Por José G. Rguez "Zurdo"
Lo acontecido hace unos días en Hermosillo, al invadir agentes de la AFI la residencia del jefe de escoltas del gobernador Eduardo Bours Castelo, es sólo uno más de los múlti
ples atropellos que han incurrido agentes federales en la entidad, con la salvedad de que en esta ocasión el caso trascendió por tratarse de alguien ligado al ejecutivo sonorense y por tanto, con la capacidad necesaria para lograr el respaldo de las corporaciones policíacas estatales al igual que del propio gobernante.
De acuerdo a las informaciones surgidas, de inmediato los agentes de la AFI acudieron a la residencia del escolta de EBC, sin contar para el caso con la debida orden de cateo girada por un juez de distrito, dándose el lujo de utilizar para el objeto un vehículo que tenía reporte de robo en Estados Unidos, como muestra evidente de la forma en que esa gente interpreta los dictados de ley, no es de extrañarse la reacción de Eduardo Bours Castelo, no sólo para criticar agriamente la artera acción policíaca, sino para exigir además la salida de los elementos involucrados en el espinoso asunto, algo lógico pero no por ello aceptado en las altas esferas del gobierno de la PGR, empezando por el mismo procurador General de la República, Eduardo Medina Mora, a quien a pesar de decirse muy cuate del ejecutivo sonorense, expuso que las instituciones policíacas a sus órdenes cumplen con funciones muy delicadas en la lucha contra el crimen, lo que hace obligada su presencia en los distintos ámbitos del país.
Todo estuviera bien, de no porque no sólo en Sonora, sino a lo largo de la geografía nacional, son miles las historias nefastas que han escrito elementos policíacos, funcionarios, agentes del ministerio público federal y demás, hasta llegar a los altos mandos, no sólo incurriendo en actos de corrupción con los que han cobrado enormes riquezas, sino también haciendo correr la sangre de inocentes a su paso, aliándose cientos o miles de ellos a los grandes capos del crimen organizado, ni se diga de acciones atentatorias contra los derechos humanos y muchos delitos más que hacen de la PGR, tal vez el nido de criminales con charola más prolífico de México.
El estado de Sonora ha tenido el infortunio de contar con la presencia de personajes de la PGR (antes de la AFI) como Francisco Sahagún Baca, al inicio de los años setenta, cuando empezaron a aparecer elementos federales por el rumbo, coincidiendo irónicamente con los primeros mafiosos de renombre, entre los que se contaban Pedro Avilés en San Luis Río Colorado y Johnny Grant también conocido como “El negro llantero”, en Nogales, así como un contrabandista de altura que operaba en Magdalena conocido como “El perico Terán”, tal vez la única huella positiva que Sahagún Baca dejó en Sonora y especialmente en Hermosillo, fue su desprendimiento para acudir en auxilio de gente pobre en desgracia a las que en varios casos llegó a construirles una vivienda digna al sufrir la pérdida de su patrimonio en algún incendio.
Tras él llegaron comandantes como un tal Hernández, quien inclusive me llegó a amenazar de muerte al poner en evidencia a cuatro de sus elementos, quienes en Guaymas cometieron una serie de extorsiones, lo que dio origen a su arresto y proceso mediante un juicio popular inédito en la entidad, siendo encontrados culpables y enviados a prisión, sin que luego nadie volviera a saber de ellos, al igual que a su comandante Margarito Méndez, rico fue otro jefe policíaco, famoso, no por sus acciones en bien de la sociedad sino por sus alianzas con narcotraficantes, uno de los cuales, originario de este puerto quien murió muy joven en la sierra de Oaxaca, junto con un extranjero cuando intentaban aterrizar durante la noche sin ayuda de señales para encontrar la pista, en lo que fue sí una muerte anticipada, toda vez que gente bajo el mando de Méndez Rico, lo esperaban ya en la vieja pista del Catch 22, para liquidarlo en venganza porque antes el joven narcotraficante le había escamoteado el pago de un vuelo, al aterrizar en Navojoa y no en el Catch 22 como era lo acordado.
Son varios los que recuerdan el paso de Enrique Larrazolo en la entidad y en San Carlos, pues él quien encabezó un redada en el centro turístico, dizque para arrestar a mafiosos que habían convertido el lugar en su centro vacacional, ante la apatía de policías federales, estatales y municipales, pero antes de entrar en acción, los narcos fueron avisados, dejando sus residencias abandonadas, dejando así las puertas abiertas para que Larrazolo las saqueara totalmente, utilizando para el efecto grandes camiones que se fueron cargados con el rico botín.
