Rosa Castro **
Ella le comenta que Cien años de soledad da la impresión
de que su autor está sobrado de amor, pues “la obra reverbera amor por todas
partes; amor en todas sus formas”. “Es muy sencillo –le responde él, Gabriel
García Márquez–: A mí me gusta que a la gente le guste lo que yo escribo. Si
usted encuentra en esa novela tanto amor, imagínese el que necesitaré yo…” El
diálogo forma parte de una entrevista, la primera tras la publicación de la
obra, que el escritor le concedió a un medio mexicano: la revista Siempre! La
interlocutora es la periodista Rosa Castro, cuyo trabajo fue publicado el 23 de
agosto de 1967 en La Cultura en México, el suplemento cultural de ese
semanario, cuando lo dirigía Fernando Benítez. A continuación publicamos el
texto íntegro de aquella charla

No quería café caliente, no quería una copa pero sí
toneladas de cigarrillos porque no traía consigo uno. Esa noche –cómo lo
lamento–, olvidé preguntarle a Gabriel García Márquez por qué su más reciente
novela se llama Cien años de soledad, cuando estos cien años que él describe y
sitúa en el imaginario pueblo colombiano de Macondo están pletóricos de una
vitalidad trepidante, de invenciones y hallazgos y retumbante imaginería, de
música y ráfagas y furias y estallidos, de veleidades humanas y enloquecedoras
inquietudes y disparatadas determinaciones y apetitos inmoderados y sed
insaciable.
Macondo: Cien años colmados de disparates sublimes, de
loquísimas locuras, de espléndida poesía, de profundas melancolías y ternuras y
frenéticos amores incestuosos: “… se embadurnaron de pies a cabeza con
melocotones en almíbar, se lamieron como perros, se amaron como locos en el
piso del corredor y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras
que se disponían a devorarlos vivos”. ¡Basta!
Este novelista que es García Márquez, este poeta de la
loquísima locura literaria (que tanta falta hace en nuestras letras), bien
puede tener razón al llamar a su libro Cien años de soledad, pues todos esos
habitantes de Macondo, esos Arcadios y Aurelianos I, II y III, todos ellos
locos de loquísima locura en la creación de sus vidas, eran otros tantos poetas
enajenados en diversas formas y escalas, y ¿qué poeta hay que no cargue consigo
la sensación desgarradora de una gran soledad?
Cien años de soledad son pues cien años de soledad,
descritos en un castellano magnífico, riguroso, dentro de una prosa festiva,
zumbona a veces, salpicada de golpes de mandoble, y situaciones dramáticas de
protestas sociales y denuncias políticas. Cien años de soledad es también una
historia fatalista contada de una manera alegre, a la que el lector se adhiere
y va siendo lentamente devorado por ella.
La primera gran novela
Emmanuel Carballo lo ha dicho: que Cien años de soledad
es la primera obra maestra que produce el excelente equipo de novelistas
Fuentes, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Viñas, y una de las novelas más
significativas escritas en español en lo que va del siglo. ¿Qué opina al
respecto García Márquez?
El novelista, ocupado en consumir la “tonelada” de cigarrillos,
dice entre una y otra bocanada de humo:
–El asunto es que todo el grupo está escribiendo una sola
gran novela. Estamos escribiendo la primera gran novela de América Latina.
Fuentes está dando un nuevo aspecto sobre la nueva burguesía mexicana; Vargas
Llosa aspectos sociales del Perú; Cortázar otro tanto, y así. Lo que me parece
interesante es que estamos escribiendo varios tomos, porque lo que va a quedar,
empero, es una visión total de lo que es la América Latina. Estoy tan
convencido de la unidad de ese mundo registrado por la novela latinoamericana,
que en Cien años de soledad hay un personaje que es de Carlos Fuentes, hay otro
que vive en París en el mismo cuarto donde va a morir un personaje de Cortázar,
y otro más ve pasar un personaje de Carpentier. Es la primera tentativa que se
hace para ir integrando ese mundo.
Pronto sale García Márquez de su sueño bolivariano (la
integración de Hispanoamérica aunque sea en novela), cuando le pregunto si
resistiría una crítica a fondo de su obra, y responde:
–No sé cómo resistiría una crítica adversa porque hasta
ahora no la conozco. No he tenido ninguna mala experiencia al respecto.
