Por Alex Ramírez-Arballo **
Por motivos familiares, por cuestiones de mera circunstancia, he atestiguado desde niño y a corta distancia los menesteres del periodismo: por ello puedo asegurar que se trata de una actividad noble y poderosa, digna como ninguna y, en países como el nuestro, incluso mucho muy comprometida. El comunicador forma mundo, muestra y demuestra, ofrece y convence, organiza -en cierto sentido- nuestra experiencia social. El periodista dirige la conversación de la comunidad, coloca sobre la mesa los temas, establece jerarquías en los sucesos cotidianos, modela siempre la atención del auditorio. Si el periodista es bueno, si es bueno de veras, adquiere los atributos del líder. En todo esto debería pensar quien decidiera caminar por estos vericuetos profesionales.
El periodista es (o debería ser) un delator moral, un sicofante capaz de hurgar con dedo flamígero en las llagas de ese cuerpo tan martirizado que denominamos vida pública; ahí es que sus oficios son no sólo necesario sino también perentorios, y en sus faenas descansa una responsabilidad que en muchas ocasiones no es considerada con suficiencia. Yo me pregunto a veces por qué o cómo fue que este oficio, tan serio, como ya hemos visto, ha devenido en una suerte de mascarada, de simple uso y abuso de la tecnología y de abierta venalidad. Lo que es peor, ha sido tanta la perversión, tanta la normalización de lo corrupto, que estoy plenamente convencido que muchos de los que ahora se dedican al periodismo ni siquiera podrán comprender estas sencillas palabras.
Así es, el periodismo es hoy materia de espectáculo. En mi país, en la mayoría de los casos, la información descansa en las escasas habilidades de una caterva selvática y bronca, burda y centavera, que pergeña con trazo grueso sus oficios inútiles. La pobreza de recursos verbales y morales me espanta: la vulgaridad aplastante de los periodistas de nuestro tiempo puede provocar espasmos viscerales en cualquier persona con apenas un poco de sentido común. Parece que no entienden que la comunicación informativa es un servicio profesional y como tal reclama habilidad, vocación y compromiso irrenunciable.
P.S. Lo que se ha impuesto como una moda venida de las dos cadenas de televisión nacional, es decir la imposición del espectáculo en lo informativo, ha ido siendo recuperado por los periodistas locales. Las caras bonitas, la exageración, la frivolidad más rampante, la imbecilidad como consigna, todo esto ha sido asumido acríticamente. Increíble pero cierto.
** Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com y su página web www.orbired.com Además puede establecer contacto con él en las redes sociales: Youtube: www.youtube.com/orbired Twitter: www.twitter.com/, www.facebook.com/orbired