Tras eso sobrevino en San Carlos lo que fue una especie de narcolotería, toda vez que quienes les vendieron las residencias a los narcos, simplemente se quedaron con el dinero al no haber escrituraciones de por medio.
Larrazolo como otro de sus colegas, terminó acribillado en la capital del país al igual que en Cajeme, el legendario “Chipilón” Gaxiola, otro pájaro de cuenta, junto con sus hermanos al cual más corruptos y peligrosos.
Hermosillo se manchó de sangre por culpa de un estúpido (madrina) quien protegido por una dama agente del ministerio público federal, un mal día, vuelto loco por el abuso de las drogas, acribilló y dio muerte a siete ciudadanos inocentes, como sucedió después cuando una agente de la PGR quien volando en su vehículo sobre la calle Revolución, arrolló y dio muerte a una pareja de jóvenes novios sin que el castigo haya llegado como lo merecía.
En Guaymas también hay negras anécdotas y de federales de igual color, como fue el caso de Juan Manuel Cinta Solis, un tipejo sucio y arbitrario quien hizo lo que le vino en gana por estos lares, hasta que llegaron elementos de la propia PGR para darlo de baja, según ellos por ser indigno de pertenecer a la corporación, lo que no fue obstáculo para que luego fuera integrado a las filas de la judicial del estado, con el nombramiento de titular en materia de carros robados, uno de los que al final de cuentas fue el motivo para que se le cesara, viéndose obligado a regresar a Oaxaca, su tierra donde según se, continúa en las filas de la ley.
José Padilla Juárez, llegó al puerto listo para ordenar el robo de una decena de vehículos de la marca Suburban, casi todos por el rumbo de San Carlos, para luego intercambiarlos con sus colegas de Cajeme y Hermosillo culminando su corrupta y criminal acción, al dar muerte a un modesto comerciante empalmense, para volar al rato tan campante como don Sebas, aunque años después supe que fue asesinado en Tamaulipas, nada menos que por elementos de la PGR, pues el angelito formaba parte ya de la mafia de las drogas.
Un tal Juan Pedro Caballero, estuvo poco tiempo en Guaymas, distinguiéndose por su amor a las drogas, al grado que se daba el lujo de tener en renta una residencia en San Carlos, donde se reunía con conocidos buitres y viciosos con apellidos bonitos para armar tremendas orgías de droga y sexo.
El coronel Roberto Sosa Vargues, era un jefe apático cuya gran hazaña fue decomisar siete kilos de camarón a una humilde mujer que comercializaba el producto en el exterior del Mercado Municipal, así como una vieja pistola y la “friolera” de doscientos gramos de marihuana, para tomar camino eso sí, con los bolsillos llenos, gracias a las constantes visitas que le hacían los buitres porteños en los altos del Mercado Municipal, donde despachaba muy tranquilo luciendo enorme lunar entre ceja y ceja, y lo que me permitió bautizarlo como la Irma Serrano de la PGR.
La lista de delincuentes emanados de la PGR y ahora de la AFI, así como la CIEDO y demás grupos federales, es extensa, pero el espacio no, debiendo recordar a propósito de la fracasada exigencia de Eduardo Bours Castelo para que se vayan los elementos de la AFI.
En el año de 1969, cuando Faustino Félix Serna ordenó que la totalidad de los elementos de la PGR fueran puestos en una avión con destino a la Ciudad de México, pues eran tantas las fechorías que habían cometido, que todo culminó cuando por órdenes de sus mandos superiores, irrumpieron en un carril de carreras de cabellos para intentar paralizar, no obstante que todo se haría dentro de la ley por ser parte de la feria ganadera de ese año, no tanto por que los sujetos quisieran cumplir con la ley, sino porque a cambio de no actuar exigían una suma millonaria a los organizadores.
Luego vino Alejandro Carrillo Marcor, más modesto si se quiere, pero también ordenó la salida de los pillos con charola, sólo que utilizando para el objeto un desvencijado camión de pasajeros foráneos, con la orden de dejarlos tirados a la altura del Carrizo, primer poblado colindante con Sinaloa y nuestra entidad.