–Usted dijo que el vicio más acentuado en la ficción
hispanoamericana es la frondosidad retórica. ¿A qué atribuye usted esta
característica? Y otra pregunta ligada a ésta: su novela evidentemente está
exenta de este feo vicio, pero ¿cree usted que también está exenta de
grandilocuencia en la concepción de las cosas?
–Atribuyo esa característica a que se ha confundido el
fondo con la forma. En la América Latina uno se encuentra con que los hechos
cotidianos, los movimientos políticos, los acontecimientos sociales, son todos
enormes, fuera de proporción, como si tuvieran otra medida. Tengo la impresión
de que lo que se ha hecho es tratar de contar con una retórica igualmente
enorme y pienso que lo que hay que hacer es lo contrario: asumir una actitud
muy serena y, sobre todo, muy sencilla para contar estas cosas. Esto también
responde a la segunda pregunta. Yo sigo pensando que el problema de la
literatura es un problema de comunicación con el lector, y creo que la forma
sencilla y sobria no sólo es la más eficaz sino la más difícil. El mejor elogio
que he oído de Cien años de soledad es de un amigo mío que dijo que parecía
escrita por un niño de ocho años…
Pero un niño muy precoz –le interrumpo. El asunto de la
crítica, al parecer, ha estado preocupando a García Márquez, pues me dice en
seguida:
–Volviendo a lo de la crítica, no he tenido ninguna mala
experiencia. De todos modos, yo creo que la crítica tiene todo el derecho de
ejercer su oficio como mejor le parezca. Cuando uno publica un libro, corre
todos los riesgos. Pero creo que en América Latina todo este surgimiento de la
nueva novela va mucho más rápido que la crítica, y que el esfuerzo que estamos
haciendo nosotros por la novela debe corresponder a un esfuerzo similar de
parte de la crítica. Siento que les estamos ganando terreno. La crítica tiene
que apretar el acelerador para cumplir su función, que es la de orientar al público
y ayudar al escritor a ver claro.
–¿A qué cree usted que se deba este rezago de la crítica?
¿Será porque ustedes, los nuevos novelistas, tardaron tanto en aparecer y la
crítica se encharcó?
–No sé hasta qué punto es un círculo vicioso…
Amor, amor, amor
–Ha dicho usted que al principio escribía porque se dio
cuenta de que leyendo sus cosas, sus amigos lo querían más. Cien años de
soledad da más bien la impresión de que su autor está sobrado de amor; la obra
reverbera amor por todas partes; amor en todas sus formas. ¿No es así?
–Es muy sencillo: A mí me gusta que a la gente le guste
lo que yo escribo. Si usted encuentra en esa novela tanto amor, imagínese el
que necesitaré yo. Yo creo que es la única idea que podría asustarme realmente…
es la de que alguien no me quiera. Ojalá encontrara yo un amigo que me quisiera
siquiera la mitad de lo que yo quiero al amigo que menos me quiere. Esto suena
cursi y rebuscado; pero así es.
–Ahora dígame: ¿Cuál es el mayor obstáculo al que ha de
enfrentarse el escritor, el novelista hispanoamericano?
–Las dificultades son puramente literarias. Dificultad
del medio de expresión. La dificultad permanente del escritor de la América
Latina es la palabra, las palabras. El hecho de que el español se nos está
olvidando. O no lo conocemos. Se dice ya muy fácilmente que el español no es un
idioma para la novela. Yo creo que sí lo es. Lo que pasa es que tenemos que
seguir explorando el idioma, nuestra herramienta de trabajo. Desde que decidí
ser escritor me encontré con esa dificultad, y decidí ponerme a trabajar en esa
exploración. Yo oigo decir: “Qué lástima es no poder escribir en inglés, o en
francés, idiomas en los que se logran tantos matices”. Yo creo que el español
es un idioma estupendo para la novela, como lo son todos. Lo que ocurre es que
no conocemos verdaderamente el español. El inglés, el francés y el italiano
hablados son los mismos que escritos. En cambio, hay un español para hablar y
otro para escribir. Es el problema del teatro en español, que se escribe, y
cuando se dice, es otro. Ya no funciona. El problema es que conocemos el
español hablado, pero no el español escrito. Tratamos de escribir una novela
con el español hablado, cuando en realidad debemos escribirla con el español
escrito. Yo la traigo con el idioma.
