viernes, 30 de noviembre de 2007

Aquí y Ahora (Edición No. 133 Columna)

Prof. Alejandro Ramírez Cisneros
La CEA y sus aumentos
EL AUMENTO a la tarifa del agua potable fue, como lo esperábamos, cosa de mero trámite. De hecho el alza estaba contemplada desde tiempo atrás e igualmente esa medida se había previsto con toda la posibilidad de darse, como así sucedió.

La sesión de cabildo del pasado martes confirmó los temores y la regiduría priista optó por el mayoriteo, votando por el encarecimiento de un servicio vital para el pueblo que se presta con una serie de deficiencias e irregularidades.

Esto último encendió los ánimos de los ciudadanos que como suele suceder en estos casos, como todo lo que pasa en Guaymas, optaron por hablar hasta por los codos, pero nadie ha concretado acciones directas, de resistencia civil, para hacer contrapeso a esa antipopular decisión alcista.

Sobre la forma como se hace llegar el bebestible (?) a los portenses, mucho de ello ya se ha hablado. Todos sabemos que el problema tiene raíces muy profundas y antiguas. Los historiadores locales nos hablan de la problemática hidráulica en el heroico puerto, desde el siglo antepasado y el pasado.

En todo momento ese ha sido un asunto ventilado de mil formas pero nadie, ninguna autoridad, le dio la solución que a tiempo se merecía. Por lo contrario lo del agua se volvió un nudo gordiano y ahora se ve puntos menos que imposible encontrarle la punta a la madeja.

Los años han transcurrido y si bien Guaymas ha crecido, tal vez no en la medida apetecida, pero de todas formas cada vez el reclamo general por el abastecimiento del vital elemento, es más sólido.

En lo individual nos parece que autorizar el aumento a la tarifa del agua es premiar la ineptitud de aquellos que han llegado a la dirección del organismo operador y “se han echado en sus laureles”, viendo las cosas con desdén y con insano apetito económico, sólo piensan en la forma de exprimir los bolsillos de los consumidores, con aumentos infames, muy alejados del buen juicio y el respeto que la gente se merece.

La Comisión Estatal del Agua (CEA) no ofrece ninguna garantía de seriedad en las promesas que repetidamente nos hace, cuando se trata de elevar las tarifas. Son burlas únicamente porque tales ofrecimientos jamás se han cumplido.

Por lo contrario hay entre funcionarios y empleados de la tal CEA, burlas y desprecios hacia la gente, lo que la convierte en el organismo más ineficiente y de nula calidad en el cumplimiento de sus funciones.

Por eso los guaymenses reprobamos una vez más la decisión tomada de manera arbitraria y unilateral, con saña y autoritarismo inexplicable. Si la CEA es una paraestatal que funciona deficitariamente, hay que buscarle “la cuadratura al círculo”, pero dando pasos que no sean por la vía más fácil, es decir subir las cuotas, hecho que por lo visto se dará anualmente.

Los jorocones de la CEA lo que tienen que hacer es apretarse el cinturón y aplicar un programa de ahorros, para evitar el derroche y el dispendio, que luego endosan a los ciudadanos de manera repugnante e inadmisible.

Y algo peor todavía: los aumentos son absorbidos por los que siempre hemos estado al corriente en nuestros pagos. Los morosos son gratificados con descuentos en sus adeudos y a veces ni de chiste se arriman a las cajas de la CEA siquiera para preguntar cuánto deben. Más grave todavía que se roben el agua con sus tomas clandestinas y muy quitados de la pena viven plácidamente.

Eso es lo más criticable: que haya una exigencia cerrada para los que cubrimos el consumo del agua con puntualidad británica y se trate con devoción y piedad a los “mala paga”.

Pero tampoco debemos dejar escapar el hecho de que al frente de la multicitada CEA esté una persona capaz y solvente en asuntos de su incumbencia. Ya basta de protegidos por ser influyentes a los que se acomoda en chambas gubernamentales, sin saber ni “jota” de los asuntos que manejan.

En Guaymas, en la Comisión Estatal del Agua, tenemos a una de esas personas, de apellidos de rancio abolengo en la antigua Cajeme, protegidos por sus padrinos políticos que los sitúan por aquí y por allá, dándoles responsabilidades que están muy lejos de cumplir. Pedro Luis Bórquez Antillón es uno de ellos.

Y mientras todo esto pasa, los tiraderos de agua se ven por todos rumbos de la ciudad. Son millones de litros de ese elemento natural los que se desperdician, por la infraestructura obsoleta y rebasada, de vida útil caduca, a la que no se le aplicará un peso de lo recaudado por el aumento. Todo será para el manejo operativo y punto.

Dios bendiga a los guaymenses por “culisóplidos”. Es decir, por buenos para nada.

Todo esto que acontece nos hace recordar la expresión del general Plutarco Elías Calles que después de retornar a su tierra natal y al ver las condiciones en que se hallaba, atinadamente dijo: “Guaymas no dejará de ser una aldea de pescadores”.

¡Ni modo¡