Así las cosas, el procurador Eduardo Molina Mora, dice que sus muchachitos son necesarios en Sonora, tal vez porque el crimen organizado se siente más seguro y confiado, contando con colegas oficiales cerca de ellos, pero definitivamente no porque la sociedad lo desee o cuente con su protección.

De acuerdo a las informaciones surgidas, de inmediato los agentes de la AFI acudieron a la residencia del escolta de EBC, sin contar para el caso con la debida orden de cateo girada por un juez de distrito, dándose el lujo de utilizar para el objeto un vehículo que tenía reporte de robo en Estados Unidos, como muestra evidente de la forma en que esa gente interpreta los dictados de ley, no es de extrañarse la reacción de Eduardo Bours Castelo, no sólo para criticar agriamente la artera acción policíaca, sino para exigir además la salida de los elementos involucrados en el espinoso asunto, algo lógico pero no por ello aceptado en las altas esferas del gobierno de la PGR, empezando por el mismo procurador General de la República, Eduardo Medina Mora, a quien a pesar de decirse muy cuate del ejecutivo sonorense, expuso que las instituciones policíacas a sus órdenes cumplen con funciones muy delicadas en la lucha contra el crimen, lo que hace obligada su presencia en los distintos ámbitos del país.
Todo estuviera bien, de no porque no sólo en Sonora, sino a lo largo de la geografía nacional, son miles las historias nefastas que han escrito elementos policíacos, funcionarios, agentes del ministerio público federal y demás, hasta llegar a los altos mandos, no sólo incurriendo en actos de corrupción con los que han cobrado enormes riquezas, sino también haciendo correr la sangre de inocentes a su paso, aliándose cientos o miles de ellos a los grandes capos del crimen organizado, ni se diga de acciones atentatorias contra los derechos humanos y muchos delitos más que hacen de la PGR, tal vez el nido de criminales con charola más prolífico de México.
El estado de Sonora ha tenido el infortunio de contar con la presencia de personajes de la PGR (antes de la AFI) como Francisco Sahagún Baca, al inicio de los años setenta, cuando empezaron a aparecer elementos federales por el rumbo, coincidiendo irónicamente con los primeros mafiosos de renombre, entre los que se contaban Pedro Avilés en San Luis Río Colorado y Johnny Grant también conocido como “El negro llantero”, en Nogales, así como un contrabandista de altura que operaba en Magdalena conocido como “El perico Terán”, tal vez la única huella positiva que Sahagún Baca dejó en Sonora y especialmente en Hermosillo, fue su desprendimiento para acudir en auxilio de gente pobre en desgracia a las que en varios casos llegó a construirles una vivienda digna al sufrir la pérdida de su patrimonio en algún incendio.
Tras él llegaron comandantes como un tal Hernández, quien inclusive me llegó a amenazar de muerte al poner en evidencia a cuatro de sus elementos, quienes en Guaymas cometieron una serie de extorsiones, lo que dio origen a su arresto y proceso mediante un juicio popular inédito en la entidad, siendo encontrados culpables y enviados a prisión, sin que luego nadie volviera a saber de ellos, al igual que a su comandante Margarito Méndez, rico fue otro jefe policíaco, famoso, no por sus acciones en bien de la sociedad sino por sus alianzas con narcotraficantes, uno de los cuales, originario de este puerto quien murió muy joven en la sierra de Oaxaca, junto con un extranjero cuando intentaban aterrizar durante la noche sin ayuda de señales para encontrar la pista, en lo que fue sí una muerte anticipada, toda vez que gente bajo el mando de Méndez Rico, lo esperaban ya en la vieja pista del Catch 22, para liquidarlo en venganza porque antes el joven narcotraficante le había escamoteado el pago de un vuelo, al aterrizar en Navojoa y no en el Catch 22 como era lo acordado.
Son varios los que recuerdan el paso de Enrique Larrazolo en la entidad y en San Carlos, pues él quien encabezó un redada en el centro turístico, dizque para arrestar a mafiosos que habían convertido el lugar en su centro vacacional, ante la apatía de policías federales, estatales y municipales, pero antes de entrar en acción, los narcos fueron avisados, dejando sus residencias abandonadas, dejando así las puertas abiertas para que Larrazolo las saqueara totalmente, utilizando para el efecto grandes camiones que se fueron cargados con el rico botín.
