domingo, 1 de enero de 2012

La mar

Por Blanca Toledo Minutti
Tengo dos besos tuyos en el bolsillo. Los voy a usar cuando me pierda en el horizonte, cuando el atardecer se lleve con sus rayos la plenitud de este día soleado que sucumbe con mi partida o cuando comience a recordarte con el mismo ahínco con que el náufrago se aferra a un bote salvavidas; así yo voy a aferrarme a ti.

Los besos los llevo envueltos en el pañuelo bordado con tus lágrimas de sal junto al rizo dorado de tu cabello anudado con el cordel blanco de tu zapato; en la otra bolsa, como un simple capricho de mi adolescencia perdida, conservo la promesa de volver aunque ambos sabemos que no podré hacerlo.

Me llevo tu textura en cada yema de mis dedos y el color de tu sonrisa en esos besos sorprendidos.

Tengo los bolsillos tan llenos de tus cosas que mis pies se hunden en la arena haciendo casi imposible que me vaya. Pero me obligo, no me detengo, avanzo sin mirarte con los pies de plomo clavando mis huellas en la arena, como las cuchillas filosas que han significado para ti mi adiós. Avanzo sin ti llevándome esta estela de recuerdos, mientras enfoco mis sentidos hacia el horizonte donde un barco petrolero está a punto de zarpar.

Yo no te dejo nada para recordarme porque el olvido es el mejor cobijo en la oscura soledad que nos confina… y espero que tú comiences a olvidarme en el instante mismo en que me veas partir.

No voy a escribirte; jamás recibirás las muchas cartas en las que fuera de mí implore tu cariño, mucho menos escucharás mi voz entrecortada buscando la tuya en el teléfono; me voy a dejar morir de tu recuerdo, de la misma manera que avivaré el tuyo en cada poro de mi ser que te pertenece entero.

Voy a sucumbir por tu amor princesa; a ahogarme en tus memorias añorándote; a llorar como un crío intentando recrearte mientras deambule de proa a popa buscándote en las estrellas, redescubriéndome en las mismas constelaciones y tu luna, llevando adherido al cuerpo, tan inútil como un lastre, este cariño impropio que siento por ti.

Voy a extrañarte tanto que no me quedará aliento para nombrarte y voy a odiarme, lo sé, cuando gaste sin remedio el par de besos humedecidos que me obsequiaste al partir.

Me pesan tus lágrimas sobre la espalda, me pesa leer tus melancólicos cuentos que invariablemente me remontan a ti, a nuestra adolescencia; a la manera que permitiste que entrara a tu vida y a tus cuadernos; a nuestros nombres entrelazados y el olor de tu cabello.

Me pesa, me pesa, porque me hiere, me lacera y me aniquila esta certeza indómita de sentirme en casa en el instante mismo que te hago mía. . .

¿Por qué no me quedo entonces si tú me quieres también? ¿Por qué permito que mis dedos suelten los tuyos mientras me alejo sonriendo pretendiendo victorioso que no te he visto llorar?

Marino soy mi vida, lo soy desde hace tiempo, mucho antes de conocerte; desde el instante mismo en que era un niño y sus aguas tranquilas se aventuraron sobre la arena para besarme los pies. Amor no sentía por ninguna, y así mismo, con toda mi inocencia se lo confesé; la mar quedó encantada y desde entonces se volvió mi mujer.



Blanca E. Toledo Minutti
salamandra1313@gmail.com