos animalitos bien conducidos por un hábil manejador de la honda, infligieron una dolorísima derrota al ejército del gobierno. Pero eso, no lo dice la historia que nos contaron en los libros porque los avergüenza.

Para la mayor parte de los mexicanos embrutecidos con las celebraciones que año tras año y sobre el balcón de cualquier caserón se gritan sin emoción alguna los vítores a los héroes, no les cabe en la cabeza aceptar que el héroe principal de esta magna fiesta es Iturbide. ÉL, el autodenominado emperador, a pesar de lo que se aparente, amó más a México que el mismo Hidalgo. Pero, Agustín de Iturbide es para esa misma mayoría, un traidor.

Iturbide aun conociendo la suerte que le esperaba, desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas y allí mismo selló su destino. Frente al pelotón que lo mandaría al infierno, besó con devoción un crucifijo y recibió la descarga de fusiles cuya orden ejecutó Gordiano del Castillo, a quien meses antes, paradójicamente el propio emperador había salvado la vida y ahora él se la quitaba.

El relato podría tomarme todo el espacio de esta publicación, sin embargo he de concretarme a exponer lo que otros libros, los no oficiales, los escritos por gente comprometida con la verdad, me han enseñado y que en su momento y en las aulas respectivas ante quienes quisieron escucharme, les extendí dicha información.

A pesar de que el nombre de Iturbide fue inscrito con letras de oro en el Congreso, un sonorense para mala fortuna –Álvaro Obregón-, ordenó en 1921 que éste –el nombre-, se borrara de los muros porque manchaba el “honor” de la patria. Los sumisos diputados (insisto, nada ha cambiado) mientras ocurría la oprobiosa acción, brindaban con coñac traído ex profeso de una cantinucha contigua al recinto.

Pudieron asesinar a Iturbide e incluso borrar su nombre de la historia “positiva” de México, pero nunca podrán quitarle el mérito de ser quien realmente consumó la mal llamada en aquellos lejanos tiempos, Independencia.

Para concluir con este relato, sólo diré que a Hidalgo lo cubre la gloria, mientras que a Iturbide lo sepultaron en el olvido.

De cualquier modo y pese a Odile, que ¡Viva México cabrones!