De acuerdo al proyecto de Impulsor, el famoso monumento orgullo de los guaymenses podría ser removido de su ubicación original a decenas de metros tierra adentro, bastante lejos de la bahía
Símbolo de orgullo para los guaymenses, el Monumento al Pescador con la imagen de Celso Grajeda ha permanecido altivo frente al mar desde hace 35 años… Pero podría se
r desplazado por caprichos de gobierno.
La efigie que por excelencia muestra cualquier guaymense aquí y más allá de las fronteras, fue puesta en la mira por los diseñadores “modernistas” del Proyecto Impulsor que encabeza los trabajos de la Marina Guaymas.
En las brillantes imágenes digitales promovidas por el Gobierno del Estado, aparece desplazado el monumento tierra adentro a unos 40 ó 50 metros alejado de la bahía que da vida y razón de ser a los pescadores.
Construido en 1972 por obra del escultor Julián Martínez, “El Pescador” sostiene un enorme pescado –al parecer una totoaba—mientras desplazada su mirada sobre el horizonte marino.
Es Celso Grajeda, aquel pescador que se dice fue oriundo de Nayarit y que con trabajo y honradez es ejemplo de una estirpe de hombres de mar que mucho han dado a la grandeza de Guaymas.
Pero es un símbolo que al parecer poco importa a los diseñadores del Proyecto Impulsor; es un orgullo guaymense desdeñado por fuereños que buscan hacer negocio en tierra ajena.
Orígenes
Quién fue Celso Grajeda y por qué fue retomada su estampa para la famosa estatua, es asunto que se encargó de investigar el historiador guaymense Juan Ramírez Cisneros. Así lo expone:
Oriundo de Colima, Celso dejó su tierra natal allá por 1880 con miras a buscar mejores oportunidades para la manutención de la familia que había creado con su esposa Rita Mora.
Luego de estar un tiempo en Santa Rosalía donde trabajó como minero y, tras algunas desavenencias con malos patrones de origen francés, Celso decidió radicar en Guaymas.
“Llegó al puerto trayendo consigo a sus dos primeras hijitas: Atanasia y Francisca, quienes al paso de los años ayudaban al sostenimiento de la casa, trabajando como “torcedoras” de cigarros en la fábrica de Juana Ocaranza, en calle 25 al norte.
“El resto de los hijos aquí nacieron: Concepción, Eulalia y Guadalupe. Varones: Celso Jr., Refugio, Sixto y Carlos. Celso, dicho sea de paso, murió fusilado por los soldados federales en diciembre de 1913.”
La primera actividad de Celso “entre nosotros fue la de vendedor ambulante de pan; más tarde ingresó al Cuerpo de Policía como gendarme pero pronto se retiró al observar el trato infame que daban a los detenidos".
“Fue así que la mar, como madre amorosa, lo recibió con los brazos abiertos… y a la pesca se dedicaría Celso sin descanso por el resto de su larga vida, hasta quedar inmortalizado en bronce.
A decir del historiador guaymense, el señor Grajeda fue de esas personas que no les gusta regalarle su trabajo a nadie; por eso, mientras no contó con embarcación propia para pescar, lo hizo por la orilla del mar con la sola compañía de sus hijos o nietos.
“Veía con malos ojos la avaricia de los dueños de canoas que antes que nada aseguran la ‘parte’ o sea la renta de la embarcación. Por eso, a diario, desde muy temprano, se le veía con su atarraya al hombro recorriendo desde el desaparecido muelle fiscal hasta el lugar llamado ‘Cabo Blanco’.
Celso nunca se dejaba vencer por la adversidad, pues “cuando la pesca no era propicia, hacía cargamento completo de almejas que una vez cocidas, las vendía al público.
Un ejemplo
El relato histórico, amplio y preciso, expone que “entre piedras y arenales se pasó muchos años aquel luchador buscando el sustento honrado para su numerosa familia, hasta que una dama caritativa comprendió su esfuerzo y lo ayudó: nos referimos a la dignísima esposa de don Gilberto A. Lelevier, propietario del negocio de carga y descarga de buques llamado Empresa de Pangos. Ella convenció a su marido de que le diera la mano al señor Grajeda.
