jueves, 16 de febrero de 2012

Rincón de las Letras

Pescador
Por Golden Lion
Voy hilvanando los harapos de mis memorias en el momento en que la vida se me escapa del cuerpo junto con el agua de la mar embravecida, que impetuosa, barre la cubierta de madera de nuestro pequeño bote pesquero en esta tarde de tormenta.

Busco en los escombros de esta vida ahora efímera, tratando de evocar los momentos felices de mi infancia, como aquel al lado de mi abuelo; ese hombre con tantas arrugas en su rostro como un mapa viejo, piel curtida por el sol y el salitre y cuyas manos callosas sostenían el sedal de pesca con el que aprendí el milagro de la captura diaria de nuestro sustento.

Acude a mi mente, de forma atropellada, aquella mañana de mi adolescencia en que te vi por primera vez; ibas caminando descalza por la playa con tu sencillo vestido de algodón estampado y tus largas trenzas de negro cabello. Fue allí donde me dije por primera vez que el cielo existía y que no habría jamás mar alguno que me apartase de tu lado; qué equivocado estaba.

Recuerdo mi primera embarcación; aquella vieja lancha que me heredara mi padre y que a mis jóvenes ojos se me antojaba el navío mas increíble y poderoso que haya existido jamás y en el que yo, osado pescador lleno de sueños y ambiciones, navegaría venciendo a los mares enfurecidos; les arrancaría de sus profundidades sus tesoros y pondría el mundo a tus pies para conquistar tu amor.

Los sueños de mi juventud desaparecieron dando paso a las realidades de mi madurez: el trabajo arduo apenas despuntar el alba, los abusos constantes de la cooperativa, la cerveza con los amigos o en la modesta choza al final de la jornada diaria y el dinero que casi nunca alcanzaba hasta la mañana siguiente.
Pese a ello o mas bien, sin importar eso, tiempo ha que unimos nuestras vidas sin saber que este día otra exigiría para sí, lo que yo te ofrecí voluntariamente; en las buenas y en las malas, en la fortuna o en la adversidad.

La vida juega con nosotros al igual que estas caprichosas olas lo hacen ahora con la embarcación; nos engañamos constantemente al tratar de imaginar que fuimos nosotros quienes controlamos nuestros destinos del mismo modo en que alguna vez nos jactamos de dominar a la mar; esa veleidosa e impredecible doncella celosa de sus hombres a los que les concede surcar sus aguas y a quienes en ocasiones les otorga la ofrenda de su amor cuando la complacemos con nuestros ruegos y nuestro sudor y en otras, envidiosa los reclama para ella únicamente, arrastrándoles a los abismos de su ser.

La palabra dolor no forma parte de su vocabulario, y amor solo lo entiende cuando los hombres se embarcan en sus frágiles naves para navegarla y surcar sus confines; explorándola, tomando de ella, entregándose en cuerpo y alma a ese ritual hasta el ocaso cuando agotados, enfilan a tierra la proa de sus barcas cargadas con su botín en las entrañas.

Nunca entendí hasta hoy que, cuando en mis soledades con ella le hablaba de ti confesándole mis sentimientos y desahogando en sus aguas quietas mis anhelos y desasosiegos, se enteraba por mi boca de esa mujer; su rival.

La mar es una novia generosa pero celosa, hoy lo comprendo; me ha reclamado para ella, como a tantos antes de mí; ahora he de rendirle el tributo final a su amor, tributo que no compartirá con ninguna otra.