Tras eso sobrevino en San Carlos lo que fue una especie de narcolotería, toda vez que quienes les vendieron las residencias a los narcos, simplemente se quedaron con el dinero al no haber escrituraciones de por medio.
Larrazolo como otro de sus colegas, terminó acribillado en la capital del país al igual que en Cajeme, el legendario “Chipilón” Gaxiola, otro pájaro de cuenta, junto con sus hermanos al cual más corruptos y peligrosos.
Hermosillo se manchó de sangre por culpa de un estúpido (madrina) quien protegido por una dama agente del ministerio público federal, un mal día, vuelto loco por el abuso de las drogas, acribilló y dio muerte a siete ciudadanos inocentes, como sucedió después cuando una agente de la PGR quien volando en su vehículo sobre la calle Revolución, arrolló y dio muerte a una pareja de jóvenes novios sin que el castigo haya llegado como lo merecía.
En Guaymas también hay negras anécdotas y de federales de igual color, como fue el caso de Juan Manuel Cinta Solis, un tipejo sucio y arbitrario quien hizo lo que le vino en gana por estos lares, hasta que llegaron elementos de la propia PGR para darlo de baja, según ellos por ser indigno de pertenecer a la corporación, lo que no fue obstáculo para que luego fuera integrado a las filas de la judicial del estado, con el nombramiento de titular en materia de carros robados, uno de los que al final de cuentas fue el motivo para que se le cesara, viéndose obligado a regresar a Oaxaca, su tierra donde según se, continúa en las filas de la ley.
José Padilla Juárez, llegó al puerto listo para ordenar el robo de una decena de vehículos de la marca Suburban, casi todos por el rumbo de San Carlos, para luego intercambiarlos con sus colegas de Cajeme y Hermosillo culminando su corrupta y criminal acción, al dar muerte a un modesto comerciante empalmense, para volar al rato tan campante como don Sebas, aunque años después supe que fue asesinado en Tamaulipas, nada menos que por elementos de la PGR, pues el angelito formaba parte ya de la mafia de las drogas.
Un tal Juan Pedro Caballero, estuvo poco tiempo en Guaymas, distinguiéndose por su amor a las drogas, al grado que se daba el lujo de tener en renta una residencia en San Carlos, donde se reunía con conocidos buitres y viciosos con apellidos bonitos para armar tremendas orgías de droga y sexo.
El coronel Roberto Sosa Vargues, era un jefe apático cuya gran hazaña fue decomisar siete kilos de camarón a una humilde mujer que comercializaba el producto en el exterior del Mercado Municipal, así como una vieja pistola y la “friolera” de doscientos gramos de marihuana, para tomar camino eso sí, con los bolsillos llenos, gracias a las constantes visitas que le hacían los buitres porteños en los altos del Mercado Municipal, donde despachaba muy tranquilo luciendo enorme lunar entre ceja y ceja, y lo que me permitió bautizarlo como la Irma Serrano de la PGR.
La lista de delincuentes emanados de la PGR y ahora de la AFI, así como la CIEDO y demás grupos federales, es extensa, pero el espacio no, debiendo recordar a propósito de la fracasada exigencia de Eduardo Bours Castelo para que se vayan los elementos de la AFI.
En el año de 1969, cuando Faustino Félix Serna ordenó que la totalidad de los elementos de la PGR fueran puestos en una avión con destino a la Ciudad de México, pues eran tantas las fechorías que habían cometido, que todo culminó cuando por órdenes de sus mandos superiores, irrumpieron en un carril de carreras de cabellos para intentar paralizar, no obstante que todo se haría dentro de la ley por ser parte de la feria ganadera de ese año, no tanto por que los sujetos quisieran cumplir con la ley, sino porque a cambio de no actuar exigían una suma millonaria a los organizadores.
Luego vino Alejandro Carrillo Marcor, más modesto si se quiere, pero también ordenó la salida de los pillos con charola, sólo que utilizando para el objeto un desvencijado camión de pasajeros foráneos, con la orden de dejarlos tirados a la altura del Carrizo, primer poblado colindante con Sinaloa y nuestra entidad.
Así las cosas, el procurador Eduardo Molina Mora, dice que sus muchachitos son necesarios en Sonora, tal vez porque el crimen organizado se siente más seguro y confiado, contando con colegas oficiales cerca de ellos, pero definitivamente no porque la sociedad lo desee o cuente con su protección.