Fue entonces que el señor Lelevier, filántropo como su esposa, obsequió a Celso una canoa llamada “Adolfina”, que el viejo pescador a su vez rebautizó como “Esperanza” antes de hacerse con ella a la mar.
Prosigue el relato que entonces –como ahora—el gremio de pescadores “sufría por aquellos años muchas pobrezas; el pescado no tenía valor. Por las calles del puerto salían los pobres pescadores cargando en palancas lonjas de totoaba que ofrecían al irrisorio precio de cinco centavos; por diez, le entregaban al cliente una sarta de más de veinte mojarritas plateadas. Pero Celso nunca se quejaba de la situación y estoicamente seguía su callada lucha por la vida”.
Muy atrasito
Como para ilustrar a los ignorantes “genios” que diseñaron el desplazamiento del Monumento al Pescador que personifica a un personaje ejemplar para el gremio pesquero y los guaymenses todos, el profesor Juan Ramírez expone que Celso Grajeda era un hombre de conducta intachable, con una seriedad y honradez que dejó como herencia a sus hijos.
Como buen pescador –abunda- adquirió grandes conocimientos: siempre atento a los efectos de la luna, al ir y venir de las mareas, al capricho de los vientos y de sus rápidos cambios: “Debido a esa experiencia nunca se expuso, ni expuso a sus hijos o nietos a los peligros siempre inminentes de la mar”.
Y aunque falleció el 30 de septiembre de 1930 a la edad de 99 años, la imagen, el pundonor y el ejemplo de Celso Grajeda fue perpetuado en el Monumento al Pescador que, como él, mucho a contribuido al progreso de Guaymas a lo largo de su historia.
Hoy, a los pies de ese egregio monumento, las aguas del embarcadero que lindaban con el malecón fueron desplazadas por toneladas y toneladas de piedra en el proyecto que avanza.
Así como el los proyectos de turismo desplazan a los pescadores ribereños y pronto podrían quitar al muelle “La Paloma”, quedándose sin atracadero decenas de pangas y barcos, así el monumento podría “estorbar” la visión de quienes desdeñan la actividad de las redes y los anzuelos.
Entonces el Monumento al Pescador, Celso Grajeda como representante ilustre, quedaría alejado de la bahía, atrasito donde su presencia pase desapercibida para los miles y miles turistas güeros que dicen, siguen diciendo, algún día llegarán del mar…
Símbolo de orgullo para los guaymenses, el Monumento al Pescador con la imagen de Celso Grajeda ha permanecido altivo frente al mar desde hace 35 años… Pero podría se

La efigie que por excelencia muestra cualquier guaymense aquí y más allá de las fronteras, fue puesta en la mira por los diseñadores “modernistas” del Proyecto Impulsor que encabeza los trabajos de la Marina Guaymas.
En las brillantes imágenes digitales promovidas por el Gobierno del Estado, aparece desplazado el monumento tierra adentro a unos 40 ó 50 metros alejado de la bahía que da vida y razón de ser a los pescadores.
Construido en 1972 por obra del escultor Julián Martínez, “El Pescador” sostiene un enorme pescado –al parecer una totoaba—mientras desplazada su mirada sobre el horizonte marino.
Es Celso Grajeda, aquel pescador que se dice fue oriundo de Nayarit y que con trabajo y honradez es ejemplo de una estirpe de hombres de mar que mucho han dado a la grandeza de Guaymas.
Pero es un símbolo que al parecer poco importa a los diseñadores del Proyecto Impulsor; es un orgullo guaymense desdeñado por fuereños que buscan hacer negocio en tierra ajena.
Orígenes
Quién fue Celso Grajeda y por qué fue retomada su estampa para la famosa estatua, es asunto que se encargó de investigar el historiador guaymense Juan Ramírez Cisneros. Así lo expone:
Oriundo de Colima, Celso dejó su tierra natal allá por 1880 con miras a buscar mejores oportunidades para la manutención de la familia que había creado con su esposa Rita Mora.
Luego de estar un tiempo en Santa Rosalía donde trabajó como minero y, tras algunas desavenencias con malos patrones de origen francés, Celso decidió radicar en Guaymas.
“Llegó al puerto trayendo consigo a sus dos primeras hijitas: Atanasia y Francisca, quienes al paso de los años ayudaban al sostenimiento de la casa, trabajando como “torcedoras” de cigarros en la fábrica de Juana Ocaranza, en calle 25 al norte.
