Transpeninsular
y La Giganta
La
“guajolota” voladora, mi regreso
Ventura Cota Borbón
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Amanece en La Paz |
Una
situación de carácter personal me llevó el pasado fin de semana a recorrer
parte del sur y centro de la Baja California y cuyo periplo inició en la
paradisíaca Paz, el famoso puerto de ilusión, canción o “himno” con cuya letra
inmortalizó a la bella ciudad la compositora jalisciense Rosario “Chayito” Morales.
Sin
duda un paraíso casi al final de la península que recibe al turista –nacional o
extranjero-, como se dice literalmente con los brazos abiertos.
Es
de llamar la atención encontrarte las calles escrupulosamente limpias. No sólo
las que se ofrecen al visitante como las del malecón o de la zona hotelera,
sino la ciudad en general.
En
un recorrido que me hiciera favor de llevarme un buen amigo paceño, incluso en
la periferia, la ciudad tiene un aspecto limpio. No miré basura acumulada,
matorrales, los lotes baldíos están cercados y limpios.
Otra
cosa que me llamó mucho la atención fue que no vi un solo animal callejero: ni
perros ni gatos. Le pregunté en son de broma a mi camarada si acaso había
muchos birrieros o taqueros. Ante la extrañeza de mi cuestionamiento le expresé
mis dudas sobre dónde andan esas mascotas o si no están permitidas.
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Hermoso atardecer en el malecón paceño |
Existen
–me comentó-, desde hace años unos centros de atención llamados “Animalandia”
en los cuales, un grupo de especialistas (veterinarios) mexicanos y
extranjeros, particularmente de Estados Unidos, patrocinan el costo y a cada
perro o gato que se encuentra en la calle lo llevan a ese lugar, les brindan
atención médica, los alimentan y los dan en adopción. Sólo que algún perro o
gato vaya enfermo lo sacrifican. Todo sin costo para los ciudadanos.
Y
vaya que esos centros de Animalandia han dado resultado. Además de mantener la
ciudad libre de excremento y basura que ellos mismos riegan –los animales-, no
hay peligro de enfermedades como rickettsia o mal aspecto en general o incluso
ataques. En casi toda la Baja California existen dichos centros de ayuda animal.
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El kiosco del malecón |
A
propósito de ataques, la seguridad pública es eficiente. Puedes caminar por el
centro y malecón en las noches y la policía vigila constantemente. Te auxilian
con información y lo concerniente a cuidado de la integridad física.
Los
empleados de los hoteles son corteses, amables, no transan al visitante. Si
ocupas una información o servicio, es pronto y expedito. Además, debo admitir
que no son caros, aunque debe haberlos, pero el hotel donde estuve hospedado
además de lucir bien, recién construido, en el centro a dos cuadras del malecón
y con habitaciones muy amplias, se me hizo un precio accesible.
Otra
cosa, la tarifa de los taxis es barata. Por ejemplo, tuvimos la necesidad de
movernos doce cuadras un grupo conformado por seis personas y nos cobraron
¡sesenta pesos! Nos tocó a diez pesos por cabeza.
En
La Paz, los prestadores de servicios tienen muy bien definido el concepto de
servicio al cliente. Los restaurantes, bares y otros centros de diversión –cuando
menos los que observé-, están al aire libre, ofreciendo su mercancía o comidas
a la vista del mar. Por supuesto hay quienes pueden preferir estar
resguardados. Para todos gustos hay.
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Caballo tejido con palma |
La
comida, me pareció, además de buena, con un precio muy accesible. Por ejemplo,
un cóctel en copa grande de camarón, acompañado de un par de tostadas con jaiba
y un refresco cuesta ciento diez pesos. Un desayuno compuesto de un par de
huevos con machaca, frijoles, guarnición de verduras, café y jugo de naranja
natural me cobraron ¡cincuenta y dos pesos!
Continué
con mi breve paseo. De la Paz tomé un autobús de la línea Águila con rumbo a
Loreto. Eran las siete de la mañana y estaba fresco el ambiente, pero el
amanecer fue hermoso. Puntualmente salimos de la central camionera. Un
recorrido de 358
kilómetros (La Paz-Loreto) que regularmente se puede
hacer en tres horas, el transporte lo hace en seis.