–Yo había pensado que el ambiente, estrecho, lleno de
prejuicios y limitaciones, de Hispanoamérica, de estúpidas mezquindades y otras
miserias, de solemnidad, de escritores almidonados y tantos falsos valores, era
un obstáculo casi insalvable para el novelista que aspirara a serlo en grande,
en proporciones universales… el independiente, sin compromisos ni limitaciones
ni ataduras. El verdadero novelista.
García Márquez dice sencillamente no haberlo percibido…
–¿No encontró dificultades para combinar en Cien años de
soledad tanta fantasía como la que allí emplea con la realidad básica en que la
obra se sustenta?
–No –dice el escritor–. No, porque vivimos en un
continente donde la vida cotidiana está hecha de realidades y mitos. Y nosotros
nacemos dentro de un mundo de realidades fantásticas.
En cualquier lugar
–Y ahora usted se marcha a Europa. ¿Por qué se va?
¿Quiere seguir el ejemplo de los novelistas hispanoamericanos que viven en
Europa: Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, Donoso, Cabrera Infante? ¿A qué
atribuye usted que ellos prefieran vivir en Europa mientras escriben sobre
Hispanoamérica?
–En primer término, en cualquier lugar en donde estos
escritores estén, siguen viviendo en sus respectivos países. Es decir: Usted
lee las obras de Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, y encuentra que son obras de
gentes que siguen viviendo de algún modo con sus raíces en sus respectivos
países. A mí, en Colombia, me preguntan mucho, sobre todo los estudiantes, por
qué no vivo allá.
–Y ¿qué les contesta?
–Que sí vivo en Colombia. Mire: Mi correo es una
calamidad. Son recortes de la prensa de Colombia, cartas de los amigos. En
cualquier momento puedo decirles cómo están las cosas en Colombia.
Permanentemente estoy informado de la situación colombiana, y además, en
cualquier lugar del mundo donde esté escribiendo, estoy escribiendo una novela
colombiana. Prácticamente estoy allá. Ahora, hay una cosa: Me imagino que todos
estos novelistas que no viven en sus países tienen sus motivos particulares. El
mío es muy simple: El hecho de ser extranjero en cualquier país me asegura una
independencia pública y cierta impunidad en mi vida privada, que me son muy
útiles para escribir. En el extranjero hay un cierto anonimato de la vida
privada que es muy importante para escribir. Ahora me voy a Barcelona a
escribir un libro que tengo proyectado desde hace tiempo. Me voy por un año
pero regreso. Aquí dejo mi casa en una bodega.
–¿Quiere hablarme de ese libro?
–¿De ese otro, en que trabajo? Yo creo que es una enorme
visión delirante de ese enorme animal de delirio que es el dictador
latinoamericano. Cuando hay un crimen, yo pienso más en el criminal que en el
muerto. Entonces me atrevo a decirle que mi visión del dictador latinoamericano
típico, el mitológico, el legendario, mi visión de ese personaje, es compasiva.
Es decir: Mi dictador, que es el general Nicanor Alvarado, ha llegado a tener
un poder tan descomunal que ya ni siquiera manda. Ha llegado a ser tan poderoso
que está completamente solo y completamente sordo, en un palacio lleno de
jaulas de canarios. En cuyos salones se pasean las vacas. El dictador se vuelve
loco por una niña de 16 años, a la que ha coronado reina de la belleza, y está
tan desesperado de amor, que manda asesinar a 3 mil presos políticos en una
noche… Es una visión poética del mito latinoamericano del dictador. Es un libro
con el que corro verdaderamente el riesgo de darme un frentazo. A ver si le
atino. En el momento del relato, el dictador tiene 123 años. Hace tanto tiempo
que llegó al poder, que no se acuerda ya cómo llegó. Él mismo no se da cuenta
de que se va quedando sordo, sino que cree que los canarios van cantando cada
vez menos. Cuando ya se queda sordo por completo, realiza uno de los grandes
sueños de su vida, que es oír el ruido del mar durante todo el día y toda la
noche a pesar de que está a 500 kilómetros del mar. El libro puede ser un
desastre, porque es una imagen totalmente nostálgica del dictador. Es
mitológica. Se llamará El otoño del patriarca.
Con todos los riesgos
–Cuando usted hablaba de una independencia pública y
cierta impunidad en la vida privada útiles al escritor –como se logra
idealmente en Europa–, se refería, supongo, a poder ganarse la vida el escritor
en distintos oficios temporales, como no sería posible de estar en su país de
origen, en Hispanoamérica. A propósito, ¿cree usted compatible la carrera de
escritor con la carrera burocrática (desde oficial de tercera hasta ministro)
que llevan muchos escritores hispanoamericanos?
