jueves, 6 de mayo de 2010

Violencia sin fin

Por Alex Ramírez-Arballo **
El relato bíblico es claro: Caín mata a Abel con el maxilar de un asno y con ese acto abominable se abre la compuerta de las aguas violentas que habrían de anegar nuestra historia. Es verdad, para donde quiere que uno voltee puede observar los casos más descabellados de ejercicio de la acción agresora que, justificada o injustificadamente, muestran lo que somos como especie animal.

Sin embargo no todos son tan pesimistas como yo y, aún más, entre estos optimistas se encuentran personas con suficientes credenciales como para ser escuchados; entre ellos descuella Steven Pinker, catedrático de psicología de la universidad de Harvard y quien es uno de esos hombres que dan la apariencia de saberlo todo. Pues bien, este caballero insiste, con un legajo de estadísticas bajo el brazo, que efectivamente vivimos en el mejor de los mundos posibles, que los niveles de violencia actual son nada comparados con lo vivido apenas hace cien o cincuenta años, que la democracia occidental, pues, llegó para quedarse.

Yo, que disto mucho de tener la categoría intelectual del caballero aludido, y que soy hispano, me siento comprometido con el pesimismo como forma de entender el mundo. Me parece que toda estadística sale sobrando cuando se vive en el centro de un torbellino violento, cuando se padece con angustia la voracidad de ese fuego incomprensible que todo lo consume con suma rapidez. Habría que preguntarle a las madres palestinas (o mexicanas) lo que sienten al ver partir a sus hijos sin saber si volverán a verlos o no. Creo que el sufrimiento padecido por el hombre debido a la violencia es universal y, en consecuencia, escapa a la fría lógica de las estadísticas.

Bien habríamos en recordar que no toda violencia es sangrienta y así hay casos en los que se recurre a un arma no menos punzante: la palabra. El ejercicio de la maledicencia, el libelo, la injuria, resultan tan lesivos como el uso de los puños. Yo creo que incluso es peor y por una razón muy sencilla, la violencia verbal se reviste de ingenuidad y normalidad, y por tal motivo es capaz de ejercerse de una manera subrepticia y traicionera. Quien difama, quien agrede, es en todo equiparable a las serpientes.

P.S. Recuerdo haber escuchado hace algunos años -por el canal 22 de CONACULTA- una entrevista realizada por Joaquín Soler Serrano en Televisión española a nuestro Juan Rulfo. En aquella conversación, el escritor jalisciense se refería a los cristeros como gente de "chispa retardada", gente que siempre había tenido unas ganas irrefrenables de pelear. Otro escritor mexicano, el poeta Octavio Paz, se refiere a los mexicanos como entes cargados de electricidad que "a la menor chispa" son capaces de explotar y matar. No es difícil estar de acuerdo con estas afirmaciones, basta echar un vistazo a la historia nacional para darse cuenta de que somos un pueblo con una particular vocación por el fratricidio.

Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com