jueves, 14 de julio de 2011

Ortología

Por Ventura Cota y Borbón III
Ya para finiquitar el tema de la Sub-17 -no vaya a ser que me digan que estoy como un colega que tiene dos meses hablando de lo mismo-, les comento que quienes nos dedicamos de alguna manera a informar, antes de hablar debemos estar seguros que las palabras o términos que usemos sean los correctos para no confundir a quienes tienen la amabilidad de seguirnos la huella.

Viene al caso por que en la pasada edición del partido México contra Uruguay en el cual el primero se impuso para obtener el campeonato mundial, el señor Javier Alarcón de “Deportes Televisa”, emocionado y casi al punto del llanto, cuando vio a los jóvenes corriendo en la vuelta olímpica, en un momento de estupidez dijo una barbaridad: que los adolescentes sufrían y les dolía la juventud, de allí –dijo el ignorante sujeto-, es que viene la etimología de la palabra adolescente, que adolece, que sufre que le duele [sic].

Muchas veces nos dejamos llevar por lo que inferimos significa tal o cual palabra, por lo tanto, para no regarla a nivel nacional, primero debemos asegurarnos antes de abrir la boca.

Aunque es muy común confundir el término adolescente como lo hizo la “estrella” de los comentarios deportivos en el país, en su descargo debo decirle que en realidad adolescente deriva del verbo en latín adolescere y significa CRECER, DESARROLLARSE, es decir, es el participio presente, por consiguiente el pretérito de este verbo es ADULTUM o el que ya ha crecido.

Entre adolescente y adolecer es verdad que hay similitudes, mas no es lo mismo señor Alarcón. Sea más precavido al hablar y no se deje llevar por sus emociones.

PD Ayer al regresar del excelente concierto del guitarrista descalzo, Paco Rentería, llegamos al Santafé a comprar lechita para el “moiz” y a la entrada había una pila de películas originales de temas diversos.

Me encontré un par sobre caricaturas que incluían a La pequeña Lulú, Porky, Súper Ratón, Súper Can, Superman, Bugs Bunny, etc. y las compré ante el azoro de mis hijos, quienes en disimulada sonrisa cuchicheaban entre ellos que esos dibujos animados eran más viejos que el conejo de la Luna.

Les comenté que esas caricaturas fueron con las que crecí –es un decir, me quedé enano-, y me gustaban. De hecho sigo siendo un niño que disfruta de esas películas y por ello cada vez que tengo oportunidad adquiero una o dos de ellas.