Dice García Márquez:
–El escritor tiene que ser escritor, con todos los
riesgos que esto implica. Hay una cosa detestable que es cierta vocación de
mendicidad del escritor latinoamericano. Usted se ha dado cuenta de que los
escritores andamos siempre pidiendo que nos alimenten, que nos protejan, que
nos den becas, que nos den subvenciones, que nos den empleos fáciles que nos
permitan escribir. Eso me parece detestable. El escritor tiene que tratar de
vivir de lo que escribe, como el zapatero vive de los zapatos que hace. Claro
que es duro por el tipo de sociedad en que vivimos, pero hay que correr los
riesgos de la vocación: si se asume la vocación, es con todos sus riesgos.
Ahora me doy yo mis cebollazos: En 20 años de estar escribiendo, no he aceptado
ninguna, ninguna subvención, ningún puesto burocrático, ningún puesto
diplomático, y en cambio he hecho toda clase de trabajos dignos, y
probablemente algunos indignos, para poder seguir escribiendo. La prueba de que
no hice mal es que ahora empiezo a vivir de mis libros.
–Toda su labor literaria, tengo entendido que usted ha
dicho, ha sido un trabajo experimental. ¿Hacia qué?
–Creo que toda la novela es experimental. Tratamos de
contar cada vez mejor las cosas que les suceden a las gentes. Si no es un
experimento, es muy difícil que se diga algo o que se haga algo nuevo. Con cada
novela se corre el riesgo de un frentazo.
–¿Hasta qué punto están sus libros basados en
experiencias personales?
–Las novelas son como los sueños –dice el escritor–. Como
los sueños, están construidas con fragmentos de la realidad, pero terminan por
construir una realidad nueva y distinta. Así son mis novelas. Son experiencias
elaboradas y personajes armados con pedazos de unos y otros, de seres que uno
ha conocido. Lo mismo los hechos y los ambientes.
–Finalmente, ¿qué me dice del Premio Rómulo Gallegos, de
Venezuela?
–Desde el punto de vista económico, es el más grande del
mundo, después del Nobel. El problema de todos los concursos literarios es el
jurado: si es bueno, los resultados del concurso son buenos; si no es bueno,
los resultados no son buenos. Yo creo que el jurado de este quinquenio del
Premio Rómulo Gallegos es bueno si da el premio a La casa verde de Vargas
Llosa.
(Esta entrevista con el autor de Cien años de soledad fue
hecha la víspera de que se supiera que el escritor peruano Mario Vargas Llosa
había ganado el premio internacional de novela Rómulo Gallegos, por La casa
verde, cuya recompensa es 100 mil bolívares –275 mil pesos mexicanos–. Al
enterarse, verdaderamente atacado de júbilo, García Márquez le puso a Vargas
Llosa un cable de felicitación a Londres, en estos términos: “Veintiún
cañonazos de champaña por el jurado más justo del mundo”.)
El jurado “más justo del mundo” fue integrado por
Benjamín Carrión, de Ecuador; Fermín Estrella Gutiérrez, de Argentina; Juan
Oropeza, de Venezuela, y Andrés Iduarte, de México.
García Márquez partió el día primero de este mes
[septiembre de 1967] a Caracas, para asistir al Décimo Congreso de Literatura
Iberoamericana que allí se celebrará. El día 15 saldrá a Buenos Aires. Será
jurado allí del concurso de novela promovido por la revista Primera Plana y la
Editorial Sudamericana. Pasará luego un mes en Colombia, su país. Y a
principios de octubre la emprenderá a España, a Barcelona concretamente, “por
el tiempo que dure escribiendo El otoño del patriarca”.
Después de esta charla con García Márquez, tengo la
impresión de que la casa que dejó aquí en una bodega pasará muchos años de
polvo y polillas antes de que el novelista regrese a México…
–––––––
* Rosa Castro, periodista y actriz venezolana, ya
fallecida, se avecindó en México a causa de problemas políticos, y pronto se
integró al medio cultural. Fue fundadora de la Asociación de Periodistas
Cinematográficos de México y de la revista Siempre!. Amiga de Fidel Castro,
Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos (a quienes entrevistó al triunfo de la
Revolución Cubana), publicó, entre otros libros, estos dos de entrevistas:
Cuidado al comer (FCE, 1974) y Los fracasos escolares (FCE, 1975).