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Bajando a Loreto, Sierra La Giganta |
La
carretera Transpeninsular con sus 1711 kilómetros
consta de un carril de ida y otro de vuelta, sin contar la atravesada que da de
la sierra La giganta con tramos a una altura de casi dos mil metros sobre el
nivel del mar, situada ésta entre Insurgentes y Loreto, lo que hace que se
disminuya la velocidad drásticamente por los vericuetos peligrosos del camino
angosto. La cinta asfáltica está en óptimas condiciones.
Estuve
brevemente en Insurgentes y Ciudad Constitución. Mismo horizonte de limpieza y
calles amplias. Tampoco miré chuchos ni félidos. Uno que otro rumiante en el
campo pastando nada más.
La
vista espectacular que se divisa casi llegando a la colonial Loreto, es de
postal. La misma ciudad, aunque pequeña tiene lo “suyo”. Me gustó el puerto, su
malecón, sus antiguas casas y edificios. A propósito, existen muchas
construcciones con techos llamados de “dos aguas”. Me comentó una persona se
construyen así debido a que son menos vulnerables a los fuertes vientos y
lluvias que constantemente atacan esos lares de la península.
Tenía
pensado visitar la hermosa Santa Rosalía a escasos doscientos kilómetros de
Loreto. De hecho el plan de viaje era ir hasta aquél lugar y devolverme en el
ferry. Sin embargo el cambio de planes se debió a que el domingo que requería
viajar a mi Guaymas no habría salida sino hasta el miércoles, por lo que me vi
obligado a volar en esos aparatitos frágiles de una hélice de Aerocalafia.
Para
mí tanto la ida como la venida –en el buen sentido de la palabra-, fueron
molestas. Me explico.
Cuando
partí de Guaymas a Topolobampo, llegamos tarde y para arribar el transbordador
“California Star” fue un suplicio. Más que iba con mi dolor lumbar a todo lo
que se permitía. Fueron casi tres horas de espera para que partiera.
Como
soy pobre no llevé dinero suficiente no pude reservar camarote o incluso
sillón. Dormí todo el periplo en el suelo helado y duro.
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Despegando de Loreto en la Guajolota |
No
hubo salida del ferry en Cachanía el domingo que les comenté, por esa razón tuve
que tomar un avioncito de Aerocalafia. Apenas que haya una verdadera urgencia
viaje usted en esos aparatitos incómodos y con ruidosos cincuenta y cinco
minutos que dura el vuelo. Eso sí, la molestia se atenúa con los hermosos
paisajes de ambas tierras de allá y de aquí. Cuando descendí del avión, traía
literalmente los “destos” fuera de la garganta.
Ya
para terminar, en La Paz platiqué brevemente con la alcaldesa de ese municipio,
la señora Esthela Ponce Beltrán, una
mujer muy inteligente, una política que asumió el cargo en abril del año pasado
y lo entregará el próximo 2015.
A
pregunta de quien esto pergeña, acerca de si las féminas son más eficientes y
honestas en el manejo de los recursos públicos, la alcaldesa de La Paz, de modo
seguro y sin titubear afirmó que no es cuestión de género. La honestidad o la
capacidad y eficiencia no tienen nada qué ver con ser hombre o mujer, más bien,
-me dijo-, es cuestión de educación, buena moral y buenas co
stumbres.
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Esthela Ponce Beltrán, alcaldesa |
Esas
cualidades les hicieron falta al dúo que según afirma la vox populi nos acaba
de saquear en Guaymas, le dije. Tanto un hombre como una mujer nos
desgobernaron el último trienio y nos dejaron las finanzas fritas, sin un ápice
de movimiento o de dónde agarrase. Son panistas. La damita sólo se sonrió.
La
felicité por tener una ciudad tan moderna y limpia con atención triple “A” a
los visitantes. La alcaldesa paceña me dijo que cuidan el turismo por que
finalmente es quien les acerca la “papa” [sic]. Estrechamos las diestras y nos
despedimos.
Sinceramente
y no es que haya llevado gran capital, pero los precios en general sentí que
eran baratos por ello recomiendo que si usted va a la Baja California Sur,
visite sin miedo los lugares que les mencioné. Yo, en esos casi cuatro días me
la pasé ATM, agarré bríos para buen rato por que quién sabe cuándo vuelva a
repetir la historia. Sin embargo lo bailado, nadie me lo quita. He dicho.