“El resto de los hijos aquí nacieron: Concepción, Eulalia y Guadalupe. Varones: Celso Jr., Refugio, Sixto y Carlos. Celso, dicho sea de paso, murió fusilado por los soldados federales en diciembre de 1913.”
La primera actividad de Celso “entre nosotros fue la de vendedor ambulante de pan; más tarde ingresó al Cuerpo de Policía como gendarme pero pronto se retiró al observar el trato infame que daban a los detenidos".
“Fue así que la mar, como madre amorosa, lo recibió con los brazos abiertos… y a la pesca se dedicaría Celso sin descanso por el resto de su larga vida, hasta quedar inmortalizado en bronce.
A decir del historiador guaymense, el señor Grajeda fue de esas personas que no les gusta regalarle su trabajo a nadie; por eso, mientras no contó con embarcación propia para pescar, lo hizo por la orilla del mar con la sola compañía de sus hijos o nietos.
“Veía con malos ojos la avaricia de los dueños de canoas que antes que nada aseguran la ‘parte’ o sea la renta de la embarcación. Por eso, a diario, desde muy temprano, se le veía con su atarraya al hombro recorriendo desde el desaparecido muelle fiscal hasta el lugar llamado ‘Cabo Blanco’.
Celso nunca se dejaba vencer por la adversidad, pues “cuando la pesca no era propicia, hacía cargamento completo de almejas que una vez cocidas, las vendía al público.
Un ejemplo
El relato histórico, amplio y preciso, expone que “entre piedras y arenales se pasó muchos años aquel luchador buscando el sustento honrado para su numerosa familia, hasta que una dama caritativa comprendió su esfuerzo y lo ayudó: nos referimos a la dignísima esposa de don Gilberto A. Lelevier, propietario del negocio de carga y descarga de buques llamado Empresa de Pangos. Ella convenció a su marido de que le diera la mano al señor Grajeda.
Fue entonces que el señor Lelevier, filántropo como su esposa, obsequió a Celso una canoa llamada “Adolfina”, que el viejo pescador a su vez rebautizó como “Esperanza” antes de hacerse con ella a la mar.
Prosigue el relato que entonces –como ahora—el gremio de pescadores “sufría por aquellos años muchas pobrezas; el pescado no tenía valor. Por las calles del puerto salían los pobres pescadores cargando en palancas lonjas de totoaba que ofrecían al irrisorio precio de cinco centavos; por diez, le entregaban al cliente una sarta de más de veinte mojarritas plateadas. Pero Celso nunca se quejaba de la situación y estoicamente seguía su callada lucha por la vida”.
Muy atrasito
Como para ilustrar a los ignorantes “genios” que diseñaron el desplazamiento del Monumento al Pescador que personifica a un personaje ejemplar para el gremio pesquero y los guaymenses todos, el profesor Juan Ramírez expone que Celso Grajeda era un hombre de conducta intachable, con una seriedad y honradez que dejó como herencia a sus hijos.
Como buen pescador –abunda- adquirió grandes conocimientos: siempre atento a los efectos de la luna, al ir y venir de las mareas, al capricho de los vientos y de sus rápidos cambios: “Debido a esa experiencia nunca se expuso, ni expuso a sus hijos o nietos a los peligros siempre inminentes de la mar”.
Y aunque falleció el 30 de septiembre de 1930 a la edad de 99 años, la imagen, el pundonor y el ejemplo de Celso Grajeda fue perpetuado en el Monumento al Pescador que, como él, mucho a contribuido al progreso de Guaymas a lo largo de su historia.
Hoy, a los pies de ese egregio monumento, las aguas del embarcadero que lindaban con el malecón fueron desplazadas por toneladas y toneladas de piedra en el proyecto que avanza.
Así como el los proyectos de turismo desplazan a los pescadores ribereños y pronto podrían quitar al muelle “La Paloma”, quedándose sin atracadero decenas de pangas y barcos, así el monumento podría “estorbar” la visión de quienes desdeñan la actividad de las redes y los anzuelos.
Entonces el Monumento al Pescador, Celso Grajeda como representante ilustre, quedaría alejado de la bahía, atrasito donde su presencia pase desapercibida para los miles y miles turistas güeros que dicen, siguen diciendo, algún día llegarán del mar…